«Estas son nuestras tierras y vamos a seguir luchando por ellas»: Defensa del territorio en una comunidad indígena tepecana

En dos días comimos dos veces caldo de pescado. Pescado de río. Metidos en el corazón de la sierra norte de Jalisco, nos percatamos que San Lorenzo de Azqueltán, comunidad que nos recibe con mucho ánimo y fraternidad, es afortunada por tener al menos dos brazos del río Bolaños que la rodean. Hace 45 grados centígrados de temperatura y si no fuera por estas limpias aguas rivereñas, la comunidad sería un horno.

Las señoras de la casa están haciendo las tortillas al mismo tiempo que nos brindan las buenas tardes, en la habitación donde se improvisa una mesa y unas sillas, entran y salen niños, hombre mayores y mujeres con vestidos coloridos. Aunque sólo nos conocen quienes han hecho con nosotros el viaje desde Guadalajara, el resto nos saluda como si tuviéramos toda la vida de habernos frecuentado.

–Siéntense a comer, de seguro el viaje fue largo–nos pide una de las mujeres que han hecho la comida.

Hace mucho calor y decidimos aceptar la invitación a comer el caldo de pescado acompañado de tortillas y un poco de chile. El agua fresca se acaba rápido y hay que tomar más. Catarino se sienta frente a nosotros, los periodistas que quisieron venir a conocer su comunidad y conocer de primera mano los pormenores de una lucha en defensa de las tierras comunales.

Foto: Scott Brennan
Foto: Scott Brennan

Sobrevivientes

La comunidad indígena que nos recibe comenzó desde hace poco más de tres años un litigio para obtener la restitución de 38,000 de las 94,000 hectáreas que le fueron concedidas en 1733 a través de una ordenanza virreinal. En aquel entonces México no existía como nación ni como idea, su territorio estaba dividido en virreinatos y ellos, a su vez, dependían de la coronal española. Las identidades eran otras, los pueblos que en aquel entonces recibieron estas ordenanzas han desaparecido casi en su totalidad.

Sin embargo, aún quedan algunos y han conservado bien los documentos que certifican que son los usufructuarios de determinadas extensiones de tierra. Sobrevivieron a la guerra de independencia, al sangriento siglo XIX, a la revolución fracasada, al siglo del Partido de la Revolución Institucional (PRI) y ahora luchan en contra de los herederos del despojo, pequeños propietarios, empresas mineras que esperan el menor descuido para empezar las extracciones. Sobrevivientes de culturas milenarias.

Estas tierras, según nos cuenta Catarino con  efusividad, fueron primero habitadas por aquellos mayores que son conocidos como tepecanos, aunque en muchas de las referencias actuales se les llama tepehuanos; tiempo después, cuando la mayoría de estos primeros habitantes se extinguieron, los wixaritari comenzaron a vivir en sus tierras sin dejar de reconocer su privilegiada herencia de cosmovisión.

Refrendado como válido en 1954 por la Secretaría de la Reforma Agraria, el título u ordenanza virreinal se ubica por encima de los títulos ejidales y de pequeña propiedad, por lo que sería de esperarse que el tribunal agrario resuelva a favor de la comunidad indígena, quienes han presentado toda la documentación y han actuado conforme a derecho. Su abogado, Rubén Ávila Tena, ha expresado esta situación en varias ocasiones y además ha señalado una serie de irregularidades por parte de los pequeños propietarios.

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Nuestro animado compañero de mesa es el representante agrario suplente, su nombre es Catarino Aguilar Márquez, fue secuestrado por un grupo de gente armada el 19 de abril de 2018 junto con su sobrino Noé Aguilar Rojas, un joven comunero; al día siguiente, las personas que se los llevaron los dejaron en un punto de la sierra, les quitaron las esposas con las que los inmovilizaron durante un día y sin decir una palabra los abandonaron ahí.

Al día siguiente, las personas que se los llevaron los dejaron en un punto de la sierra, les quitaron las esposas con las que los inmovilizaron durante un día y sin decir una palabra los abandonaron ahí

«No pudimos ver los rostros de las personas que nos llevaron, fue muy rápido y muy confuso todo, tampoco nos golpearon mucho, no sabemos quiénes son pero por el contexto en el que nos encontramos, suponemos que es una manera más de amedrentarnos que tienen los pequeños propietarios que no reconocen nuestras tierras», me dice Catarino casi al final de la visita al cerro sagrado de Colotlán. Su rostro lucía tranquilo y no había rastro de sudor.

