En Ciudad Bolívar crecen los hijos de las estrellas

Fotos: Juan Pablo Duarte, de la Secretaría de Educación de Bogotá. 

Al observar la foto más distante de nuestro planeta, a 600o millones de kilómetros, Carl Sagan la bautizó “the pale blue dot” (el pálido punto azul), y dijo esto para la historia:

Desde este punto tan distante, la Tierra puede carecer de un interés especial, pero para nosotros es diferente. Consideremos de nuevo ese punto. Eso es aquí, eso es nuestro hogar, eso somos nosotros. En él, todo aquel que quieras, todo aquel que conoces, todo aquel del que hayas oído hablar, todos los seres humanos que hayan existido vivieron ahí sus vidas. El conjunto de nuestras alegrías o sufrimientos, miles de confiadas religiones, ideologías, doctrinas económicas; cada cazador y cada recolector, cada héroe y cada cobarde, cada creador y destructor de civilizaciones, cada rey y cada plebeyo, cada pareja enamorada, cada madre y padre, cada niño esperanzado, inventor y explorador, cada formador de moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada líder supremo, cada santo y pecador en la historia de nuestra especie vivió ahí, en una mota de polvo suspendida en un rayo de sol.

La Tierra es un pequeñísimo escenario en una vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre derramados por todos esos generales y emperadores para que, en gloria y triunfo, pudieran convertirse en los amos temporales de una fracción de un punto. Piensa en las infinitas visitas crueles de los habitantes de una parte de ese pixel hacia los casi indistinguibles habitantes de cualquier otra parte, la frecuencia de sus malentendidos, la impaciencia por matarse los unos a los otros, lo fervientes que son sus odios. Nuestras posturas, nuestra imaginada autoimportancia, la falsa ilusión de tener una posición privilegiada en el Universo son desafiadas por ese punto de luz pálida.

Nuestro planeta es una mota solitaria en esta inmensa envolvente oscuridad cósmica, en nuestra oscuridad, en toda esta inmensa vastedad no hay ningún indicio de que la ayuda vendrá de algún sitio para salvarnos a nosotros de nosotros mismos. La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora capaz de albergar vida. No hay ningún otro sitio, al menos en un futuro cercano, al que nuestra especie pueda migrar. ¿Visitar?, sí. ¿Establecerse?, aún no.

Nos guste o no, por el momento, la Tierra es donde estamos. Se ha dicho que la astronomía es una experiencia constructora de carácter y humildad. Quizá no haya mejor demostración de la estupidez de los prejuicios humanos que esta imagen distante de nuestro diminuto mundo. Para mí, recalca nuestra responsabilidad de tratarnos los unos a los otros más amablemente y de preservar y cuidar el pálido punto azul. El único hogar que jamás hemos conocido.

La Tierra. Latinoamérica. Colombia. Bogotá. Ciudad Bolívar: la fracción de un punto, de un pálido punto azul. Un pixel desacreditado, señalado de ser difícil y violento, ajeno a lo que se anhelaría.

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En el pixel del pixel está Jaime Cabarca, un cartagenero que de niño recogía cangrejos mientras “miraba p’arriba”. Al cielo. Ahí donde todo es inmenso y mágico. Desconocido, al parecer.

Jaime ya no es un niño y ya no está más a la orilla del mar, ya no recoge más cangrejos. Tampoco mira solo el firmamento, lo acompañan ahora los estudiantes del colegio Cundinamarca, a los que sus padres recogen tarde porque no les alcanza el tiempo; ni el tiempo, ni la plata. Suele pasar en ese pixel mancillado.

“Hace 12 años, yo era coordinador de convivencia y cuando se acababa la jornada me quedaba con los que no recogían a tiempo. Salíamos al patio y ellos me preguntaban por las estrellas y si la luna estaba hecha de queso”, explica Jaime. Este fue el preámbulo para contar que luego vinieron las ‘Historias y leyendas del cielo’, del astrólogo Germán Puerta Restrepo, que él compartía con los estudiantes, que después se volvieron charlas y, un poco más tarde, el club de astronomía ‘Luna llena’, que al principio se reunía en el aula polivalente del colegio.

Luego vino el salón y el observatorio. Desde allí habla hoy Jaime, rodeado de planetas y cohetes a escala, además de artefactos lúdicos con los que los estudiantes interactúan.

“‘Luna llena’ tiene un observatorio de alta tecnología. Tenemos dos telescopios con un amplio espectro de conocimiento para asomarnos a las estrellas y hacer investigaciones como las manchas solares y su impacto en la tierra”, relata el cartagenero sin esconder la emoción.

Lo que sigue es trabajar en un radio especial para captar sonidos de los planetas y del sol. ¿A qué suena el Universo? Pronto los estudiantes del colegio Cundinamarca, en Ciudad Bolívar, Bogotá, Colombia, Latinoamérica, punto pálido azul, tendrán respuesta.

Mientras el profe Jaime habla de lo que se ha hecho y lo que se hará, y de las personalidades que han visitado el observatorio (Rafael Lorza Pitt, Germán Puerta y Jorge Guevara, entre otros muy importantes), Valery Alejandra Barragán Chávez juega con uno de los pequeños cohetes.

Ella tiene 11 años y está en quinto grado. Le diagnosticaron distrofia cerebelosa y discapacidad cognitiva moderada. Su planeta favorito es Saturno y confiesa que quiere ir a la Luna para ver a la Tierra desde allá. Forma parte de los estudiantes que conforman el club de astronomía, varios de ellos tienen algún tipo de diagnóstico especial.

