Sala de estar

Este  texto es parte de nuestra serie sobre Visita guiada a una sala de estar’ de Pura López Colomé, cortesía de Rayuela diseño editorial. Puedes consultar tres fragmentos aquí.

A continuación, el texto que uno de los alumnos de la UDG Lagos preparó para la presentación del título.


Una sala de estar. De ahí parte este ensayo, donde Pura nos va guiando, nos muestra cómo y por qué es importante tener este lugar, pues más que un espacio físico brindado por una casa, es un espacio mental. Una sala de estar es un lugar en el que podemos dedicarnos a estar con nosotros mismos, pues ahí no hay distracciones y la atención está en el propio pensamiento. Me parece muy interesante e indispensable que dispongamos de este lugar, estoy segura que todos contamos con una sala de estar, pero no todos asistimos con la frecuencia que se requiere.

La sala de estar de Pura me recordó al ensayo de Virginia Woolf, Una habitación propia, publicado en 1929, pues también nos lleva a la importancia de tener nuestro espacio —nuestra sala de estar—, aunque el de Wolf está más encaminado a la lucha de la mujer para conseguirlo, para apropiarse de él, pues es un espacio para pensar, reflexionar, leer y escribir, entre otras cosas, tareas que no se consideraban propias de la mujer y no por falta de capacidad, sino porque no estaba permitido para nosotras.

Pura López Colomé nos cuenta, en cinco escalas, su fascinación por el lenguaje, cómo desde una edad muy temprana, las palabras, los diferentes tonos de voz, las pronunciaciones y todo esto que tiene que ver con el lenguaje, gozaba siempre de su atención. «Casi aprendí a leer sola», nos dice. Y gracias a la Biblia —el nuevo y el antiguo testamento— logró establecer el vínculo entre el nombre y el sentido. La práctica cristiana y ultra católica, como describe Pura su vida familiar, para ella fue una gran influencia, y quizá es por eso que siempre prefirió leer historias de seres humanos a cuentos de fantasía.

Cuenta de su cabecera de madera que tenía una veta: un ojo abierto con la pupila fija; su mirada reflejaba a la del triángulo de la santísima trinidad, vigilante a toda hora, de la que no se podía huir. Leer estas historias de Pura, irremediablemente me remitió a mi infancia, cuando tendría entre 6 y 8 años y mi maestra de moral, que era una madre, y digo «madre» refiriéndome a una religiosa, no una madre de ocho hijos, pues son los que Dios le mandó. Esta maestra nos decía que al levantarnos debíamos persignarnos antes de salir de nuestra habitación, pues el diablo estaba afuera esperando y al ver que no nos habíamos persignados nos acompañaría durante todo el día. Así, me persignaba 3 o 4 veces antes de salir, por si las dudas. Vaya manera de formar.

A los doce años de edad, Pura fue enviada a estudiar a un internado en Dakota del Sur, Estados Unidos. Es ahí donde, gracias a una religiosa, su gusto por la poesía salió a flote y aprender otro idioma, la llevaron a la traducción. Esa atracción por las letras condujo a Pura a la poesía, que para ella significa elevación del espíritu, por lo que escribir poesía le ha dado un nuevo sentido.

Al leer a Pura resulta fácil contagiarse de su sensibilidad. También nos muestra la gran riqueza del lenguaje, y al mismo tiempo la importancia de entenderlo y conocerlo a fondo. El lenguaje lo es todo, es nuestra herramienta de la vida diaria y las herramientas sirven para crear, para construir. Hablemos sobre «nombrar», y como Pura nos explica, el poeta tiene una gran habilidad para ponerle nombre a lo que vemos, sentimos o pensamos. O también nombrar eso que ni siquiera podemos explicar, nos permite apropiarnos de ello; por eso que no debemos limitar nuestro lenguaje: entre más lo conozco más me apropio de él. Aquí sale a colación aquello de que «no se ama lo que no se conoce».

Es cierto que una lectura te lleva a otra y en el ensayo biográfico de Pura, encontramos bastantes referencias, sobre todo, de las personas que llevaron a Pura de un texto a otro, de un poema a otro y de traducción en traducción («Si la lectura, la lectura, la lectura me seguía alimentando; si me provocaba ese inconfundible placer que transforma la manera de proceder y percibir el mundo, esto naturalmente actuaría sobre mi escritura». Pienso entonces que todas aquellas personas que nos invitan o nos llevan consciente o inconscientemente al mundo de la lectura y la poesía son seres que debemos atesorar.

 

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