Eternos indocumentados

La consigna es clara:

no te muevas,

quédate donde has nacido,

el mundo no es tuyo:

solo pertenece a los que pueden pagarlo.

Pero la gente

no atiende tales órdenes,

la gente camina, salta, se escurre

entre los intersticios del sistema.

Gabriel Trujillo Muñoz «Cruzar/Mudar/Permanecer. La filosofía de la frontera y sus pensamientos nómadas. Sentencias, meditaciones, aformismos».

1

-¿Quién baja en la línea?

Eso preguntaba el conductor de un autobús que recorre la ruta entre el centro y el palacio municipal de Tijuana. Mientras viajo, a mi lado izquierdo se levanta el muro de viviendas que recubre cerros, como una gran ola congelada que se traga los sueños de las personas que alguna vez pensaron que trabajar en una fábrica les acercaría al sueño de una mejor vida.

Entre los caminos de tierra que agrietan este muro de sueños rotos, pasan taxis colectivos, llenos de baho y silencio, caminan familias entre puestos de tacos y venta de ropa usada, la basura que proviene del otro lado, el lado más allá de la frustración y coraje, niños juegan en canchas inclinadas y mujeres jóvenes se esconden en el miedo y en taxis para no ser asesinadas.

De pronto un hombre sumamente golpeado hace la parada y sube con dificultad al camión. Tiene una traqueotomía y diversas costras en el rostro, su flacura lo delata como un hombre de las calles, su voz débil trata de articular algunas palabras:

-¿A dónde va señor?

-A la línea.

-¿La de Otay o la de San Isidro?

-San Isidro.

-Es esta, sólo tiene que caminar a la izquierda y ahí está la línea.

-¿Usted no me lleva a San Diego?

-No señor, mejor tome un taxi.

El señor se levanta con dificultad y desciende de la unidad, lo hace lentamente.

-Prefieren andar así, en la calle y golpeado que regresar a su casa, comenta una señora detrás de mi.

-¿Perdón?, comenta otra persona.

-Sí, seguro es de ellos y no se le ve ni cartera ni nada, se le ve muy mal pero mejor eso que regresar a su casa.

-…

2

Kellyn Mercedes Godoy Hernández es originaria de Langue, municipio de Valle, al sur de Honduras, muy cerca de la frontera con El Salvador. Tiene 24 años.

La caravana ya tenía dos semanas de haber salido. Yo veía en los reportes de los noticieros, que la caravana pasaba por tal lugar y así; ya luego salió una segunda caravana, salió de Choluteca.

En la noche yo analizaba toda la situación en Honduras, todo lo que había vivido, todo lo que estamos pensando. A raíz de eso, tomé la iniciativa de venirme. Salí de mi casa con mi sobrino, ando con él. ‘Vámonos, los dos nos apoyamos’. Y así fue.

Tengo una bebé de 5 años y me fue muy difícil dejarla. La dejé con mi mamá y no tuve el corazón de despedirme de ella. Esa es la visión mía, estar aquí y ya, yo quiero un mejor futuro para mi familia.

Cuando salgo de Honduras, yo contaba sólo con mil lempiras [cerca de 50 dólares] y mi sobrino 1, 200. Con eso nos fuimos. Tenía un trabajo pero no era como que ese trabajo daba para sobrevivir.

Tras avanzar con el apoyo de un motorista de tráiler, Kellyn y su sobrino llegan hasta San Miguel, departamento de El Salvador, ahí comienza una escena que se repetirá a lo largo de todo el trayecto a través de México: las gasolineras como espacios para dormir, para encontrarse, para definir la ruta.

De manera sorpresiva, varias personas les llevaron cena y comenzaron a apoyarles sin muchas preguntas. Varias les dieron dinero.

En Guatemala me acobardé y pensé en regresar, pero ya cuando entramos a México todo fue diferente, muchas personas nos apoyaron, nos han dado ropa, comida, lugares para dormir, ha habido mucha ayuda.

Unos buses en los que viajábamos nos dejaron a la mitad del camino, en lugar de hacer un recorrido de 6 o 7 horas nos dejaron luego de 3 horas, en la noche. Nos dejaron en una gasolinera muy sola, ya después vinieron unas camionetas y nos tomaban unas fotos a las mujeres, a los niños, mandaban las fotos por Whatsapp y todo muy sospechoso. Llegaron dos buses y no se identificaron como personas que querían apoyar a los migrantes, como pasaba en otros lugares y tampoco dejaron que les tomáramos fotos a las placas, todo muy sospechoso, había como 10 personas adentro de los buses.

Aquí en la caravana el lema es ‘el pueblo unido jamás será vencido’ y la verdad es que los hombres no durmieron esa noche, protegiendo a las mujeres y a los niños. Éramos pocas personas para responder a las personas que llegaron, por eso reconocemos la valentía de los hombres que nos cuidaron.