El pueblo tepecano (o’dam según su propia lengua) está repartido en los actuales estados de Nayarit, Jalisco, Durango y Chihuahua. No se conocen las razones de su disgregación pero sí se tiene registro de la defensa de su territorio desde hace siglos, de ahí que la resolución virreinal sea fundamental: es una victoria en un mar de luchas y despojos.

Por lo menos en Azqueltán la lengua madre se ha perdido, lo que hoy se habla es el wixaritari y el español; las poblaciones indígenas están mezcladas y conviven como buenos vecinos desde bastantes generaciones.

–La gente a veces se confunde y nos llaman huicholes, pero nosotros somos indígenas tepecanos.

 

El conflicto

«Hicimos un trámite agrario –explica Catarino– que se llama titulación y confirmación de bienes comunales ante el tribunal agrario de Guadalajara. Hace aproximadamente un año tuvimos una reunión en Asuntos Agrarios del estado, con el presidente municipal, Aldo Gamboa, respecto a algunos problemas que ya estaban surgiendo. Ahí se comprometió él a hacer llegar la noticia a todas las personas de las rancherías que se abstuvieran de andar cercando, de invadir terrenos».

Foto: Scott Brennan

Para el grupo de familias indígenas que sostienen el trámite agrario desde 2013, –en términos legales desde esa fecha pero por la vía histórica, por lo menos desde hace casi 80 años han comenzado este proceso– el hecho de que algunas personas empiecen a cercar de manera irregular, impide, sobre todo, el libre tránsito por el territorio comunal y corta, en varias ocasiones, las rutas de peregrinación, de cultivo, de pesca. Se han presentado casos en donde supuestos pequeños propietarios han violentado y amenazado a los comuneros, les exigen que ya no siembren en tal o cual tierra o que dejen de pescar en algún tramo. «Esta tierra es nuestra, no de ustedes», argumentan amenazantes.

Se han presentado casos en donde supuestos pequeños propietarios han violentado y amenazado a los comuneros, les exigen que ya no siembren en tal o cual tierra o que dejen de pescar en algún tramo.
Nuestro guía durante toda nuestra estancia, Manuel Aquilar, el comisariado autónomo de Bienes Comunales, luego de presentarnos a su familia, de compartir una rica cena a base de caldo de nopales y frijoles, reafirma lo dicho por Catarino y nos hace una relación resumida de la cantidad de agravios que los pequeños propietarios han hecho en contra de tepecanos y wixaritari: «ahora tenemos miedo por cualquier daño que puedan hacerle a nuestras familias». A pesar de existir un acuerdo con las autoridades municipales, existen al menos 13 demandas por despojo por parte de los pequeños propietarios contra los comuneros, sin que se tenga mayor información del momento en el que se encuentran estas querellas. Además, desde la alcaldía se opera un campaña en donde se afirma que «el trámite agrario es mentira, que no existe tal comunidad y pues son cosas que nos dañan a nosotros, porque la gente de las localidades y las rancherías no nos ven como una institución legalmente reconocida» señala Catarino con tono preocupado pero manteniendo la calma.

Al segundo día de nuestra visita hay una gran expectativa y movimiento, algo inusual tratándose de la rutina que se lleva en una comunidad indígena: se hará una pequeña caminata para conducirnos, como gesto de buen recibimiento y confianza, al que consideran el cerro más antiguo de todos los que rodean el lugar, el que tiene rastros de haber sido la base de un centro ceremonial y del que ahora sólo queda el recuerdo en la memoria de la gente y algunas piedras talladas que indican la presencia de los mayores, los más antiguos.

–Por aquel camino se pueden ver piedras –dice el encargado de colocar una ofrenda– que tal vez fueron las calles de una población entera. Yo nunca vi algo así pero en sueños pude ver cómo era ese lugar y yo creo que lo podemos reconstruir.

Las casi 50 personas que componen la delegación de esta caminata se refugian en la sombra de los enormes cactus, órganos le decían en la casa de mi abuela, árboles cactáceos que en esta temporada se llenan de pitayas y vuelven colorida la región, permiten un poco de ingreso a los bolsillos y se vuelven el orgullo de los tepecanos y wixaritari.


Unos cuántos se acercan para escuchar el relato de lo que se puede hacer en este lugar de culto conocido como cerro de Colotlán.

–No hay que mover nada, ni una rama, ni llevarse una piedra o lago, es importante que todo esté igual para que los demás peregrinos que vienen mañana encuentren todo en orden.

–¿Y por qué se hace la peregrinación?

–Se pagan mandas, se agradece a los abuelos que haya buen temporal y se pide por la lucha.