“Acá se renueva todo y uno se divierte de otra forma”
Su hermana Tania Verónica Barragán, de 10 años, llegó al club gracias a Valery: “Ella venía los jueves y yo también quería meterme. Acá me gusta porque puedo aprender de los planetas y las galaxias. De cómo empezó todo”, afirma, para luego hablar, a su manera, del Big Bang.

Sergio Alejandro Ávila Mesa vive desde hace 16 años en Candelaria La Nueva. Presenta déficit cognitivo moderado y escoliosis dorso lumbar sin alteraciones en la morfología de cuerpos vertebrales. Hace cerca de dos años asiste a ‘Luna llena’: “Para mí, es una manera de ir más allá de las cosas, de pensar diferente. Acá se renueva todo y uno se divierte de otra forma porque sí, esto es un colegio y uno viene a aprender español y matemáticas, pero uno también quiere aprender cosas distintas”, apunta.

Para Jaime, la astronomía es la posibilidad para que los niños sueñen despiertos: “Nosotros tenemos la responsabilidad de incentivarlos en el conocimiento”, afirma.


En otro pixel de ese pixel, un poco más al oriente del colegio Cundinamarca, el ingeniero químico Maximiliano Alzate, más conocido como el profe Max, lidera el club de astronomía ‘Fénix’, en el colegio Rodrigo Lara Bonilla.

Asegura que este espacio, reconocido en la localidad, en la ciudad, en el país y fuera de él, ayuda a mostrarles a los chicos de Ciudad Bolívar que la vida, como una moneda, tiene dos caras: “Acá ellos se dan cuenta de que una de las caras está hecha de satisfacción, de saber que los deseos pueden hacerse realidad y que, a través del campo científico, nosotros estamos logrando eso”.

El profe Max habla con pasión de la bóveda celeste y de la panspermia, que, explica, es la teoría que sostiene que el origen de la vida en la Tierra es extraterrestre. Cita a Carl Sagan y a Stephen Hawking con frecuencia; pareciera que estas dos personalidades, a las que hubiera querido conocer, han poseído algo de su ser y, de paso, alguna pequeña parte de sus estudiantes. Constantemente nombra el punto azul perdido en el Universo. “No somos el centro de nada”, sentencia.


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“La única casa común que tenemos es la Tierra. Este planeta, que es una nave espacial, que se demora 365 días en darle la vuelta al sol. Aquí no hay nada más qué hacer. Si no cuidamos esto, no hay nada qué hacer”, puntualiza.

Por eso, Maximiliano combina las observaciones del cielo con las observaciones de Ciudad Bolívar. Del pixel estigmatizado. Explica: “Vamos y sembramos árboles, recuperamos humedales, estamos en todos los procesos sociales de la localidad, en la recuperación de la quebrada Lima, la cuenca del río Tunjuelo”, sitios ubicados muy cerca del botadero Doña Juana y muy lejos de lo que suele anhelarse.

Pero ahí, en esa fracción del pálido punto azul, crecen los hijos de las estrellas. Iván González es uno de ellos. Tiene 16 años y está en grado once. Lleva cuatro años en el club. “Cuando era casi un niño les di una conferencia a los estudiantes de once y me sentí muy bien, con confianza. Quiero ser alguien que pueda generar un cambio”, asevera.

Iván fue el protagonista de uno de los capítulos de Hijos de las estrellas, buscando mundos, una serie de Señal Colombia y Cábala Producciones; un programa que habla sobre cómo nace y evoluciona la ciencia y cómo la astronomía también sucedió en América con las civilizaciones mesoamericanas. Él cuenta, emocionado, lo provechoso que ha sido el club en su vida y cómo desde niño tuvo curiosidad por el firmamento.

“La vida a uno le cambia 180 grados cuando ve eso maravilloso del firmamento”

El capítulo que grabó Iván, junto al profe Max y otros jóvenes del club, fue una simulación de ellos estando en Marte, en el desierto de la Tatacoa, en el Huila, a 30 grados de temperatura y con trajes de astronauta.

En 2015, el club logró el reconocimiento de ser el mejor club del país. “De cinco galardones, nos ganamos tres: a desempeño, publicaciones y a innovación, además, Colombia quedó primero a nivel mundial entre 27 países y más de 47.000 estudiantes”, explica Iván.

Bryan Hernández tiene 13 años y está en séptimo grado. Confiesa que nunca imaginó que las estrellas en el cielo formaran figuras, por lo que se declara un fascinado con las constelaciones: “En la cúpula, con el telescopio, se siente muy chévere porque es algo que uno no se imagina que fuera así tan real”, apunta.

El sueño del observatorio del colegio Rodrigo Lara Bonilla es un sueño colectivo. Oswaldo Restrepo, un mecánico industrial que vive hace 40 años en Candelaria La Nueva y que educó a sus hijos en esta institución, formó parte de él: “Mi vinculación al observatorio fue por medio del profesor Max, desde que él tuvo la idea de ese proyecto. Acá no solo explican la teoría, sino también la práctica”, dice.

Según dice Maximiliano: “La vida a uno le cambia 180 grados cuando ve eso maravilloso del firmamento”. Por eso nos invita a todos a asomarnos por un telescopio. Tal vez así podamos acercarnos a la realidad de que todos somos parte de la misma mota de polvo suspendida en un rayo de sol y que, dentro de ella, ningún pixel es más importante que otro.

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