Scrittore traditore
El poeta Fabio Morábito, nacido en Egipto —de padres italianos—, es un caso especial de escritores traidores. A los tres años su familia regresó a Italia, su infancia transcurrió en Milán, y a los quince años llegó a México, donde radica desde entonces. A pesar de que su lengua materna es el italiano toda su obra está escrita en español. Es autor de cuatro libros de poesía: Lotes baldíos, De lunes todo el año, La ola que regresa y Delante de un prado una vaca. Su obra poética le ha merecido los premios Carlos Pellicer (1985) y Aguascalientes (1991). Además ha escrito tres libros de cuentos y otros tantos de prosas. Tradujo la poesía completa de Eugenio Montale y el Aminta de Torquato Tasso. Y quién sabe qué más obras tendrá en el horno.
En uno de sus libros más recientes: El idioma materno, Morábito escribe una suerte de prosas que oscilan entre la poesía, el cuento breve y la reflexión minimalista —sin llegar al absurdo de la twitteratura (o como se llame a eso). En estos textos el poeta habla de su condición de traidor, cómo ha llegado a considerar al español como su verdadera lengua materna, mediante experiencias personales que lo han marcado irremediablemente. El escritor narra eventos de una cotidianidad basada en la literatura, los demasiados pocos libros, la poesía como un evento de vida, como una apropiación y como un robo, y el ejercicio poético de convivir con las cosas más sencillas del mundo para encontrar en ellas el atisbo hacia otros mundos. La puerta secreta se construye mediante el lenguaje, como una forma de huir que nos ata a innumerables sacrificios y condenas.
En una de las prosas que componen el libro, aquella titulada “La Soledad Lingüstica” esta idea se manifiesta: “¿no es el lenguaje, de por sí, una forma de migración?” Ahora que vivimos en los tiempos del lenguaje incluyente, es indispensable considerar esta reflexión, la lengua más que nunca es un ejercicio político, y por ende, un ejercicio de solidaridad. La lengua es, en esencia, excluyente, y está sometida a valoración, somos, en esencia, lo que hablamos. Por ejemplo, nos une el español, hablamos el mismo idioma, y tenemos la oportunidad de traducir cualquier otra lengua a la nuestra, con tan sólo la capacidad económica de oprimir un botón en un smarthphone, sin embargo, el entendimiento del otro es una mera ilusión, un evento inmediatísimo, porque la comprensión verdadera con los otros es un proceso aniquilado por el sistema. Vivimos también en una era de migrantes, todos somos migrantes, algunos físicos y otros morales, incluso se puede ser un migrante espiritual, religioso o ideológico. Y el lenguaje nos da la oportunidad de elegir una patria, una familia, una identidad, una forma de pensar o la capacidad para conmovernos de una manera y no de otra. Elegir una tribu, para darnos cuenta de que existen muchas otras, habitar un idioma materno para intuir las palabras de otras tribus. Elegir unas palabras porque “no es posible hablar exclusivamente un solo idioma”. Afirma Fabio Morábito: “sólo podemos hablar porque nuestro idioma no está solo”.