Y ahora despierta la niña que jetona estaba en mí, cuento de Alfredo Miranda

"Me levanto con el gargajo nicotero raspando mi garganta y las ganas de orinar de todas las mañanas, tropezándome al querer tocar piso para echar la meada, ¡caray! ¿Cómo le llamo a esto que veo? ¿Miopía, astigmatismo  o alucinaciones psicóticas?", presentamos un cuento de Alfredo Miranda

Por Alfredo Miranda

 

7 de la mañana, me levanto con el gargajo nicotero raspando mi garganta y las ganas de orinar de todas las mañanas, tropezándome al querer tocar piso para echar la meada, ¡caray! ¿Cómo le llamo a esto que veo? ¿Miopía, astigmatismo  o alucinaciones psicóticas?  Después de muchos años tengo las uñas de los pies cortadas tipo manicure y mis manos no huelen a tabaco como siempre, me vino  a la mente el buen juicio de mi edad temprana.

Por fin llego al baño para tomarme la ya acostumbrada fotografía mental de mi eminente calvicie, y sólo veo en el espejo a una niña regordeta con cabello largo y castaño, también lampiña puesto en su cuerpecito un pijama de Dora la Exploradora.

¡Pinche LSD, pinches pedas, pinchísimos mis huevos de no tomarme los antipsicóticos! De seguro la Susan me empedó y travistió, ¡si por todos los santos que estoy en mi sano juicio!; ¿Qué me está pasando!? Me prometió que sería buena onda, que muy amigos… desde que estalló la bomba de las modelos y acompañantes sexuales Zona Divas.

De seguro me drogó, esto no es normal, intento agarrarme el tizarrin y no lo siento. Palpo además buscándome los huevos y no siento nada, grito maldiciones a Dios y al Diablo, y a la putísima de Susan, el sollozo da pausa a mis mentadas de madre que todos los vecinos escucharon, mil veces pinche Susan, hija de la chingada, me lo cortaste, regrésate a tu pinche isla en crisis de agónica revolución Comunista, si mi jefa tenía razón, no debí juntarme con esa cochina malandra portadora de condones, cuchillos y lidocaina. La verdad nos hará libres, chingue su madre, me dije a mí mismo; autoexploré lo que quedaba de mi sexo, esperaba ver costras, pus o lo que fuera y sólo veo una virgen, pura y desentrenada vagina, repito estoy en mi sano juicio: ¿qué pasa? Por fin orino y me ducho en la regadera de Susan, para ir al trabajo respondiendo a mis obligaciones.

Tomo el colectivo: está hasta la madre. Me quedo viendo lascivamente a una preciosa mujer, a la que le calculo 19 años, me sonríe y después me cede el asiento; me digo, “piensa, ahí vas cabrón, no seas pendejo”, me digo, “está re bien”, me dice, corazón, después me pregunta si estoy perdida, le respondo que no y después les dice a mis viejos irresponsables.

Por fin llego al call center: hermosas mujeres de recursos humanos y dos afeminados me preguntan si busco a mi padre o madre, respondo que al Licenciado Alfredo Miranda (o sea yo), me ofrecen llamarme a mí mismo, con lo único intacto que cuento es con mi voz para decirles después, “valen para pura madre, pendejos”; después me responden, “de tal palo tal astilla, niña.”

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De regreso, las cosas no van bien, trato de callarme, pero no puedo evitar ver lascivamente en el pesero de regreso nalgas y escotes, toqueteo a placer a las morras que me laten, pero al final se asustan con mi voz del enano tuntún, una tetona hermosa  con bata  blanca de  la UNAM  me quiere llevar al psiquiátrico infantil, me le pelo para después de llegar al condominio a buscar a la Susan.

—Susan, no mames, soy Alfredo, ayer después de follar nos dormimos y amanecí así, cuando desperté estabas en tus clases de inglés, ¿me crees?

—Perdóname, niña, pero no sé de qué me hablas— le respondo que tiene un tatuaje en la espalda de la Santa Muerte, que el Roger está en el bote por padrote de viejas extranjeras y cuando no le late el cliente, que es casi siempre, les hace un skirt para que se vistan y se larguen.

Susan responde, “esto es increíble, sí eres Alfredo”, yo le digo que, por fa, me adopte en lo que se calma la cosa o alivianan, ella me dice que sí, pero con la condición de que duerma con la pijama de Dora la Exploradora, y que juguemos juntos con sus muñecas; yo sólo le respondo con esa voz de tuntún: ¡ya vas pinche vieja!

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1 comentario

  1. Lulú
    07/11/2018 at 07:49 — Responder

    Ja, ja, ja, ja….. Estuvo bueno este cuento! Eso es saber adaptarse a nuevas situaciones!

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