3

Ya no hay euforia en la cobertura de la migración masiva de aquellas personas originarias de Honduras y El Salvador. La fiebre ha pasado y sólo se han quedado las historias de vida que se alcanzan a colar a través de los oídos y las palabras de algún reportero o investigador.

En la colonia Mariano Matamoros, cede del albergue con mejores condiciones –el Barretal– la población cambia, se mueve, algunos ya están incorporados a la vida laboral de la construcción y otras artes similares, otros más estarán intentando cruzar la frontera, para escabullirse de la migra o para entregarse y aspirar a un refugio, tan incierto como su destino; el resto espera a que el gobierno mexicano les otorgue un asilo en este país.

Estoy viendo las oportunidades aquí, y estoy tramitando papeles para trabajar. Hay que ser realistas, de que nos van a abrir fronteras, yo lo dudo.

Mi mamá nos enseñó al comercio y al negocio porque no hay oportunidades de trabajo. Esperemos que aquí sí las podamos tener.

Mi visión es trabajar y tener un futuro mejor y si tengo la oportunidad acá, pues que sea lo que Dios quiera.

-Y dime Kellyn, ¿Qué es para ti el sueño americano?

El sueño americano es obtener mejores beneficios de los que obtenemos en Honduras, empleo, mejores oportunidades para mejorar a nuestra familia, porque obvio allá no las tenemos. Aquí pagan mejor y cada obrero es digno de sus salario. Hay mucho conformismo y eso también lo hace a uno emigrar.

Mientras tanto, en la noche tijuanense, algunos lugares se retacan de jóvenes que, aprovechando la ocasión, no dudan en desvivirse entre reguetón y otras danzas, no dudan en perrear y en ligar. Cientos de hondureñas y hondureños, salvadoreños y salvadoreñas, haitianos y haitianas abarrotan el Torito cada noche, como si no hubiera mañana.

Se aprende a tener una economía mixta, entre el dólar y el peso mexicano, mientras en algunas esquinas ya se venden como regalo lempiras y bolívares, a 20 pesos los primeros y a 50 los segundos. Esto es sin duda el resultado del genio latinoamericano: desvirtuar la moneda para venderla y hacer de ella un recuerdo del viaje a la coladera del continente.

Otro compañero hondureño se desvivía en encontrar un hotel para que su familia se quedara segura mientras él iba a trabajar en una óptica; en Tegucigalpa se formó como optometrista y aquí consiguió encargarse de los exámenes en un negocio del centro, cerca de la Línea. La mentada Línea que provoca esquizofrenia entre toda la gente que se mueve por estas calles, la sombra que acecha de noche.

En otro negocio, cerca del Benito, un local de comida ya lucía un letrero que habla de manera contundente: «Hay pollo frito y baliadas»; las dos, comidas típicas de afuera, de Haití y de Honduras. Nuevos rostros de Tijuana.

Por diversas razones y proyectos tuve la fortuna de situarme en esta frontera en el momento en que la Unidad Deportiva Benito Juárez se convertía en un basurero y se habilitaba un nuevo espacio. Fue en este contexto que conocí a Kellyn, quien estaba acompañándose de su sobrino y de algunas familias, una amiga en común nos presentó y luego la joven hondureña se encargó de brindarme confianza y permitirme conocer su historia y de alguna manera hacer algo para mejorar sus condiciones inmediatas, que eran, como las de todo mundo, un desastre.

Harto del discurso institucional, tanto de instancias mexicanas como de las internacionales que tuvieron presencia a lo largo del recorrido por todo México, quise salirme de la dinámica más evidente: sacar partido de las y los migrantes. Un miembro de un Importante–Cuerpo–Internacional, tuvo a bien derramar el vaso al preguntarme mi opinión sobre el destino que tenían que tener «toda esta gente».

En mi comunidad yo era asesora de productos Avón, pero era más que una asesora, me encargaba de atender hasta 130 señoras que vendían productos, les daba la información. La mayoría de mi barrio sabían a qué me dedicaba, cuando llegaban las cajas de productos, ellos sabían lo que contenían aquellas cajas; en cierta ocasión que hubo una tormenta muy, muy fuerte, entraron los carros doble cabina a mi barrio y me dijeron que podía dejar las cajas en mi casa pero yo no quería porque yo sabía la violencia que había en mi hogar.

Descargaron los productos y los dejaron en mi casa y los vecinos se dieron cuenta; en la noche yo oraba para que no me asaltaran. Pero de plano sí, se subieron por el techado de la casa, mataron a la perra, y me robaron todo, sólo una caja contenía entre 3000 y 5000 lempiras de productos. La empresa me apoyó y seguí trabajando pero como que a ellos les gustó lo que habían llevado y ya me vigíaban y de pronto me decían, ‘danos mil lempiras’, y aunque yo había cobrado no había sido el gran pago y yo les decía que no podía, pero ellos me contestaban, ‘si no nos das el dinero a tu hija te la vamos a traer’.

Los muchachos de la esquina, los mareros.

