Juan Rulfo, un traductor misterioso
René Karl Wilhelm Johann Maria Rilke fue vestido –y tratado— como una niña por su madre hasta que cumplió los siete años de edad. A Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno lo vestían de marinerito.
Rulfo, entre los muchos empleos que tuvo que desempeñar para ganarse la vida, se encargó de cuidar las tripulaciones de barcos alemanes e italianos que llegaron a México durante la guerra. Rilke, por su parte, escribió Los Sonetos a Orfeo impulsado por el buen viento que le proporcionó el mar Adriático, tras instalarse en el castillo de su amiga la princesa María von Thurn und Taxis-Hohenlohe, donde comenzó a escribir uno de los más bellos poemas de la literatura universal: Las Elegías de Duino. “Era una mañana de gran viento [Rilke había salido a dar un paseo por los bastiones de la antigua fortaleza], y de pronto el poeta se detuvo, porque en medio del clamor acaba de oír una voz que lo llamaba y le murmuraba al oído: Wer, wenn ich schriee, hörte mich denn aus der Engel ordnungen? (¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las jerarquías de los ángeles?)”, relata el poeta catalán Agustí Bartra en el prólogo a Las historias del buen Dios. Canto del amor y de la muerte del corneta Christoph Rilke.
Rulfo escuchó, después de dar un paseo en una madrugada fría por la Ciudad de México, lo siguiente: “Y si un ángel me ciñera contra su corazón, la fuerza de su ser me borraría: porque la belleza no es sino el nacimiento de lo terrible.” Una prostituta, ceñida a uno de sus brazos como el ángel, le recitaba al autor del Llano en llamas aquellos versos. A partir de aquel instante, Rulfo, que intuía a la belleza como una fuerza destructiva, decidió traducir, como un mero ejercicio literario, los versos de Rainer Maria Rilke. Este ejercicio lo consignó, a manera de borradores, en sus diarios.
Sin embargo, la lectura que hizo Juan Rulfo del poeta alemán fue tan intensa que pasó de la simple transcripción de Las Elegías, a una verdadera y misteriosa apropiación de los versos originales. Logra, de esta manera, no sólo una reescritura, o una recreación de uno de los poemas más traducidos a nuestra lengua, sino una obra solitaria entre el camino de la transcripción y la creación. Quien se acerca a esta versión con la intención de conocer la poesía de Rilke debe tener cuidado. Porque leerá en esta obra algo más allá de lo que en un principio estaba buscando. Como reza la solapa de la edición de Sexto Piso a estas Elegías: “Este libro nos hará leer de forma muy distinta, por siempre, tanto la obra de Rulfo como la de Rilke, dos de los más grandes poetas de nuestro tiempo”.
Esta última frase merece mayor atención. Quien crea que el autor de Pedro Páramo es un narrador se equivoca. O para decirlo amablemente, se equivoca a medias. No es extraño que los más grandes narradores de la historia de la literatura hayan explorado el camino de la poesía. Algunos han publicado sus versos, como el caso de Herman Melville. Juan Rulfo, en su apasionado acercamiento con la poesía, no dejó jamás de escribir poesía. Pero lo hizo a través de su prosa. Vicente Quirarte ha reflexionado sobre este carácter rulfiano: “Acaso una de las características más notables de Pedro Páramo es que se trata de una novela lírica donde prácticamente no hay adjetivos […] Pertenece a la clase de obras que, de acuerdo con la clasificación de Freedman, hallan en la poesía su árbol genealógico. No de la poesía en el sentido del cultivo formal practicado por los Contemporáneos en la segunda década de nuestro siglo, sino de una manera de contar y decir que hereda de una de las aportaciones más importantes de las vanguardias: la preeminencia del sustantivo.” Como verdugo del adjetivo, Rulfo llevó a un nivel de pulcritud y contundencia aquella sentencia alarmista: “el adjetivo cuando no da vida, mata”.
Recordemos aquella otra sentencia de talante aún más macabro: “la poesía tal y como se ha conocido hasta ahora ha muerto, los más grandes poetas de nuestra generación escriben en prosa”.