Mañanitas para Jaime Augusto Shelley

 

“¡Qué! ¿Y de coger nada?”, preguntaba atónito el maestro Jaime Augusto Shelley a los alumnos del taller después de que el aprendiz de poeta leía su poema de amor.

Esta pregunta entrañaba una experiencia filosófica que, por supuesto, tenía que ver con la esencia de la poesía. Si uno no va más allá del simple nombramiento de una emoción –amor, soledad, ira— la revelación no se produce. El aprendiz de poeta salía llorando del salón de clase, herido por la virulenta ironía del maestro.

Jaime Augusto era la madre que pegaba fuerte con la escoba, para que la lección jamás se olvidara.
Yo asistí a aquel taller por espacio de dos años. En los cuales poco a poco me fui sumergiendo en una depresión creativa, producto del vértigo que me producían las violentas enseñanzas de Shelley. Sus críticas eran demoledoras sí, pero cumplían una función didáctica que te cimbraba los huesos. Jaime Augusto era la madre que pegaba fuerte con la escoba, para que la lección jamás se olvidara. Pienso que contraje una versión del Síndrome de Estocolmo, extraño la insidiosa personalidad de mi maestro, quien ahora goza del descanso que implica la jubilación.

Jaime Augusto Shelley formó parte del efímero grupo llamado La Espiga Amotinada. Una reunión de poetas que publicaron su primer libro bajo aquel título en el año de 1960.  La publicación fue leída como una especie de antología sin serlo estrictamente. La Espiga  era, en realidad, una reunión de cinco libros tan diversos entre sí, pero que armonizaban mutuamente, bajo un mismo nombre general. La Espiga fue un grupo inexistente, una invención: se inventó un archipiélago para reunir un conjunto de islas.  Desde entonces a Eraclio Zepeda, Jaime Labastida, Juan Bañuelos, Óscar Oliva y Jaime Augusto Shelley se les conoció como “los espigos”.

El supergroup sacó un segundo álbum (Ocupación de la palabra) antes  de la separación. Tras la desintegración, cada poeta desarrolló una obra personalísima y distintiva.

La importancia de este grupo radicó en que se convirtieron en un modelo para futuras generaciones de poetas, más de un crítico hizo notar la poderosa influencia que ejercieron los espigos tanto para las generaciones posteriores  como para los escritores ya consolidados (como Efraín Huerta). José Emilio Pacheco ha escrito al respecto: “Si vemos los defectos de La Espiga Amotinada, será posible apreciar mejor sus cualidades y el futuro iluminado que se abre a su expresión: cualidades, defectos y futuro compartidos por los poetas más jóvenes y que entre sus virtudes tienen, junto a los de La Espiga, el ejercicio de la autocrítica y la fraternidad: no siempre puestas en práctica por sus antepasados”.

Los espigos fueron fieles al espíritu de su época, sus posiciones políticas  y artísticas que se oponían al establishment cultural les valieron la enemistad de muchos personajes, sus presentaciones públicas siempre acarreaban la polémica. Uno de sus detractores fue Octavio Paz, quien utilizó su poder para ningunearlos –término ad hoc a los recursos del premio nobel—, esto  me lo contó en alguna ocasión el propio Shelley durante una breve entrevista que le hice sin proponérmelo.

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En aquellos años estaba yo muy interesado en los grupos literarios de izquierda, el nombre de la Espiga Amotinada había llegado a mis oídos por este derrotero, pero no podía encontrar el libro en ninguna biblioteca, mucho menos en librerías. La Espiga Amotinada es un libro inconseguible, puesto que jamás se ha vuelto a reeditar, la mayoría de los mismos espigos se han opuesto a esto por un principio ético: ¡sufragio efectivo, no republicación!  (la frase es de mi autoría).

Pasé varios días rastreando el libro en diferentes bibliotecas hasta que lo encontré en un fondo reservado: en la biblioteca personal de Jesús Silva Herzog que fue donada a la Facultad de Economía. Aquel fondo reservado sólo podía ser consultado por los alumnos de dicha facultad, yo pertenecía a Filosofía y Letras.

La Espiga Amotinada es un libro inconseguible, puesto que jamás se ha vuelto a reeditar

Conseguir el permiso para fotocopiar el libro fue sencillo. Llegué a la siguiente clase con mi ejemplar pirata para que me lo firmara Shelley, y así lo hizo. Mi intención con aquella edición fotocopiada era obtener las firmas de los cinco poetas pero tras el deceso de Eraclio Zepeda mi esperanza quedó trunca.

Después de leer con atención el libro, comencé a asediar al maestro con diferentes inquietudes. Shelley, respondió a la primera de ellas, “La Espiga Amotinada desapareció porque Paz se encargó de que así fuera”. Después de aquella respuesta, mis inquietudes crecieron aún más, y el maestro Jaime Augusto se encargó de alimentar mis preguntas con lecturas que el mismo me proporcionó. Me prestó un libro titulado La lucha permanente: Arte y sociedad en La Espiga Amotinada  de  Paul W. Borgeson. Este ejemplar venía acompañado de un separador que robé y que en el presente artículo comparto una fotografía. Recuerdo que le mentí al maestro diciéndole que estaba escribiendo un ensayo sobre la Espiga Amotinada, fue una mentira que tenía visos de realidad, haré ese ensayo algún día.

Sirva este texto  además como un pequeño homenaje para el maestro, este domingo que cumple 79 años de su edad.  

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