En el trabajo me gané varios premios con mucho trabajo y ellos se dieron cuenta y todo me lo llevaron; a ellos se les convirtió en una rutina el seguir mi vida, y entonces yo dije, ‘para estar trabajando para ellos…’, mejor me fui.

Me cansé de eso y eso me hizo salir de mi país. Toda la responsabilidad estaba sobre mi. Ellos tocaban el punto más débil de mi familia, que era mi hija. Me decían, ‘cuando tu hija salga a jugar te la vamos a llevar’.

Eran como 8 o 10 muchachos, en el día pasaban bien tranquilos como amigos, se sentaban conmigo y platicaban normal, pero ya en la tarde o noche no, se drogaban. Les tenía miedo.

Al distinguido miembro del organismo internacional no le importaban las razones de la diáspora, ni quiénes eran aquellas personas que dormían en tiendas de campaña, tampoco distinguía entre aquellos que venían de Honduras y los demás que habían nacido en El Salvador, lo más importante, en su cuita de poder, era decidir una ciudad o varias ciudades en donde repartirlos porque «en Tijuana no se pueden quedar, no pueden afear esta ciudad». Asqueado de esta actitud pensaba siempre en Kellyn, sus sueños y las razones que ella tuvo para salir de su país y recorrer el duro camino, tal y como señaló alguna vez el periodista salvadoreño Óscar Martínez: «De qué infierno estarán huyendo, que están dispuestos a pasar por el infierno mexicano».

Tratando de hacer un cálculo de cuántas personas componían a inicios de diciembre la diáspora centroamericana a las puertas de Estados Unidos, cotejando cifras con otros colegas periodistas, con miembros de las iglesias que habían hecho el recorrido, con investigadores y académicas, los números nunca cuadraron: se hablaba de 7,500 personas que llegaron en diversas caravanas, pero tan sólo se registraron 700 en la Unidad Benito Juárez; luego aparecieron 3000 en Barretal y se hablaba informalmente de 300 deportados. ¿Dónde quedaron los otros 4, 500 que no están en las cuentas?

Ni el gobierno saliente ni el de la Cuarta Transformación se han dignado a hacer un censo confiable, pero tampoco lo hizo ACNUR. Sin embargo, los únicos que visiblemente tratando de llevar un conteo fue Pueblos Sin Fronteras, quienes estaban muy interesados en llevar voluntarios a una huelga de hambre de la cual no se sabe –tampoco– el trasfondo.

¿De dónde viene realmente el desprecio que muchos mexicanos y mexicanas muestran frente a esta ola migratoria? ¿Acaso no somos producto de miles de migraciones en todas las escalas posibles? ¿Acaso no reproducimos el racismo del que nos quejamos cuando en Estados Unidos se trata mal al mexicano migrante, al mojado, al bracero? Pienso en lo afortunado de haber perreado en el mismo lugar que toda esa juventud catracha y guanaca, haitiana y mexicana. Me fascina la idea de ser parte de ese medio en el que la solidaridad se vuelve una parte fundamental de las densas noches tijuanenses.

Si uno hace una protesta en Honduras, por el salario o por algo así, lo que hacen los militares, en lugar de apoyarnos, nos tiran los gases lacrimógenos. El pueblo está cansado de esta situación. En las recientes elecciones hubo muchos niños muertos, se escuchaban las noticias y ahí se decía había muchas manifestaciones porque no lo queríamos a él como presidente, ya no queríamos vivir en lo mismo. Durante el conteo de votos, se fue la luz a nivel Honduras y cuando regresó, el señor, de un 45% que tenía apareció con un 85%, en un segundo. Eso no es jugarle limpio a Honduras, eso es jugarle sucio.

Para el primer semestre de 2018, el índice de violencia registrado indica una reducción del 12% en los asesinatos violentos, según el Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Esto indica también, que en el primer semestre 2017, se tenía un total de 2, 032 muertes y el mismo periodo tan sólo se registraron 1,848. Sin embargo, de esta cifra, se desprende que 191 son casos de feminicidio, pero no se tiene la cifra del año anterior para tener un comparativo.

Según el organismo universitario, la violencia en el país centroamericano permanece en los mismos departamentos: Distrito Central, San Pedro Sula, Choloma, El Progreso, Comayagua y La Ceiba. Mismos que son el punto de origen de la mayoría de los que integran las diversas caravanas que han hecho el largo recorrido hasta llegar a la ciudad fronteriza de Tijuana.

A pesar de estos datos, la violencia política ocasionada por la inconformidad ante los resultados electorales o ante el régimen de Juan Orlando Hernández no se ha contabilizado como un factor determinante para iniciar el éxodo en búsqueda de una mejor vida.

El 80% de los que protestaron en Honduras estamos aquí. Sin embargo esto no es por protestar, yo no hago todo esto por política, es por necesidad, para nosotros no es fácil. Venimos acá por nuestro propio futuro, yo en lo particular estoy cansada de la situación que se está viviendo en Honduras.

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