El degustamiento de la realidad en ‘Mi cena con André’

¿Por qué no aceptar la cotidianidad de la prisión y disfrutar cada una de sus posibilidades? Esta pregunta se lanza al aire en la obra 'Mi cena con André'

Por Alejandro Velázquez*

 

En el Centro Cultural del Bosque, la compañía de teatro Los Endebles y Le Miroir Qui Fume llevan a degustar la realidad con la adaptación escénica Mi cena con André. Por el acercamiento a lo cotidiano y en un contexto de transición cultural, My Dinner with Andre fue uno de los filmes más importantes de principio de la década de los ochentas, y ha sido adaptado al teatro por la compañía Los Endebles.

Bajo la fachada de un restaurante, la obra presenta a André Gregory y Wallace Shaw, dos artistas escénicos que, dialogan sobre sus inconformidades, como la dificultad para ser más vulnerables en una sociedad enclaustrada por la adquisición de metas y roles, en un eje cultural de simulación, donde la tecnología y el perfeccionismo se apoderan de los hábitos.

Rica en contenido filosófico y anécdotas interesantes, la charla y el vino penetran suavemente en el paladar del espectador gracias a la construcción de los personajes, quienes no sólo exponen claramente el discurso, sino que hacen divertido el convite.  En el papel de André, la actuación de Boris Schoemann, resulta excéntrica, a veces dándonos un personaje calmado, otras muy alterado en su mirada, cómico y espontáneo. Por su parte, Wally, actuado por Manuel Ulloa Colonia, saca sus mejores cartas, como el asombro y la inseguridad, que le dan más altura cuando opina sobre el modo de vida de André, luciendo más en sus disparidades e inconformidades. En ambos, las reflexiones se vuelven muy próximas al paladar del espectador.

En la adaptación, Los Endebles y Le Miroir Qui Fume combinaron algunos elementos cinematográficos y un tributo a la película original, principalmente por el monólogo interno del transeúnte Gregory en una escena filmada, en la que inciden referencias externas a la vida de dos personajes radicados en Nueva York; sin embargo, la visualización de la CDMX, jaula de acero no tan distante de aquella Manhattan de los ochenta, no resulta un problema para pactar con la ficción y, al contrario, resulta un paralelismo inquietante.

La convivencia teatral está enmarcada dentro de las pautas del drama original, pero, por algunos detalles que pueden pasar desapercibidos, la ficción del restaurante no es tan realista, pues mientras los espectadores esperan a que se sirva la obra los acomodadores no están bajo la estética, como sí lo están el servicio a la mesa y el maravilloso vino tinto. Sin embargo, el montaje dirigido por Schoemann y Ulloa Colonia no aparenta querer una inmersión total en el realismo de un restaurante, sino cierta distancia para la reflexión.

Retomando el platillo principal de la cena, la adaptación al sistema de vida es el tema motor que genera más reflexiones. El más crítico es André, quien, paradójicamente, vive privado de la vida social convencional, porque cree que Nueva York es un campo de concentración, construido y custodiado por habitantes incapaces de percatarse de una muerte prolongada. Aun cuando el parlamento y las ideas de André parecieran imperar, porque son recibidos atentamente por Wallace, disimuladamente llegan a un entronque donde se abre una disyuntiva. Wally, quien, en su vulnerabilidad económica y en su pugna por la sobrevivencia, abre su propio hallazgo, pues entiende la nada en su vida cotidiana, no en el Everest como su amigo: el valor de sus acciones cotidianas flota sin necesidad de escarbar en lo más profundo del iceberg. Aunque no es tan elocuente como André, la postura de Wally resulta valiosa y deja mucho qué pensar e incluso debatir, pues los espectadores en el convivio bajo la ficción seguramente tenían ideas semejantes a las de André, pero ¿por qué no aceptar la cotidianidad de la prisión y disfrutar cada una de sus posibilidades? No hay una respuesta, tampoco debate, los Endebles, como los creadores originales, dejaron una puerta abierta hacia el futuro y la incertidumbre.

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ESCRITO ORIGINAL: Wallace Shawn y André Gregory.

TRADUCCIÓN: RODOLFO OBREGÓN

PUESTA EN ESCENA: Boris Schoemann y Manuel Ulloa Colonia

DIRECCIÓN DE ACTORES: Daniel Bretón

ACTÚAN: Boris Schoemann, Manuel Ulloa Colonia e Ignacio Rodríguez.

TEATRO: Sala CCB dentro del Centro Cultural del Bosque. (Paseo de la Reforma y Campo Marte.)

TEMPORADA: jueves y viernes 20:00, sábados 19:00 y domingos 18:00 hrs. Hasta el 25 de febrero.

COSTO: $ 150. Boletos en taquilla y www.ticketmaster.com.mx Aplican descuentos.


*Alejandro Velázquez es, antes que nada, espontáneo, criticón y malo para escoger su calzado. Luego, escribe crítica teatral en un proyecto llamado Licras desde que se tituló de la Maestría en Artes Escénicas de la Universidad Veracruzana, donde investigó la variante escénica llamada la impro en la Ciudad de México; antes colaboró para medios digitales como Entretenia, Teatro Mexicano y Ciudad de Frente, mientras trabajaba como profesor de teatro a nivel secundaria; antes estudió la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras, donde decidió dedicarse al teatro.

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