La vulgaridad empieza por lo oídos. Avelina Lésper vs. Juan Villoro, por el honor de la poesía popular
Juan Villoro, en su pasada columna semanal para el diario Reforma titulada “Un árbol en el océano”, toma una idea del propio Dylan para metaforizar la decisión de la Academia sueca: “Quisiera hacer algo útil, tal vez como plantar un árbol en el océano, pero sólo soy un guitarrista”. Tras recibir el más grande galardón de la literatura, Bon Dylan se convirtió precisamente en eso: un árbol sembrado en el mar. Muy a pesar de lo poético que suene esto, la decisión Nobelesca desencadenó una furiosa controversia que un amigo resumió en la vieja y tal vez ya un poco olvidada sentencia “apocalípticos contra integrados”, o como me gusta decir, “rudos contra técnicos”. Pero esta última frase exhuma una pregunta aún más compleja, en esta pugna ¿quiénes son los rudos?, ¿los que aprueban la decisión o quienes la rechazan?
Una ruda desenfrenada, en mí muy particular punto de vista (espero no se ofendan mis amigas luchadoras), es Avelina Lésper, la más famosa crítica de arte de los tiempos recientes. Amada por ser odiada (como un verdadero rudo de la lucha libre), Lésper ha lanzado –el pasado viernes a través de su página oficial— una silla contra el cráneo de los técnicos titulada “Nobelito”. En el nombre se evidencia el contenido: “El Premio Nobel de Literatura para Bob Dylan hizo chiquito al premio, empequeñeció sus fines y es una bofetada a la lectura, a la concentración, al esfuerzo de adentrarse en la complejidad de la literatura que no busca la inmediatez.” Una fuerte lluvia de mamporros cayó sobre el pobre Dylan, tan pequeñito ya por la furia de la experta.
Oí el golpe del trueno rugiendo una advertencia
Oí una ola rugiente que podría cubrir al mundo
Oí a cien tamborileros con sus manos en llamas
Oí a diez mil susurros que nadie escuchaba
Oí a un muerto de hambre y mucha gente riendo
Oí la canción de un poeta muerto en la cloaca
Oí en el callejón los llantos de un payaso
Y una fuerte lluvia, y una fuerte lluvia va a caer.
(La traducción de la canción “A hard rain’s gonna fall” la tomé del poeta José Vicente Anaya en su artículo “Una fuerte lluvia va a caer. La poesía que leíamos en 1968”)
Lésper evidenció el grave desacierto, con el premio al músico la Academia sueca había doblado las manitas a la opinocracia de las redes sociales, la Academia al servicio del tren del mame. ¡Oh, Dios! La literatura había recibido las espaldas planas por la vulgarización del buen gusto y el imperio de la holgazanería, ¿o entendí mal?
Avelina nos pone el ejemplo: “el discurso y la profundidad de músicos contemporáneos como Arvo Part o Zbigniew Preisner, ni siquiera hay nivel para compararlos, esto si se trata de ver el peso del cantante en el arte actual.” Por supuesto, no se trata de rechazar a Dylan por ser un cantante popular: “esa es su mayor virtud, es un rebelde políticamente correcto, que le canta al Papa, con letras de tarjeta de felicitación. Fácil de oír, no mete en problemas al sistema… hace sentir inteligentes a sus fans.”
Todo es una farsa entonces. Alimentamos con farsas la gran farsa que es el mundo, sobre todo en ese mundo paralelo de las redes sociales. En resumen, el Nobel a Dylan es una condecoración para la Industria cultural –que tiene su más alta cima en la música—, lo que significa que el premio es un estímulo para el consumo masivo de arte y cultura: “La condescendencia de ser ‘inclusivos’ es un afán demagogo que está arrastrando al arte y la cultura a bajar su nivel de creación, es tal la facilidad de llamar a cualquier estrofa ‘poema’ que la nueva poesía florece entre la simpleza y el twitterazo.”
Al comentar esto último, no puedo evitar pensar en una contradicción más del mundillo ‘de la literatura arrastrada por la condescendencia de la inclusión’, a raíz de un meme que vi en internet en el cual se criticaba un tuit de Dante Tercero, poeta becado por el Fonca con un proyecto de Poemojis (poemas hechos con emojis, ups: Avelina no te enojes más). El poeta transdisciplinar tuiteó lo siguiente: “Bob Dylan? No mamen”. Los poetas trans no reconocen a Dylan dentro de su gremio, qué lástima.
Pero no nos desviaremos del tema inicial, el último gran gurú de lo transdisciplinario Agustín Fernández Mallo –físico, poeta, narrador y autor de Pospoética: hacia un nuevo paradigma— también lanzó una diatriba contra el Nobel de literatura 2016 en su columna del día de hoy en el diario El Cultural titulada “Un corazón no funciona sin la totalidad de un cuerpo”. En su texto, el escritor español lanzaba la pregunta: ¿qué entiende la Academia sueca por literatura? El desacierto sueco no se fraguaba en otorgarle el premio a Dylan en la categoría de literatura, sino en la falta de una categoría musical. Si existiera el Nobel de la música, no habría ningún problema.
Fernández Mallo sentencia: “Lo colosal de Dylan es su obra musical, y ello es letra, música, interpretación, ética, moda, posicionamiento, etc. Separar de ese complejo organismo sus textos es como quitarle el corazón a la totalidad de un cuerpo y creer que podrá seguir hablándonos.”
Para finalizar voy a regresar a una idea de Villoro: alguna vez Homero recitó con una lira. Pero ahora ¿estará retorciéndose en su tumba?