¿Qué ve México cuando se asoma al espejo?

Por Débora Hadaza

 

Hay un momento crucial en cada infante llamado narcisismo, en el que es su propio objeto de deseo y amor. Como Lacan nos ha enseñado el deseo es el deseo del otro; es el otro quién al mirarnos con deseo lo clava en nuestra mirada, nos amamos y deseamos porque alguien nos deseó y amó primero. Enfrente del espejo nuestra imagen es validada por el otro, nos regocijamos al sabernos y observarnos porque el otro se regocija al vernos viéndonos. La madre es, naturalmente, casi siempre ese primer gran otro, su imagen reflejada en ese pequeño otro, en ese espejo a escala de sí misma, le devuelve amor a su propio rostro. Amar al hijo es amarse en espejo. Para el infante esa experiencia erótica es indispensable para poder investir a otro como objeto de deseo y amor.

¿Qué vemos los mexicanos cuando nos asomamos al espejo? El año pasado, después de los temblores, en la nube de solidaridad  generalizada parecía que el amor se había convertido en nuestro rostro: “Cuando alguien te diga que tienes el nopal pintado en la frente, dile que lo traes en el corazón”, “Algún día le contarán a sus nietos que nacieron en un país que se abrazó tan fuerte que nunca volvió a temblar”. Recuerdo especialmente esas frases vistas en la red porque parecía que por fin estábamos en paz con nuestra imagen y ya podíamos abrazarnos sin repelernos. Esa nube aunque densa duró poco, la brumita que restaba las elecciones y la consulta reciente la terminaron de dispersar; se acabaron los abrazos y volvieron los balazos, los reales y los mediáticos. El desprecio al nopal, que también se puede llamar ser chairo, naco, jodido, prieto, regresó con una fuerza de bomba expansiva.

Es cierto, hay varios Méxicos, uno que la mayoría no conoce a no ser que lo vea por Netflix, de apellidos poderosos y juniors verdaderos. Otro, el lado B de la lista de Forbes, en el que se sobrevive con menos de un dólar al día, en el que es posible caer muerto sobre tus quesadillas en plena jornada de venta, en el que puedes llevar en brazos el cadáver de tu hijo por horas porque no alcanzaste a llegar al doctor más cercano, el México de la miseria y las víctimas, en dónde sales a buscar trabajo y te encuentran pudriéndote en una zanja. Y sin querer simplificar las cosas también existe un México de en medio, de una clase media que se deshebra entre la pobreza y las pretensiones. Ese es el que se enfrenta a sí mismo defendiendo o repudiando aeropuertos, el que se ofende cuando unos más jodidos le desprecian los frijoles “cómo se atreven, si eso como yo”. El México fragmentado que admira su pasado glorioso, a los mayas, mexicas, hasta a Tizoc, pero les niega la entrada a los indígenas en los restaurantes y se burla cuando una mixteca modela a Gucci y aparece en Vanity Fair. ,

Ese México que no ha dejado de ser un hijo de la chingada y esperar que su padre blanco, europeo, elegante y chingón lo reconozca. Esto es tan trillado como triste. Cuando en México una niña ve su imagen en el espejo y voltea a ver a su madre para que la valide, lo que ve es un rostro cubierto de maquillaje que esconde “sus imperfecciones”, la más grande de ellas, su color. El subtexto es demoledor, no puedes amarte a menos que luzcas como otra.

¿Qué vemos los mexicanos en el espejo? ¿Un indio por “civilizar”, un nopal que ocultar, olor a maíz que esconder? Es significativo que México sea el país que más gasta en shampoo y desodorante. ¿Qué vemos los mexicanos en el espejo? ¿El rostro humillado de la madre golpeada, una morena que no termina de sentirse hermosa? Quizá sería bueno pasar una de las tantas noches de insomnio viéndonos las caras, deteniéndonos en los rasgos del mestizaje, enamorándonos de eso “feo” que dicen tenemos. Tal vez así podamos reconocer en el rostro de otro mexicano algo deseable, algo digno de amar. Puede ser que así nos resulte familiar el color y la pena de los migrantes centroamericanos. A lo mejor así podamos pararnos ante el mundo sin achicarnos, mostrando lo que somos y queremos, seguros, rezumando deseo.

_____

_____

Previo

Fisura donde hundo el silencio: <i>Tsína rí nàyaxà’ (Cicatriz que te mira)</i> de Hubert Matiúwàa

Siguiente

El debate sobre maternidad subrogada se desvió a una crítica válida al mansplaining

1 comentario

  1. Perla Jara
    29/11/2018 at 03:37 — Responder

    Excelente reflexión !

Deja un comentario