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Bloque Crítico: del orgullo a la disidencia sexual y viceversa

Cruzo la avenida y ya veo las banderas arcoíris. Pero ahora hay un símbolo que se repite más: un triángulo rosa invertido que cubre los brazos de las asistentes. “Bloque Crítico Disidente”, dicen los letreros. Esperamos la marcha mientras algunas toman el micrófono y las demás escuchan los discursos o conversan entre ellas. Saludo a mi amigo M y a mi amiga D, quien me presenta a K, una joven activista de la diversidad sexual. Es una de las organizadoras del bloque disidente al desfile del orgullo.

 

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El orgullo empezó como una revuelta. Era junio de 1969 cuando una redada policial en el bar Stonewall Inn detonó las protestas y los movimientos de la diversidad sexual, primero en Estados Unidos y después en todo el mundo. No obstante, fue hasta la década de los 80 cuando la chispa colectiva se encendió en Guadalajara (México). Ahí la primera marcha homosexual se celebró en mayo de 1982, con cerca de 120 personas, en tiempos donde la policía no dudaba en levantar a los que mostraban su afecto en público.

El año siguiente se consolidó el Grupo Orgullo Homosexual de Liberación (GOHL), con la participación de jóvenes como José Margarito Cortés Ruiz y Alfredo Guerrero Santos. Los homosexuales, los putos, los jotos, se organizaron para acoger a los que se quedaban sin techo, para dar acompañamiento subjetivo y para detener las agresiones que vivían todos los días: formaban espacios de amistad. Algunos deseaban dejar de estar encerrados: dar la cara y mostrar a otros que ellos también podían hacerlo, salir a la calle con tranquilidad. Más de treinta años después, ¿podemos decir que eso se ha conseguido?

 

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En los campos de concentración del régimen nazi, los uniformes de los prisioneros portaban marcas distintivas. En el brazo llevaban triángulos invertidos cuyos colores indicaban la condición del preso: rojo para presos políticos, azul para migrantes, negro para “asociales”, rosa para hombres homosexuales, violadores, pedófilos y otros. Además, los judíos llevaban un triángulo que completaba la estrella de David.

A finales de los 80, grupos como ACT UP se organizaron para responder a la pandemia del VIH-SIDA. Interpelaron al gobierno para procurar a los afectados acceso a la salud, o al menos a los tratamientos experimentales: buscaban vivir una vida digna. Tomaron la calle y otros espacios para presionar tanto al Estado como a la Iglesia católica y a medios de comunicación. Entre sus maniobras simbólicas retomaron el triángulo rosa, siguiendo una tradición inaugurada a finales de los 70. Así, los activistas se apropiaron de la injuria para hacer algo nuevo con ella: aquella marca del horror ahora señalaba un orgullo.

 

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El propio nombre de ACT UP puede traducirse a “pórtate mal”, lo que dista mucho de los movimientos gay como se han conducido después de los 90. Importante: escribo sólo gay y no una retahíla de siglas LGBT, porque suele suceder que los gay acaparan, literalmente, el espectáculo. Sin embargo, frente a la diversidad sexual aparecieron disidencias. Ahí podemos ubicar la distinción más básica entre lo gay y lo queer (rarito, marica). Lo gay busca insertarse en el orden establecido, reformándolo para tener cabida, mientras lo queer quiere dinamitar ese orden: lo primero abandera una identidad y lo segundo trata de mostrar que la identidad es un lastre. Incluso alguien dijo que lo gay es asumirse igual a los heteros menos en la cama, mientras lo queer es asumir que sólo ahí hacemos las cosas como ellos.

 

La protesta gay le pide derechos al Estado. Busca legalizar el matrimonio igualitario y la adopción para familias homoparentales y lesbomaternales, mientras lo queer reivindica otras maneras de vivir. No es que las demandas gay no tengan legitimidad, sino que satisfacerlas no basta para hacer vivibles las vidas de los cuerpos abyectos, cuerpos que las prácticas queer han tratado de abrazar y potenciar. Mientras lo gay suele desfilar modelando su sonrisa, la protesta queer explora un eco feminista: organizar la rabia para defender la alegría. No es que una forma deba excluir a la otra ni viceversa, pero sí que, con más o con menos peligro, a veces lo hacen.

 

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Después de hacerme unas fotos con M, busco encuentros con amistades de antaño. En su lugar, me topo con algunas miradas, pícaras o tímidas, de ésas que cruzamos en eventos como éste, cuando nos juntamos muchas. K y yo nos sonreímos. La marcha alcanza al bloque disidente y a sus discursos que hablan de historia, de campos de concentración, pero también noticias: de feminicidios, de transfeminicidios. Nos integramos en la proximidad del contingente político que ya está marchando: la diversidad también está en las formas de disidir.

 

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Pero ¿qué tanto hace sentido la distinción gay/queer en México? ¿O inclusive la dicotomía heterosexual/homosexual? El antropólogo Guillermo Núñez Noriega cuestiona la pertinencia de hablar de heterosexualidad en un país donde la identidad heterosexual “no existe o existe de manera muy marginal” [1]. Aquí existen los hombres en oposición a los jotos, más que los heterosexuales frente a los homosexuales. Incluso en las encuestas donde se pregunta a la gente por el matrimonio heterosexual la respuesta suele ser de rechazo: ese término se confunde con el de “homosexual”. ¿Podríamos decir que pasa algo similar con las mujeres y las lesbianas o su invisibilidad social no da lugar siquiera a eso?

