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Elizabeth


Dicen que hemos perdido la capacidad de asombro, que la vida que hemos decidido a sobrellevar nos ha endurecido, que nos impide sensibilizarnos, que la violencia que padecemos se ha hecho tan cotidiana que la vemos pasar frente a nuestros ojos para seguir adelante. La violencia nos cerca, ya no se trata de un caso alejado, de un rumor, de un caso aislado, nos rodea con tristes historias de conocidos, de amigos, de familiares, y de nosotros mismos, que con rabia e impotencia contamos lo que nos pasó, como si fuera un ridículo concurso en que nadie gana.

Tadeo tenía ocho meses cuando supimos su historia. Iba en un camión con su madre cuando alguien decidió que lo mejor para congraciarse con “el de la plaza” y demostrar lo invencibles que son era subir a esa unidad, rociar gasolina y prender fuego. No se necesita más que unos litros de combustible y unos desgraciados para llenarnos de terror e impotencia. La historia dio vuelta al mundo y quienes la supimos la recibimos con dolor, pocos días después, un cartón enunció el fracaso generalizado, un clamor en la derrota, y una epifanía: “Perdónanos Tadeo. No pudimos darte un país mejor en el que pudieras vivir”.

Elizabeth tenía 26 años, difícilmente sabremos qué era de su vida antes de esa noche, pasó los últimos meses luchando por su vida en un hospital con el lacerante dolor de haber perdido a su hijo, no hay nada que atente tanto con la naturaleza que la pérdida de los más jóvenes, la vida, por más absurda que pueda llegar a ser por sí misma, encuentra un orden en reglas que la idiotez del hombre revoca con su miserable propensión al mal. Anoche dejó de vivir, se rehusó a seguir el tratamiento y el sufrimiento que también eso le traía. La determinación es la fuerza más grande del ser humano y cargada con voluntad es imparable. Ayer mismo vi la nota y recordé un fragmento que me conmovió, Lucía le escribe a su hijo en un cuartucho de París y le pide perdón por ser así con él “porque el mundo ya no importa si uno no tiene fuerzas para seguir eligiendo algo verdadero, si uno se ordena como un cajón de la cómoda y te pone a ti de un lado, el domingo del otro, el amor de la madre, el juguete nuevo, la gare de Montparnasse, el tren, la visita que hay que hacer” le dice, sabiendo que el niño no la comprende, que tal vez nadie lo hace y por eso se escribe a sí misma para mantener su disfraz de maga en una narración que reclama palanganas para el llanto.

No sé qué habrá pasado, tal vez perdió esa fuerza que nos hace sentirnos parte de este mundo y nos lleva a seguir adelante en un mundo que se ha empeñado en la Caída y sigue desmoronándose de nuestras manos, esas que lo estrujan y pulverizan.

Quiero creer que están juntos, no sé si en el espejismo que ofrece un dios sordo y cobarde, le daría esa duda a lo que me queda de fe. Otro cartón los pone así, felices porque están juntos, porque nadie podrá hacerles daño jamás, porque lejos están de ese mundo que se sigue asombrando con la capacidad que la Humanidad tiene para hacer daño a otros y con esto, a nosotros mismos, esa misma Humanidad que puede volver a sensibilizarnos y nos reclamará algún día por no darle a Tadeo ni a Elizabeth un país mejor en el que pudieran vivir: “y te quiero tanto, Rocamadour, bebé Rocamadour, dientecito de ajo, te quiero tanto, nariz de azúcar, arbolito, caballito de juguete…”

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1 comentario

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