Las películas que no cabían en ‘Roma’

Vi Roma tarde porque mi vida nunca será igual, pero es tema de otra columna. Me chuté de segunda mano el drama acerca de “no le entiendes porque no eres de CDMX”. Todo el drama del estreno en cines alternativos (y con pobre sonido) junto a la entendible postura de Cinépolis y Cinemex contra algo que atenta su negocio. El racismo de los #Whitexicans contra la protagonista. Las notas sobre el descubrimiento de ella, como la anomalía que por desgracia sí es. Las reseñas de diez, por mexicanos y extranjeros.

¿Cómo disfrutas algo con tanta expectativa? Simplemente no lo haces. Un día antes de ver Roma, una persona mayor y conservadora me dijo lo que esperas de alguien en ese perfil: “es lenta, de bajo presupuesto y sólo es la historia de una muchacha”. No precisamente la lectura más aguda. Amigos con perfiles similares al mío decían que hasta lloraron. La vi en donde Alfonso Cuarón pensó al venderla (Netflix, en una computadora con contraste arbitrario, con interrupciones de mi bebé recién nacida). Encontré algo que me agradó mucho: transcurre en un año. Me encantan las películas en las que 1) hay muchas aventuras, 2) todo pasa en un año. Por ejemplo, las de Judd Apatow como Knocked Up. Todo lo contrario a las de Marvel, que también amo, pero que generalmente son en dos o tres días.

La reseña en el New Yorker se queja de que el personaje de Cleo no tiene postura o agenda política. Y sí, en realidad es una veleta en toda la historia, cosa que es un tanto decepcionante pero históricamente correcta. Las tomas más entrañables son de personas corriendo por una recreación obsesiva de una ciudad que nunca conoceré, al menos hasta que haya inmersiones a la CDMX de los setenta por realidad virtual. Ora a La Casa del Pavo, ora al IMSS, ora al campo para apagar el incendio. Por ese tipo de cosas, me siento cómodo al comparar Roma con otro especie de tributo excelso a otra ciudad que no conoceré: Las Batallas en el Desierto, de Josemilio.

Ambas obras hablan con nostalgia de la ciudad más fascinante del mundo (el DF, claro) en el tiempo cuando los autores vivieron su infancia. Un tono enamorado y nostálgico por diseño. Envidio la experiencia de aquellos que lo vivieron y tienen las emociones al disfrutar estos dos contenidos. Lo envidio con coraje. Tal vez hasta que algún autor haga la gran serie sobre el DF noventero. Total que ambos productos también tienen subtextos bastante tenebrosos. En Las Batallas, por ejemplo, hay una especie de antesala al TLC y el México agringado que todavía padecemos; además de una sutil crítica a la clase intelectual mocha como el hermano de Carlos, que es catolicote pero viola a la empleada doméstica. Por supuesto, posteriormente es parte de un partido conservador.

En Roma, no me pueden los temas del padre ausente o como “siempre estamos solas”. No soy el público objetivo. Para mí fue como ver otra recreación demencial de otros tiempos: Mad Men. “Ira que culera era la gente en ese tiempo, ira los coches tan imprácticos, ¿a poco le alcanzaba a la señora para mantener a su mamá, los hijos y dos trabajadoras?, ira la vida sin celular, ira que progres el doctor respeta a la ginecóloga mujer”. Sin esa inversión emocional por nostalgia, a mi experiencia le falta carnita.

Y está bien, las obras de arte nunca tienen que ser para todos. Hay decenas de fondos y lecturas, como que el patán que embaraza a Cleo tenía su entrenamiento paramilitar financiado por el PRI o que es insultante que los niños se tomen a juego la tragedia en la que se pierden los sembradíos y el trabajo de los campesinos. Pero esas son otras películas que no caben del todo en Roma. Insisto, se vale. Quien tuviera cincuenta y fuera del DF.

paco@bocadillo.mx / @masterq

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Una versión de esta columna fue publicada en LJA el domingo 6 de enero de 2018

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