Plagiar a Sabines
¿Quién no ha plagiado alguna vez en su vida al poeta Jaime Sabines? Yo lo hice en mi adolescencia. Iba a la secundaria y estaba enamorado de una güerita a quien no le interesaba en lo más mínimo mi presencia. Le escribí varias cartas en donde plagié poemas enteros de Sabines, agregando detalles significativos al delito, por ejemplo, en el verso siguiente “Tú tienes lo que busco, lo que deseo, lo que amo…” añadía su nombre, entonces el poema adquiría un tono mucho más íntimo y a mí me hacía ganar puntos. En una ocasión, durante el recreo, hablé con la güerita y lo primero que me preguntó fue: ¿En verdad tú escribes los poemas? Le dije que sí, con una fingida timidez. No obstante, ni los versos del poeta chiapaneco consolidaron aquel amor destinado al fracaso.
Seguramente Sabines se hubiera reído de mi derrota: “No te agüites mano, hay mujeres a las que les importa un carajo si eres poeta o no, lo feo nadie te lo quitará pero acostúmbrate a la ternura precisa: si una mujer está enferma, puedes curarla”. Aunque ustedes no lo crean, esto me dijo el gran maestro del ars amandi mucho tiempo después, cuando le pedí un consejo sobre la poesía. La historia de aquel encuentro que me cambió la vida es la siguiente. Cansado de fracasar en todas las lides amorosas que me ponía el destino, intenté suicidarme. Era la época de la preparatoria y me había enamorado profundamente de una muchacha cuyo nombre me parecía algo más que poético: Rosalía. Hice todos los plagios necesarios para acercarme a su corazón, pero ningún verso rozaba aquellos pétalos. Pasé noches en vela. Hasta que un día le llevé serenata a su casa y le dije, “si no me dices que sí, me suicido”. Por supuesto me dijo que sí aquella noche. Pero a los tres días me mandó al diablo. “Es que eres demasiado bueno para mí”, esta frase me devastó por siempre, ¿cómo puede uno dejar de ser suficientemente bueno? Después caí en el delirio. La adolescencia me enloqueció de despecho y a punto de tirarme de un quinto piso me desmayé.
La voz de Sabines me hablaba quedamente, recuerdo que me susurró: “Sólo el espejo de Narciso amó su muerte”. Después me tomó del brazo, me ayudó a levantarme y me condujo hacia un bar cercano, ahí charlamos sobre la muerte, el amor y las mujeres. Después desperté en la cama de un hospital, junto a mi madre que no dejaba de llorar. Pensé que en verdad me había muerto pero poco a poco me di cuenta de lo que había pasado. ¿Qué bitácora magnífica es el inconsciente? Los sueños son el atisbo de realidades insondables. ¡Hablé con el gran poeta Jaime Sabines en un sueño! Valiosa conversación aquella que durante mi adolescencia me salvó la vida. Hasta la fecha no he vuelto a caer en otro delirio semejante. Lamentablemente.
El pasado viernes 25 de marzo, en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, nació Sabines y su muerte sucedió en 1999, cuando yo tenía nueve años. No lo conocí en vida, pero lo escuché tantas veces. La cadencia de su voz, el ritmo de su recitación, la habilidad para declamar sus poemas, su fuerza expresiva y ese misterio tan cargado de ternura que emanaba de sus palabras, características que habitan en mí alma, pues infinitas ocasiones reproduje el CD en que la lectura de sus poemas fue grabada durante un homenaje que le rindieron en Bellas Artes. Siempre terminé aplaudiendo el fin del disco, y siempre su voz —su grave voz ya de anciano— me decía: “Estos son aplausos que duelen”.
Ojalá vuelva a hablar con el maestro pronto, espero que me visite en otro sueño.