En respuesta al video ¡Hola Putero!

A Manuela de nuevo.

Hasta que le quede claro lo mucho que la extraño.

 

¡Hola abolicionista! No te preocupes, al parecer no estás sola: no solo la religión, la derecha, el capital gentrificador y las políticas de higienización social están de tu lado, al parecer también todo ciudadano que te ayudó a viralizar tu video, que dicho sea de paso, tiene una serie de inconsistencias que nos permitiremos abordar.

Primero que nada: las entendemos. Nos formamos bajo la idea de que el cuerpo es otra cosa, que es aparte, que puede ser objeto, que puede ser mercancía, que puede ser imagen…que puede ser todo menos fuerza productiva, vitalidad, sensibilidad. En este mundo el cuerpo no nos pertenece y parece algo ajeno -a pesar de ser nuestro-.

En ese sentido en nosotras se encierra una contradicción -una de tantas- porque son relaciones de voluntad las que nos atraviesan y nos construyen como cuerpos-fuerza productiva. Nuestro cuerpo no está en venta, no es mercancía y no es cuerpo fragmentado: lo que nos ofertan en los parabrisas del coche, en el internet y en los periódicos son servicios y fuerza de trabajo.

Pero no es tan sencillo ni tan barato. Es el contrato de un servicio que no está reconocido como lo que es: trabajo. Y ese es un gran problema, porque no reconocerlo es lo que permite la explotación y la trata. Nosotras debemos poder negociar nuestras formas de trabajo, incluyendo el sexual: así se genera un acuerdo, un pacto.

Para ustedes las abolicionistas nosotras somos unas brujas pactando con el diablo -que es nuestro cliente- que es el indeseable anormal que contrata un servicio sexual. Sin embargo, lo que es un hecho es que ustedes cobran por hacer de las trabajadoras sexuales el chivo expiatorio de la edad moderna, mientras que nosotras cobramos por cuidados sexuales. Su video nos proyectan como una enfermedad social y en su discurso se mezcla la medicina y la moral: hablan de trabajo sexual y esclavitud como si se movieran en la misma lógica.   

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Para que lo sepan, las trabajadoras sexuales no hacemos todo lo que nos piden por una tarifa única, tiempo único, corporalidad única -¿o debo llamarle como ustedes: orificios, agujeros de ocio para descargar frustración y consentir que nos violen?-.

¡Vaya contradicción!

¿Acaso no se define violación como lo que no es consentido? En ese sentido la afirmación del video es muy peligrosa, sobre todo porque minimiza las que sí son violaciones.

Pero así les pasa a ustedes: están acostumbradas a confundir la gimnasia con la magnesia.

En su visión, como hombre “pagas, te corres y te vas…”. Las abolicionistas asumen que esto último es lo que más nos gusta. Pero no: hay veces que nos gustaría que vuelvan, porque lo gozamos, porque queríamos estar con ellxs, pero no todos los clientes vuelven, algunos están de paso… y sin embargo, las veces que nos rompen el corazón, el cuerpo y las emociones, son nuestras parejas; las veces que nos involucramos afectivamente, como cualquier otra mujer en el mundo -porque el amor romántico es lo que nos saquea, lo que nos deja heridas y nos roba vida -son cuidados no remunerados.

Sí, lo hacemos por dinero: pero trabajo no remunerado es explotación.

Las abolicionistas refieren a las trabajadoras sexuales como mujeres de segunda, a las que los hombres pueden humillar e insultar y con las que pueden ser ellos mismos, pero no está muy claro si es otra de sus burdas estrategias, como cuando cortan imágenes de pornografía BDSM para aseverar que son violaciones y no dinámicas de placer patologizadas y por lo tanto escondidas en las que muchas de nosotras podemos ser eso: nosotras mismas.

¿A ustedes hay hombres que les paguen para humillarlas?

A nosotras sí.

¿Creen que nos humillaron con su video?

Nosotras creemos que no.

Dicen que cuando las cosas se ponen feas o hay crisis siempre podemos meternos de putas, porque si no valemos para otra cosa nos queda la opción de abrirnos de piernas y sobrevivir. “La salida está entre las piernas”. Pero si yo ocupo las piernas es para salir de su mundo que insiste en vernos como eso que hay que eliminar: ese feminismo no me representa. Ahora me siento más empatizada con toda esa comunidad perversa y desviada que contrata servicios sexuales y con todas aquellas que los ofrecemos a cambio de dinero.


Hablan de economía liberal, pero ya que se asumen muy estudiadas, ¿No fue justo el liberalismo el que taxonomizó el placer, que lo definió como anormal y generó dispositivos médicos y políticos para la condena social? ¿No es su planteamiento burgués y urbano en tanto que dotan de instrumentos para la intervención y control del espacio público? ¿No son ustedes las que mandan a la policía a tratarnos como culpables de toda crisis de la monogamia heterosexual frente a la prostitución clandestina?

Somos las malas mujeres, pero ustedes tampoco son tan especiales. No crean que hacen lo que nadie más se atreve: ustedes son la policía, las portavoces del utilitarismo y liberalismo en nombre de quienes se gestionan de manera punitiva los placeres y los cuerpos.

El trabajo no es más que una estrategia de supervisión puntual. ¿Quién de todos los lectores no trabaja para sobrevivir? ¿No será que ustedes, abolicionistas, son las que traen el patriarcado hasta la médula, ese que prohíbe y cuestiona a una mujer que puede comprar o vender servicios sexuales?  


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