La desaparición forzada según los extraterrestres

Cuando la comunidad extraterrestre del cinturón de Kuiper finalmente llegó al Planeta Tierra, cuya población ya estaba extinta, se enfrentó a un sinnúmero de complejidades y problemas de interpretación arqueológica. Hoy, de manera chusca, se recuerdan sus primeras horas en el lugar de aterrizaje, que fue Guadalajara, Jalisco, donde pensaron que los habitantes de ese planeta adoraban a un tal Batman, debido a que el principal centro de adoración ritual de esa comunidad tenía la forma del antifaz de un superhéroe ficticio que vieron en revistas dentro de las casas humanas, y que, por lo tanto, en una primera examinación consideraron los libros sagrados de aquella especie.

Hoy sabemos que eso se descartó de inmediato. Sin embargo, según los cronistas de aquel aterrizaje, en particular Cromitas II, lo que más llamó la atención de los visitantes del cinturón de Kuiper, fue el resultado de sus indagaciones en los archivos y hemerografía del lugar de llegada. A partir de la revisión de un sinfín de papelería y archivos digitales que los exploradores de Kuiper hacían de manera expedita, se dieron cuenta de muchos episodios irracionales que lesionaron a la comunidad invadida, ya extinta en ese entonces. Tal fue el asombro que encargaron a un joven científico realizar una investigación especial que debería mostrar al comandante encargado de la misión; todo a raíz del descubrimiento de una práctica denominada “desaparición forzada”, que ellos no conocían porque en el cinturón de Kuiper ningún planeta está conducido por un Estado.

Encargaron a un joven científico, el eminente Kroij III, analizar e investigar el fenómeno de la desaparición forzada. Su conclusión, que presentó ante el comandante de la misión, es la que a continuación se transcribe a partir del material audiovisual disponible. El sesgo histórico se debe a que fue una investigación inicialmente realizada en el lugar de aterrizaje:

—La desaparición forzada era una práctica que los habitantes extintos de este planeta realizaban de manera habitual. Era, quizá, la práctica más irracional que se haya visto en este sitio. Consistía en privar, inicialmente, de la libertad a una persona y, como ellos decían, “desaparecerla”. La irracionalidad radica en que la mayoría de las ocasiones no había un motivo objetivo, no se trataba de un ataque contra un enemigo; sólo se trataba de desaparecer a alguien para manifestar un dominio territorial, un acto de poder, o para evitarse problemas o simplemente por deporte. Aunque también se estilaba la desaparición de enemigos, podemos concluir que la mayoría de los desaparecidos eran individuos de esta especie, inocentes, situados en el momento y en el lugar equivocados. Los estudios muestran que a los enemigos normalmente los ejecutaba esta especie.

—Deténgase ahí, eminente Kroij III -dijo el comandante encargado de la misión, el ilustre Moizt VII, siempre solemne y ecuánime, siempre atento a lo que oía- ¿me está diciendo que estos seres desaparecían o desvanecían personas sin una razón objetiva?

—Es correcto, ilustre señor y comandante -y continúo el joven científico-. Aún más interesante es que la desaparición forzada era una práctica realmente atroz, desintegraba comunidades enteras, sin mencionar el daño destructivo que provocaba en las familias; constituía, en términos reales, una de las mayores atrocidades posibles, porque dejaba en un estado de angustia permanente a los familiares, no había un reconocimiento oficial de la magnitud del problema, y mucho menos, había castigo a los responsables. Puedo decir que esta práctica era la más grave, la más irracional y la más dañina que cometía esta especie contra sí misma.

—A ver, a ver -intervino uno de los asesores del comandante-, eminente Kroij III, ¿está usted diciendo que esta práctica era una de las más atroces y estos seres no la castigaban?

—Es correcto, docto asesor -respondió Kroij III-, esto se debía a dos factores, de acuerdo a lo que hemos podido constatar: la desaparición forzada, aunque era ordenada por grupos delictivos que controlaban estos parajes, era ejecutada o materializada, en primera instancia, por organizaciones de sus propios gobiernos o “instituciones de seguridad”, como ellos las llamaban, de manera que se procuraba un ciclo de complicidad e impunidad bastante eficiente. Aquí debo hacer un paréntesis y una autocrítica, porque lo que esta especie llamaba “grupos delictivos” no nos ha quedado claramente delimitado, justamente por su inmanente relación con lo que ellos llamaban “instituciones de seguridad”. No lo hemos podido diferenciar, pero seguimos trabajando en ello. A reserva de un estudio posterior, puede decirse que eran la misma cosa. La segunda circunstancia consistía en invisibilizar el fenómeno y banalizarlo. Me explico: cuando había crisis de desapariciones en esta comunidad, las autoridades negaban su recurrencia, los consideraban casos aislados, o bien cualquier persona extraviada o embriagada por las sustancias propias de la época, se podía convertir en un “desaparecido”, lo que devaluaba la magnitud del fenómeno y no permitía dignificar a las víctimas, ni mucho menos atender el problema. Valga decir que de acuerdo a los annales estudiados, nunca hubo voluntad de reconocer y enfrentar el problema por quienes esta especie llamaban “instituciones”.

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El joven científico, Kroij III, hizo una pausa abrupta, miró al suelo unos segundos y concluyó con cansancio pero no sin contundencia:

—Ilustre comandante, doctos hermanos, puedo asegurar, a partir de nuestra investigación, que esta especie nunca entendió, nunca dimensionó, nunca reconoció su problema de la desaparición forzada, a pesar de ser, como ya dije, el crimen más atroz imaginable para su propia especie.

Por un momento se hizo un silencio absoluto en el aula que el ilustre comandante Moizt VII había dispuesto para esta reunión especial entre los científicos y las autoridades supremas encargadas de la misión de conquista. Era un silencio absurdo, de pena ajena. En su libro “Aterrizaje en el planeta de los (in)humanos”, el cronista Cromitas II señala: “en realidad, y por lo que pude confirmar en entrevistas posteriores, era un silencio de lástima por una especie inferior, imbécil e inverosímil, que afortunadamente nunca íbamos a conocer”.

—Eminente Kroij III —intervino con sorna y cansancio el ilustre comandante Moizt VII—. Debo decir que no entiendo. Déjeme ver. Voy a pensar en voz alta: hablamos de una de las prácticas más atroces que podía sufrir esta especie, una de las que más la lastimaba y la hacía sufrir; que dicha práctica era cometida en complicidad con empleados de lo que esta especie llamaba sus instituciones de gobierno; que quedaba en la impunidad más absoluta; que no había un verdadero registro del problema a pesar de lastimarle tanto y que era banalizado por los mismos miembros de la sociedad. ¿No le parece, eminente Kroij III, que es algo totalmente absurdo? ¿Dónde vinimos a aterrizar?

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