Magia en el 11º gran maratón de teatro para toda la familia (parte 1)

La difusión cultural en artes escénicas puede vincularse con dos áreas desprotegidas y relevantes para la creación de espectadores: el teatro dirigido a niños y la formación del espectador joven a través de la educación escolar pública y privada tanto en primaria, secundaria como en talleres y cursos.

Por Alejandro Velázquez

 

La difusión cultural en artes escénicas puede vincularse con dos áreas desprotegidas y relevantes para la creación de espectadores: el teatro dirigido a niños y la formación del espectador joven a través de la educación escolar pública y privada tanto en primaria, secundaria como en talleres y cursos. Ambas son posibles de tratar y temas relevantes para quienes escriben y hacen teatro, porque la creación de espectadores jóvenes está estrechamente implicada con aumentar el número de audiencia y demanda cultural en las artes escénicas.

El periodismo y la crítica teatral pueden apoyar estas causas escribiendo con honestidad y con criterio, por lo cual un granito de arena es tratado en este artículo sobre el 11° Gran Maratón de Teatro Para Niñas, Niños y Jóvenes, del sábado 17 de marzo del 2018 del Centro Cultural del Bosque de la Ciudad de México. Este macro evento brinda mucho para reflexionar sobre el comportamiento de los espectadores y los gestores culturales que destinaron a padecer o gozar las obras de teatro admitidas para el dichoso maratón.

Los niños no pierden el tiempo, tal vez por eso son los más inteligentes y prácticos de todos los espectadores, quienes sentados frente a la obra de François Durègne, La Tierra es azul como una naranja, deciden salirse. Según Durègne, director de la obra, es un homenaje al poeta belga Henri Michaux para entender su concepción sobre el sueño. El tema y su propuesta de postdrama clownesco con algo de cabaret es motivo ideal para huir, pues los niños incapaces de quedarse más por puro conformismo o compromiso o por intentar comprender la propuesta compleja, siendo una temática que, para acabarla de amolar, se produce a través de una interminable cantidad de diálogos donde las metáforas derivan en reflexiones metafísicas que tal vez a los adultos amantes del arte escénico y el surrealismo pueden enganchar. Pero los niños son más honestos, no se arman de paciencia para pretensiones, tampoco se esperan a ver en qué momento la actriz María Goyccolea Artís saca la suficiente energía para ponerse al tú por tú con la audiencia de 975 butacas en el Teatro Julio Castillo, que al inicio está lleno y, a mitad de la obra, con un tercio menos de gente.

En principio, tratándose de los estelares del maratón, los niños y adolescentes tienen el derecho a exigir lo que vale su presencia para tal o cual pieza, de acuerdo con la información del programita y el tríptico de mano, que tenía a la obra de Durègne para toda la familia sí cómo no. Tal vez resulta una responsabilidad de los padres cuando de pronto brotan tres o cuatro niños incapaces de permanecer sentados por indisciplina, hiperactividad, algún déficit de atención o porque papá y mamá no leyeron el resumen y la edad para la cual estaba destinada. Sin embargo, tratándose de una multitud de menores de 12 años que permanecen inquietos, algunos de los más pequeños berreando cuando no los dejan salir, llegando a orinarse en la butaca (hay papás sadomasoquistas), robar la utilería, entre otras rabietas, entonces no solamente está en responsabilidad del papá, sino del tipo que dijo que era una obra para toda la familia. En este contexto, es permisible darles libertad a los niños de darle vuelo a la hilacha a sus ganas de desvanecerse y desahogar el tiempo perdido y el dinero malgastado de los impuestos de los adultos.

Los artistas realmente dedicados al teatro para niños saben que tienen espectadores exigentes, con los que hay que ser honestos si no desean pasar un mal rato, pues la infancia es el poder de abandonar sin escrúpulos y, de no hacerlo, crear un ambiente tenso. Ellos son espectadores poderosos que hacen magia: una familia abandona sus butacas por los berrinches y en menos de lo que canta el gallo verás a los demás en una cautelosa retirada, mami ya está metiendo las palomitas y una desencadenada rebeldía en avalancha desfalca el teatro sin tener que ser juzgados por la mirada del artista. El único “shh” que trata de sofocar el murmullo de los inconformes se pone en la mira y hasta se siente más ridículo que el mismo clown en su devaneo surrealista.

Los recintos culturales de artes escénicas en la Ciudad de México necesitan crear públicos y los artistas escénicos que hacen teatro para niños con esa capacidad afortunadamente son más en el 11vo Maratón, como bien se atestigua en la segunda y siguiente parte, con otros momentos mágicos, donde la facultad de desvanecer en plena función ya no es requerida.

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La desmedida oferta en contienda con la poca proporción de público que demanda artes escénicas, bajo un contexto capitalino donde el cine, la escultura, la pintura, los medios digitales, también ofrecen harto bagaje cultural.


Alejandro Velázquez escribe crítica teatral en un proyecto llamado Licras desde que se tituló de la Maestría en Artes Escénicas de la Universidad Veracruzana, donde investigó la variante escénica llamada la impro en la Ciudad de México; antes colaboró para medios digitales como Entretenia, Teatro Mexicano y Ciudad de Frente, mientras trabajaba como profesor de teatro a nivel secundaria; antes estudió la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras, donde decidió dedicarse al teatro.

LICRAS

Twitter: @LicrasLab

Correo electrónico: nostrovostro123@gmail.com

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