{Narrativa} La primera investigación paranormal en México

Esta investigación se mantuvo en secreto, y hasta el día de hoy es difícil hallar documentos que apunten más pruebas sobre el caso. Pero quien ha escrito esta crónica habló directamente con el inspector Juan Zárate antes de que éste falleciera de una causa inexplicable en el invierno del 2001.

Es 31 de octubre de 1999, el cielo luce gris y parece que el sol no saldrá en todo el día. El inspector Juan Zárate trata de no pensar en el frío. Da la última calada a su Delicado, mientras espera a que Edmundo —el velador del panteón— abra su puerta.

Echa un vistazo a su reloj, son las 7:45 de la mañana. A lo lejos ladra un perro. El inspector busca al canino, recorre con la vista el panteón y sólo alcanza a ver tumbas y más tumbas. Tal vez se encuentre escondido detrás de una lápida.  Todo luce abandonado, muy diferente a cómo estará en los días siguientes, cuando la gente abarrota el panteón para celebrar el Día de Muertos.

Edmundo aparece en el umbral, su rostro parece el de un enfermo. Pálido y con los ojos hundidos, la tez calavérica. Pase, le dice al inspector, mientras trata de controlar el temblor de sus manos. El inspector entra y lo primero que siente es una atmósfera cargada de miedo, es ese tipo de miedo que se impregna en todos lados y deja un olor ácido, como de fruta echada a perder.

—Será mejor que comiences a contarme lo que has visto— le dice el inspector en tono amable, por eso le habla de tú, mientras observa el cuarto: una hornilla eléctrica, sobre el fuego hay una olla de peltre, el olor del café es casi imperceptible.

Se sienta en la única silla que hay en el cuarto y se da cuenta que sobre un pequeño escritorio hay muchas hojas de papel rellenas de palabras y símbolos. Toma una hoja e intenta leerla. Edmundo se la arrebata, y le pide una disculpa. Lo siento inspector, le dice, es una carta para mi hija.

No le cree.  Así que se relaja en la silla y le dice a Edmundo, “soy todo oídos”. El inspector es un policía con más de 20 años de experiencia, sabe cuándo alguien miente y cuándo alguien dice la verdad. Ronda los 50 y tiene esa mirada madura que te obliga a prestarle atención.

—Lo que pasa inspector es que…

Edmundo guarda silencio, parece que no se atreve a decir lo que tiene en mente.

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El inspector se levanta, y dice “si no me vas a contar será mejor que me vaya, no tengo tiempo para historias”.

El velador mira al inspector acercarse a la puerta y le suelta a bocajarro:

—Ha regresado La Llorona.

El inspector se quedó helado. Era lo último que esperaba escuchar.

Juan Zárate tenía veinte años, acababa de salir de la Academia de Policías cuando recibió una misión muy especial. Se trataba de participar en la primera investigación paranormal que llevó a cabo la recién inaugurada Agencia Federal de Investigación Paranormal (AFIP).

En ese momento, Juan no lo podía creer. Pero los hechos que vinieron después le hicieron creer más que nunca en que hay cosas que no podemos explicarnos con la lógica común. Hay presencias, atisbos de otro mundo que suceden en nuestra realidad. En esa misión Juan Zárate se curtió como un policía, fue su iniciación, pero no cualquier iniciación sino uno que lo dejó con los nervios alterados para siempre.

Como el joven Juan Zárate era uno de los agentes más destacados de la zona de Mila Alta, y conocía como la palma de su mano todo lo que sucedía en Mixquic, fue llamado para colaborar en esta investigación que tenía como objetivo rastrear a un ente espectral.

El pueblo atravesaba por un momento espeluznante, cada niño de brazos fallecía. La tasa de muertes infantiles puso alarma en la alcaldía. El alcalde pasó los reportes a la dependencia correspondiente, pero no sucedió nada. Hasta que un día una niña se perdió en el panteón y los vecinos exigieron la participación de la policía en la búsqueda.

La niña apareció, pero jamás volvió a hablar. Era la hija de Edmundo.

La pobre fue llevada a una clínica para enfermos mentales y ahí permanece internada hasta el día de hoy. La clínica está a cargo del Gobierno Federal como parte de un programa para rehabilitar a niños que han sufrido traumas de este tipo. ¿Pero cúales son los traumas de este tipo?, se preguntarán. La respuesta es sencilla, traumas relacionados con actividades paranormales.

No se sabe qué tipo de rehabilitación haya recibido la niña, pero sucede que un día habló y lo que dijo alarmó a los médicos, quienes dieron aviso a sus superiores y el caso llegó hasta oídos de altos funcionarios, incluidos los del Presidente de México.

Fue entonces que la Agencia Federal de Investigación Paranormal intervino en Mixquic como un ejercicio que podía a prueba a la policía mexicana.  Pues el presidente Ernesto Zedillo quería demostrar al mundo que México estaba al nivel de otros países que contaban con agencias de este tipo. Era como poner a México en el primer mundo de las investigaciones paranormales.


