El final de House of Cards no necesitó nunca a Kevin, aunque pesa el fantasma de Frank Underwood

Reseña en #VíaAlternativa


House of Cards es una serie que resonó fuertemente en mi entorno, porque va de política, por la cara de póker, por el colgar el teléfono y decir fuck you. Era, en un principio, el tratamiento Mad Men al drama político. Gran guión, mejor director y un elenco de primera. A más de una persona escuché sentenciar que ahora sería más como Frank Underwood, sin perdonar y con dureza en el arte de negociar. Asimismo, ubiqué a los Doug Stamper personales de bastantes Peor cuando uno se ubica como uno. Soy su elemento, infalible, señor.

Desde la tercera temporada, y en gran medida por la explosión de series exclusivas de Netflix, la popularidad del serial de Kevin Spacey y Robin Wright decayó a la par del guión. David Fincher, si bien marcó el tono visual y es uno de los productores ejecutivos, ha estado alejado del proyecto desde entonces y se nota el motín que han realizado los guionistas y productores más bien emanados del mundo teatro, con discursos grandilocuentes y un ritmo que es todo lo contrario a lo caótico de otros dramas de prestigio. Digo, no es algo malo. Para empezar, la dirección de Fincher tiene prohibido el usar cámara de mano, a diferencia otros contemporáneos profetas del cine como Zack Snyder o Judd Apatow. Su estilo de tomas largas y desenfoques, que han seguido los demás directores contratados, es ideal para el tipo de guión donde es esencial la reacción en tiempo real del otro actor.

Todo el choro es para decir que esta convergencia de visuales impecables con un guión telenovelesco, alienó a muchos espectadores que más bien han encontrado refugio en la narrativa woke y los desnudos lésbicos de Orange is the New Black, los hombres complicados de Billions o las fantasías homicidas de Westworld. Y es así como pocos, en relación al estreno, verán la mejor temporada de House of Cards en cuatro años. Casualidad o no, la salida de Kevin Spacey (de quien no aparece ni una fotografía) ha revivido la trama, con líneas autocríticas y guiños al #MeToo que no caerán muy bien en la memoria del exprotagonista acusado de abuso de chicos menores de edad.

El reino del hombre blanco de mediana edad ha terminado, una frase de Claire, la señora presidenta, pero también una especie de declaración de independencia por parte de la producción luego de una temporada (la quinta) errática y con errores de lógica tremendos, cuando era cada vez más difícil sostener que Robin Wright era un elemento más atractivo de la serie, más que el mismo rol de Spacey. Insisto: la historia no es muy amable con Frank Underwood, aunque su fantasma sigue en cada episodio. Hasta el final.

Tampoco es casualidad, desde el año pasado uno de los dos productores ejecutivos es mujer. Y una con más experiencia en teatro que en cine o televisión: Melissa James Gibson.

Bocadillo: La pregunta del millón, no hace falta Kevin Spacey. Sorry.

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Una versión de esta columna fue publicada en La Jornada Aguascalientes

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