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Es en este lugar en dónde tengo una larga charla con Catarino, precisamente acerca de la lucha por las tierras y de la reacción que tienen las personas a las que llaman pequeños propietarios, de los cuáles no fue posible conocer directamente su postura.

–Al principio fue como una confrontación –acepta el representante agrario suplente– los ejidatarios también han luchado por el terreno y tienen cierto interés. Con ellos no hemos tenido mucho problema.

–¿Entonces quiénes son los que generan tanto conflicto y hostigan?

–Yo veo que son personas dentro del ayuntamiento, que están en las rancherías, abajo, los que están mal informando a la gente y sin ser autoridad agraria se toman atribuciones que no les corresponden. Eso nos afecta.

Lo que está en juego es algo que Raymundo Ortiz, abogado michoacano con amplia experiencia en defensa de comunidades indígenas, me refirió días después al contarle sobre esta historia: «es una guerra de castas moderna, la gente no quiere aceptar que hay otros modos de propiedad de la tierra distintos a la pequeña propiedad, con otros beneficios pero también con más responsabilidades y sobre todo, fuera del foco del enriquecimiento personal».

Desde el gobierno local se reproduce la misma estrategia de división en donde no se respeta la propiedad comunal y por el contrario, se manipula la información; al final, quien puede resultar victorioso de este lado, ni siquiera son los pequeños propietarios, sino empresas transnacionales.

Foto: Scott Brennan

El futuro de la lucha

–Un indígena no se ve en la ciudad trabajando por 200 o 300 o por mil pesos, el indígena está acostumbrado a estar en la sierra, en su casa, un tiempo, si viene la temporada de pitayas, se viene aquí, a su tierra, se mueve a donde se siente mejor, eso es ser indígena. Su casa es su territorio y es lo que mucha gente no entiende. Por eso estamos en contra de la privatización de la tierra, porque desapareceríamos como personas indígenas–me explica detalladamente Catarino y detrás el cañón de Bolaños se percibe como una tierra inhóspita.

Su casa es su territorio y es lo que mucha gente no entiende

Para las y los tepecanos, para las y los wixaritari de Azqueltán está claro que hay que continuar con la lucha, no sólo porque tienen derecho a defender sus tierras sino porque tienen los argumentos y la documentación necesarios. Ven con buen futuro y esperan un buen resultado al final de este largo camino, saben que no será fácil y que puede haber muchos riesgos, pero todo por conservar la vida de las generaciones futuras, vale el esfuerzo.

Foto: Heriberto Paredes
Foto: Heriberto Paredes

–Cuando hablamos de territorio no solamente estamos hablando de tierra, estamos hablando de recursos naturales para nuestra manutención.

–¿Y si el gobierno municipal no cede y no les reconoce la propiedad colectiva de las tierras?–pregunto al mismo tiempo que pienso en los riesgos de no tener a la mayoría de la población en este bando y conociendo la impunidad del Estado mexicano.

–Si no es el gobierno del estado, que sea el gobierno nacional; si no es el gobierno nacional hay organizaciones mundiales que pueden venir y hacerle saber a la gente cuáles son sus derechos como indígenas y a qué pueden tener acceso, para que la gente viva desengañada.

Durante esta visita a Azqueltán, tuve la impresión de que la población que está organizada espera la solidaridad de otros pueblos indígenas y la presencia de colectivos y organizaciones sociales; Catarino me lo confirma al final de la entrevista que tuvimos, sin embargo, hasta ahora sólo ha sido el Congreso Nacional Indígena (CNI), el espacio para poder denunciar y comunicar lo que ocurre en esta latitud. Es un abrazo colectivo fundamental el del CNI, pero falta mucha información y solidaridad para que más sectores a nivel nacional reconozcan esta y otras luchas similares. –Yo me he dado cuenta de que se habla mucho en la televisión, cuando una especie de animal, exótico o no exótico, está en peligro de extinción, que el oso panda o cuestiones así, que son lamentables; son parte de la vida. Pero, ¿por qué no se hace una cobertura a lo que sucede con ciudadanos, con personas que sienten y viven y que quieren proteger a su territorio y que no nada más piensan en dinero sino que piensan en el bienestar de las generaciones futuras. Se nos hace un poco triste que se le da más cobertura cuando una especie animal está en peligro de extinción que cuando una raza o etnia está también en extinción. Porque a nosotros, al quitarnos nuestros territorio, ya nos extinguieron.

–Le agradezco mucho Catarino.

Foto: Heriberto Paredes

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