En todo caso, en México y el mundo se desprecia a los homosexuales, los gays, los jotos, los maricas y demás practicantes de homoerotismos o disidencias de la sexualidad y el género. Aunque dentro de la diversidad sexual existan formas “correctas” o normativas de ser o hacer, en México todas siguen siendo incorrectas para un amplio sector de la población. Prueba de ello son las manifestaciones multitudinarias del Frente Nacional por la Familia, que protesta contra el matrimonio igualitario y se declara contra la “ideología de género”.

 

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A estas alturas de la vida política, en Guadalajara hay dos marchas cada junio: una del orgullo y otra de la diversidad, como han decidido nombrarse. En 2014, el colectivo Degeneradxs y otras agrupaciones coincidimos en la necesidad de hacer un pronunciamiento disidente. Queríamos colocar otros temas en la agenda, como la diversidad de cuerpos y la reivindicación del trabajo sexual. Sobre todo, queríamos marchar sin favorecer los intereses de partidos políticos o de empresas que hacen de la protesta una ocasión más para publicitarse, a pesar de ofuscar las reivindicaciones políticas. En esa búsqueda de fiesta y protesta, marcada por ideales anticapitalistas y transfeministas, organizamos el Bloque Crítico en la marcha del orgullo.

Tres años después se creó el Bloque Crítico Disidente para contaminar la escena con una politicidad que de nuevo parece perdida, sobre todo ante amenazas como el fascismo que hemos convenido llamar Frente Nazi-onal por la Familia. Algunas activistas rechazaron la idea, aduciendo que en 2014 la marcha devoró los esfuerzos disidentes y acrecentó sus números rosas; otras lo dudamos y después decidimos asistir sin organizar. Yo pensé que el bloque sería una oportunidad para los buenos reencuentros, para estrechar lazos con amigos que ya me parecían lejanos.

 

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Pero el tiempo ha pasado y las amistades se han movido. Tengo los encuentros que busco,mas no las sonrisas. Me topo con caras que no esperaba ver, pero creo que son alegrías compensatorias frente a la nostalgia. Recorro la marcha de adelante para atrás en espera de algo que no llega: el cielo está despejado, y aun así veo el panorama nublado. Escucho las consignas repetidas mil veces: se convierten en nimiedad. Apenas puedo esbozar unas palabras que me signifiquen algo en medio del desprecio que otros tienen por vidas como las nuestras. ¿Tendrá provecho que estemos marchando?

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Cuando escucho la consigna “ni enfermos ni criminales, simplemente homosexuales” me pregunto si es necesario distinguirnos de esos cuerpos otros para reivindicarnos. Es cierto que la homosexualidad es producto de una patologización y que existió un delito de homosexualismo en México, pero a estas alturas hay que cuestionar tanto la pertinencia de hablar de “enfermedades” como el sistema de “justicia” y quiénes son los auténticos criminales. En todo caso, diría Michel Foucault que nosotros somos los otros, y no dejo de pensar en sus palabras: “Imaginar un acto sexual que no es conforme a la ley o a la naturaleza, no es eso lo que inquieta a la gente, sino que los individuos comiencen a amarse. He ahí el problema.” [2]

 

Para Foucault, el quid de la homosexualidad no está en obstinarse en asumir una identidad, sino en la oportunidad de producir otras formas de relacionarnos: no es tanto una forma de deseo como algo deseable; podemos dar paso a un orgullo no tanto por lo que ya somos, sino por aquello que podemos ser. En ese sentido, la homosexualidad, la disidencia sexual y quizá la disidencia en sí misma son una cuestión de amistad. A pesar de las derivas criticables de las revueltas por Stonewall, las actividades del GOHL, las protestas de ACT UP y en algún momento las marchas y los bloques críticos, todos estos han sido espacios donde la amistad se ha atravesado. Si logramos hacernos de un lugar seguro y fértil para los buenos encuentros, si nos sentimos acompañadas, entonces algo ha valido la pena.

 

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El calor del sol es insoportable. Llevamos ya un rato marchando en una procesión que parece no tener final. Algunas tomamos la palabra y reformulamos consignas; otras nos siguen y continúan el gesto. El calor del sol es insoportable, por eso mi amigo M y yo nos quitamos la camiseta: hay un triángulo rosa tatuado en mi brazo. K nos mira y, aunque encuentra la solución al bochorno, aún lo duda un momento. Titubea, pero ríe un poco y luego se quita la blusa también. El calor del sol es insoportable, pero ya no importa porque vamos sonriendo.

 


 

[1] Guillermo Núñez Noriega. “Reconociendo los placeres, desconstruyendo las identidades. Antropología, patriarcado y homoerotismos en México”. En Desacatos, núm. 6, primavera-verano, 2001, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social: México, p. 19. Disponible en línea a través de esta liga.

 

[2] Michel Foucault. “De la amistad como modo de vida” [entrevista], 1981. Disponible en línea.

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