Elizabeth y Tadeo: por una defensa de nuestros muertos

Elizabeth de la Rosa murió este lunes. Hace tres meses murió su bebé, Tadeo. Ambos perdieron la vida como consecuencia del incendio deliberado de un camión en el contexto de un narcobloqueo en Guadalajara. Elizabeth vivió en su cuerpo dos de los dolores más terribles: las intensas quemaduras y la pérdida de un hijo: una vida truncada antes de ser vivida.

El martes por la tarde se reunió un grupo en la Glorieta de los Desaparecidos para velar a Elizabeth, a Tadeo y a las víctimas de la guerra actual en México. Familiares suyos tuvieron la fuerza de estar presentes. Sostuvieron velas y veladoras, mostrando que el fuego tiene otros usos posibles. No es ningún descubrimiento y sin embargo alumbra algo. Walter Benjamin diría, quizá, que hace relumbrar un recuerdo en un instante de peligro. Un instante de peligro que ha durado años y se llama México.

La manifestación fue silenciosa; sin embargo, consiguió que la prensa hablara más sobre el tema. Hoy me encontré, sin buscarlo, un artículo en este medio sobre el caso. En un primer momento me dio gusto, porque muestra que esto no está pasando desapercibido: hay quienes lo seguimos hablando, contando, y contar cuenta. Como dice Antígona González que busca el cuerpo de su hermano Tadeo: Contarlos a todos. / Nombrarlos a todos para decir: este cuerpo podría ser el mío. / El cuerpo de uno de los míos. / Para no olvidar que todos los cuerpos sin nombre / son nuestros cuerpos perdidos. (Sara Uribe, 2012)

Pero precisamente por esto, porque contarlos y dar cuenta de ellos importa, me sentí en necesidad de escribir yo también este artículo, respondiendo al que leí. Porque la representación de nuestros muertos importa. Y no me refiero a hablar por ellos. Porque hay algo que ellos ya dicen, como nos recuerda la canción de Daniel Viglietti: Dicen que ahora viven / en tu mirada. / Sostenlos con tus ojos, / con tus palabras; / sostenlos con tu vida / que no se pierdan, / que no se caigan. // Escucha, escucha; / otra voz canta. // No son sólo memoria, / son vida abierta, / continua y ancha; / son camino que empieza.

Digo que la representación de nuestros muertos importa en tanto importa cómo contamos su historia: cómo los dibujamos, cómo los mostramos. El artículo que leí alude a un cartón de Qucho donde Elizabeth y Tadeo aparecen sobre las nubes de un cielo azul, juntos e incluso con alas como ángeles. Entiendo las buenas intenciones tanto del cartón como del artículo, pero me parece peligroso siquiera pensar algo como que ya “nadie podrá hacerles daño jamás, porque lejos están de ese mundo […]”. Porque nadie sabe si hay otra vida después de la vida, pero lo cierto es que hay algo de Tadeo y de Elizabeth que sigue en este mundo. Quiero decir que más allá o más acá de imaginarlos en un cielo azul, hay que defender a nuestros muertos. El mismo Benjamin ya lo decía: “Tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer.”

Este texto no es una confrontación al autor del artículo: el enemigo no somos nosotros. Este texto es un llamamiento a defender a nuestros muertos, su memoria y “el camino que empieza”. En ese sentido, hay algo más sobre el artículo que quiero comentar: el momento en que hace referencia al bebé Rocamadour de Rayuela y a una nota que Lucía escribe, porque quizá hay que darle la vuelta a eso que dice la nota (y que el autor ya pone en cuestión): “el mundo ya no importa si uno no tiene fuerzas para seguir eligiendo algo verdadero […]”. Dado que Elizabeth decidió dejar el tratamiento, el autor se pregunta si acaso ella “perdió la fuerza que nos hace sentirnos parte de este mundo […]”. Quizá habría que considerar, por el contrario, que ella tuvo la fuerza de elegir algo verdadero: dejar un mundo al que la vida parecía no importarle.

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