Una ruta hacia el 2018 (ni los malos ni los peores)
Una buena parte de los mexicanos ha centrado sus conversaciones en lo que será la elección del 2018. Mientras que algunos ya decidieron organizarse alrededor de la que parece la única candidatura presidencial inamovible: la de López Obrador por Morena, otros están en la lógica de la especulación, sea dentro del régimen o de posibles candidaturas y/o coaliciones opositoras.
Existimos, también, los escépticos. Soy uno de los mexicanos que han apoyado a Andrés Manuel en el pasado —en 2006, concretamente—, pero que hoy tiene serias resistencias para volver a hacerlo, pese al enorme respeto y admiración que merece este hombre que honesto, tenaz y con una preocupación genuina por enfrentar los dos grandes problemas de México: la corrupción y la desigualdad.
También fui de los que creyó que en 2012 la candidatura de Marcelo Ebrard era una opción para atraer a electores que tradicionalmente han votado por el PAN, y la oportunidad de que una opción liberal y progresista creciera en regiones que siempre han sido un campo minado para la izquierda, como el norte y el occidente de México. En ese momento clave para el país, el empuje —a veces negativo— de Andrés Manuel, nos privó de esa posibilidad. Después, la brutalidad de un régimen que no ha construido nada en lo que va del sexenio, pero sí demostrado ser eficaz para destruir y reprimir, sumada a una serie de traiciones y deslealtades al interior del PRD, lograron sacar de la escena política, al menos momentáneamente, a a quien llegó a ser reconocido como el mejor alcalde del mundo.
El PRI no es opción. No sólo por el pésimo gobierno de Enrique Peña Nieto, sino por lo que vemos en todas las regiones del país: la generación de gobernantes más corrupta e incompetente de la historia.
Estas ideas bastan para ejemplificar el tipo de elector del que estoy hablando: uno que quiere que las reglas cambien y que se construya una nueva mayoría política en México, básicamente comprometida con los derechos humanos y el combate a la corrupción.
Para este tipo de elector, el PRI no es opción. No sólo por el pésimo gobierno de Enrique Peña Nieto, sino por lo que vemos en todas las regiones del país: la generación de gobernantes más corrupta e incompetente de la historia. Una clase política que tuvo la posibilidad de ser reformadora y que optó por tratar de refuncionalizar el viejo régimen con el único fin de hacer negocios.
En el caso de López Obrador, podemos no estar de acuerdo con la forma en la que los medios tradicionales magnifican sus errores y distorsionan su discurso, pero sí preocupa la lógica centralista con la que construye su movimiento político, su falta de claridad en debates puntuales de derechos humanos y su incapacidad para transformar su capital en una agenda de cambio para el país.
A pesar de el error histórico que significó el cogobierno con Peña Nieto, muchos podríamos considerar como opciones al PAN o al PRD si presentaran una candidatura consistente, con una plataforma sólida y con un perfil confiable. El problema principal es este último.
En el caso del PAN, las opciones de Margarita Zavala y Rafael Moreno Valle no representan cambio. Más allá del innegable carisma que su sobriedad le atrajo a la señora Zavala y de la eficacia del pragmatismo del gobernador de Puebla, ambos pertenecen a grupos —acaso linajes— políticos con vínculos públicos con la corrupción y sin compromiso con una agenda liberal y que defienda los derechos humanos.
Sobra decir que este el elector del que hablo no apoyaría los proyectos de quienes han visto en las candidaturas independientes la posibilidad de construir candidaturas, pero que han demostrado banalidad, megalomanía y vanidad de sobra: hablan más de ellos que del país y luchan más por likes que por construir un proyecto de nación o mayorías políticas.
Frente a un escenario de esta naturaleza, y la pregunta clave de ¿Qué hacer?, considero que lo primero que deberíamos de hacer es reconocernos, contarnos y organizarnos. Y para ello, propongo cinco ideas clave:
- Conformar un manifiesto concreto e incluyente de las causas que nos unen.
- Reconocernos el derecho a vetar ideas, pero no personas, para construir una nueva mayoría.
- Competir para ganar. Es decir: un no rotundo a candidaturas testimoniales.
- Aceptar que la política es local y sólo así es posible construir una alternativa nacional.
- Estar dispuestos a conformar una organización para el largo plazo. Para el 2018, sí, pero también para lo que venga después de las elecciones.
Sobre esta base, podría constituirse un movimiento político para poner a México de pie; un espacio plural, audaz y comprometido con transformaciones que la generación que hoy gobierna México no pudo lograr y, en muchos casos, siquiera imaginar.
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Imagen vía https://www.flickr.com/photos/parramitta/4459877072/ (Creative Commons)