Cucarachas

Aunque se conocen más de un millón de especies de insectos, la cucaracha puede considerarse como el más extraordinario de todo el Reino. Es un genio del sigilo, un dios de la repugnancia, un maestro de la coexistencia en el horrible mundo humano que ni yo puedo soportar y, además, puede volar, brincar, trepar paredes, sumergirse en el agua, caminar en un techo boca arriba, paralizarse intempestivamente, correr 1.5 metros por segundo y hacer otras cosas excepcionales.

De entre la multitudinaria raza de insectos que legítimamente habita la Tierra desde hace millones de años, la cucaracha es la más odiada por el hombre. Esto se debe, en primer lugar, a la imbecilidad y complejo de inferioridad del hombre, pero también a que la cucaracha es un insecto facineroso e igualado que se atreve a penetrar el espacio vital del humano con completa campechanería e impunidad. Se mete en su comida, entre sus ropas, lo camina mientras duerme, muerde su ropa, se come su pasta de dientes, vuela hacia su cara con valentía, transita las horas nocturas por cada rincón del aposento humano, incluidas mesas, comedores, sillones, televisiones, licuadoras, microondas; asusta magistralmente y en el momento más inopinado a las personas. Todo esto ha convertido a la cucaracha en el rey de Insecta, quien además tiene un tamaño envidiable dentro del Reino y es muy plural: hay más de cuatro mil especies de cucarachas conocidas en la Tierra.

En mi experiencia personal, cuando tenía siete años vi a una cucaracha volar en una cocina, quedando traumado para siempre. Aún recuerdo ese sonido ensordecedor, ese vuelo abrupto pero preciso, con el que terminó posado sobre lo más alto de una silla, inmutable, indiferente, imponente, como un rey. Desde ese día supe que la cucaracha es el rey de reyes, el monarca absoluto del mundo, y desde entonces nunca me he metido con una de ellas, las he respetado a partir del terror absolutista que infunden.

Estrictamente hablando, se llaman blatodeos, porque los griegos llamaban blatta a esos insectos. Su aspecto y tamaño son estresantes, su indestructible existencia es escandalosa, son seres magníficos porque son los únicos habitantes originarios que se han enfrentado al ser humano en una conflagración abierta, que se han manifestado, que han defendido su territorio, que han expresado su descontento ante la presencia hostil de otra especie, y que para lograr todo esto se han domesticado, han decidido, con suprema inteligencia, emprender una forma de guerra de guerrillas urbana sin precedentes.

En los próximos meses las cucarachas saldrán de sus diminutos hogares para reclamar su espacio vital, su reino en la Tierra. Alguien puede decir que se trata de una aspiración egoísta por parte de esta especie, ¿para qué quieren salir al mundo invadido por los humanos si pueden permanecer en las cloacas inmensas que nosotros mismos les hemos construido con empeño? Es una pregunta que no podemos responder porque somos infinitamente inferiores genética, moral e intelectualmente frente a ellos. Mi sugerencia es que los dejemos en paz, y cuando una resulte molesta sólo utilicemos nuestras mejores armas: el uso de la palabra: “por favor, vete de aquí, pequeña cucaracha”, y el uso del lenguaje corporal, es decir, un pequeño susto. Las cucarachas son seres extraordinariamente sensibles y nobles que con cualquier movimiento humano emprenden una retirada pacífica pero atrabiliaria. Su guerra es de largo plazo, y lo saben, y no la vamos a ganar.

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