Es así como el Procurador de Justicia Jorge Madrazo Cuéllar junto con el secretario de la Defensa Nacional Enrique Cervantes Aguirre y el de la Marina José Ramón Lorenzo Franco, creó este órgano de la seguridad nacional. Proyecto que el presidente Ernesto Zedillo aplaudió.

Esta investigación se mantuvo en secreto, y hasta el día de hoy es difícil hallar documentos que apunten más pruebas sobre del caso. Pero quien ha escrito esta crónica habló directamente con el inspector Juan Zárate antes de que éste falleciera de una causa inexplicable en el invierno del 2001.

El inspector Juan Zárate es un hombre duro, casi inexpresivo. Pero cuando Edmundo mencionó el nombre de este ente espectral sus labios formaron una mueca de terror.

—Otra vez no…— dijo mientras se llevaba el crucifijo que le había regalado su madre a los labios. Juan Zárate nunca salía de casa sin dos objetos: una cadena dorada con una cruz y su Pietro Beretta nueve milímetros.


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Se santiguó una vez más antes de escuchar el relato de Edmundo.

—Escuché a la Llorona hace tres días, los perros no han dejado de ladrar desde entonces.

El inspector es alguien que va más allá de su trabajo. No sólo arresta y hace las diligencias que le ordenan. Le gusta su trabajo. Por lo cual, trata de resolver siempre todos los casos. Hasta podría decirse que es un hombre honesto, como pocos policías pueden serlo en México. También podría decirse que es un hombre valiente. No le teme a la muerte. En más de una ocasión se ha visto frente al ojo de la pistola de un criminal y nunca en esas ocasiones ha sentido algo cercano al temor.

Sólo una vez ha tenido miedo.

La única vez que lo sintió, este sentimiento lo obligó a tirarse al suelo y temblar como un niño pequeño.

Esa ocasión fue cuando miró a los ojos a la Llorona.

Ahora, con las palabras de Edmundo, los recuerdos de aquella noche terrible se le agolpan en la cabeza. Comienza a sudar y su corazón se acelera. Es el miedo que trata de apoderarse de él, nuevamente. El miedo que sólo una vez ha sentido en la vida y que ahora trata de volver a él y estrangularlo.

Entonces el inspector recuerda los ojos de ese maldito espectro y tiembla nuevamente, como esa noche en que tembló como un niño. La Llorona parecía una mujer común y corriente tejiendo sentada sobre una tumba, cantaba una vieja canción de cuna.

Cuando el policía Juan Zárate vio a la mujer le gritó “No se mueva, levante las manos y dígame su nombre”. La mujer fantasma no dejaba de cantar, parecía que no lo había escuchado.

Juan Zárate se puso nervioso y le espetó “si no deja de cantar voy a dispararle, se lo advierto”.

Se aproximo con cautela, sin dejar de apuntar con su pistola a la cabeza de la mujer. Al acercarse  se dio cuenta que tenía el rostro de su madre fallecida y entonces reconoció su voz. El fantasma le decía, “ven Juanito acércate, cómo te extraño mi niño…”

Y Juan Zárate se acercaba a ella como atraído por una fuerza extraña y aterradora.

El inspector tenía los pies adormecidos por caminar en el frío, había dejado atrás a sus compañeros para rastrear unas huellas extrañas. Siguió ese rastro hasta que se topó por fin ante los ojos del fantasma.

“¡Cómo es posible que hables como mi madre, maldita burja!”,  gritó, tomó su beretta  y comenzó a disparar, pero las balas atravesaban el cuerpo de la mujer. Los balazos resonaron en todo el panteón. Sus compañeros escucharon las detonaciones y comenzaron a correr hacia donde se encontraba Juan.

El espíritu comenzó a cantar la misma canción que cantaba su madre para arrullarlo. “Ahora eres tú quién va a morir”, le dijo el fantasma a Juan, “porque debiste morir cuando eras niño y te salvaste”. Entonces el espíritu tomó la forma de una yegua y comenzó a correr hacia donde estaba el joven oficial Juan Zárate, quien se quedó pasmado con el tamaño del animal y el demencial cráneo que no era el de un caballo sino el de una mujer.

Lo único que pudo hacer el policía fue levantar la pequeña cruz que le había dado su madre. “Para que te cuide de los peligros que hay en la policía, hijo”.

La yegua detuvo su carrera. Juan quedó estupefacto. “Qué pasa, porque no vienes a matarme, maldita bruja”, se preguntó en sus pensamientos.

La yegua simplemente se dio la vuelta y comenzó a trotar hacia el otro lado. El inspector nunca entendió lo que había pasado.  Quizá nunca lo entenderá.

 

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