¿Cómo democratizamos los partidos?

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Como diría Andrés Manuel: se cepillaron a Mancera. El propio jefe de gobierno se quejó abiertamente de la inexistencia de condiciones políticas para competir dentro del Frente. Pactaron Anaya y Barrales. Barrales va por la Ciudad de México, en una competencia que pinta para ser simulada con el gris Salomón Chertorivski, su rival que más “figura”. La misma situación de Anaya: teóricamente, se va a someter a las preferencias de los panistas, aunque lo más seguro es que esa elección llegue planchada. Platiqué el sábado con Fernando Belaunzarán, ex diputado del PRD y uno de los principales impulsores del Frente, y me dijo: “necesitamos construir el Frente porque todos los partidos en México se mimetizaron al PRI”. Yo le diría: el PAN, Movimiento Ciudadano y el PRD se mimetizaron perfectamente en este ejercicio de limitada redistribución del poder, copiando las prácticas del tapado y el dedazo, pero en versión remasterizada de autodedazo.

La solución para cambiar el régimen, como propone el Frente, no está en pactar y repartir las posiciones de poder entre la élite de la partidocracia. Si de verdad quisieran cambiar el régimen trabajarían una plataforma legislativa para democratizar internamente los partidos, que es en donde está, en gran parte, el nudo que no nos permite consolidar nuestra frágil democracia, y no solamente proponer ganarle al PRI: ya demostró Fox que ganarle al PRI nada más por ganarle no sirvió de mucho. Hay que hacer que los partidos funcionen como bienes públicos y no como empresas familiares y grupos clientelares de un solo individuo.

Ahora, ¿cómo democratizamos los partidos? Van tres propuestas:

Primera: mejorar la fiscalización de su financiamiento, para conocer de dónde se pagan las campañas, y evitar que una candidatura se pueda comprar con el dinero de la caja chica de los ayuntamientos, del financiamiento de los contratistas a los que se le va a asignar discrecionalmente obra pública o del propio narco. Las campañas tienen que ser austeras, el dinero público tiene que prevalecer sobre del privado (simplemente porque es más fácil de fiscalizar) para asegurar una competencia equitativa -una idea aceptada ampliamente por los expertos en elecciones y democracia, como José Woldenberg, Luis Carlos Ugalde y María Amparo Casar- y el dinero privado debe también de transparentarse en tiempo real (para saber si se rebasaron los topes de campaña), preferentemente en un esquema de micro-donaciones.

Segunda: listas abiertas para las posiciones legislativas. Actualmente, la élite del partido es quien elige quiénes van en los primeros lugares de las listas de pluris; con listas abiertas, el votante puede elegir de entre toda la lista quién quiere que lo represente sin importar el orden (orden cuyo monopolio pertenece a las cúpulas partidistas en el esquema actual). Así, quienes aparezcan en la boleta no van a aparecer en los primeros lugares por ser fieles al líder y deberle favores

-económicos y políticos- a la élite del partido, sino que el elector podrá elegir libremente entre los mejores perfiles, que responderán únicamente a la militancia que los puso en la lista.

Hay que decir que el primer paso para que la propuesta de listas abiertas pueda prosperar es separar las boletas de mayoría relativa (diputados uninominales) de los de representación proporcional (plurinominales), ya que, como está diseñado el sistema electoral actualmente, al votar por un partido en la boleta de mayoría relativa, automáticamente, se vota también por ese mismo partido para la lista de

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representación proporcional. Es absurdo y poco democrático que al tachar a los uninominales (de distrito), el elector compre el paquete de los plurinominales (de lista o circunscripción).

Último: primarias dentro de los partidos. Es inverosímil que en pleno 2017, los candidatos a la presidencia de MORENA, el PRI y el Frente hayan sido electos por dedazo o autodedazo. Tiene que facilitarse la competencia institucionalizada al interior de los partidos en condiciones de equidad y transparencia. Esto sería, a largo plazo, beneficioso para los propios partidos, pues se evitarían escisiones internas dramáticas, como la de Margarita Zavala, la desbandada perredista a Morena o los rebeldes del PAN.

Ya en los temas que tocó Anaya en su discurso de destape, creo que hay dos propuestas que tienen que analizarse con cuidado.

La primera: el Ingreso Básico Universal, que consiste en asignarle una cantidad monetaria a cada ciudadano mexicano -solo por el hecho de serlo- para que pueda mejorar sus condiciones de vida. La propuesta, en abstracto, es buena. Y Anaya hace una problematización interesante: algunos de los trabajos actuales, como choferes, albañiles o cajeros, van a desaparecer, porque serán desplazados en un futuro no tan lejano por la robotización de la producción y por la inteligencia artificial en los servicios; es decir: mucha gente va a quedar excluida del mercado del trabajo y sin capacidad de recibir una remuneración formal. Esto, obviamente, va a incrementar la brecha de desigualdad, porque las personas menos tecnificadas y con menos educación serán las primeras afectadas. Para eso sirve el Ingreso Básico Universal.

El problema de Anaya es que es ambiguo en decir los cómos de la propuesta. Propone que se va a conseguir resolviendo nuestros problemas de corrupción y la mala administración gubernamental. Yo diría que no es suficiente. México es el país que menos recauda de los países que pertenecen a la OCDE, y no podemos asegurar derechos sociales con mecanismos como el Ingreso Básico si no hay dinero público. Y no hay dinero público si no hay recaudación. ¿Cómo recaudamos más? ISR progresivo: que quien más gane, más aporte; Impuesto a la Herencia, que, digamos, es un impuesto sobre la ventaja o el privilegio que se le asignó a la persona automáticamente al nacer; y, principalmente, dejar de exentarle impuestos a los grandes millonarios de este país. ¿Por qué Anaya no los mencionó en su discurso? ¿Sabe que ellos van a financiar (ilícitamente) su campaña?

La segunda: Anaya propone implementar progresivamente un sistema menos presidencial y más parlamentario, poniendo de ejemplo a Chile:

Habla de la Concertación por la Democracia, que fue la que derrotó en un referéndum en 1988 al dictador Pinochet. La diferencia más clara con el Frente de Anaya es que en Chile existía una amplia mayoría de la población que quería refundar el pacto social con el Estado chileno para dejar atrás el autoritarismo. Y esa mayoría social se convirtió en la mayoría política que fue la Concertación. Aquí Anaya hace lo contrario: pacta, con muy poco apoyo popular, con la élite de los partidos, reparte los huesos y luego va a salir a buscar los votos, probablemente, invirtiendo una lanota en afianzar y ampliar las clientelas de los partidos del Frente: PRD en la Ciudad de México y el sur del país, Movimiento Ciudadano en Jalisco, y el PAN, en donde ya gobierna.

Pone también el caso de la Gran Coalición en Alemania. Habría que decirle a Anaya que en Alemania el sistema es parlamentario, lo que quiere decir que primero son las elecciones y luego se negocian las coaliciones entre los partidos: no al revés. Y que, generalmente, el partido más votado en el Parlamento es el encargado de generar Gobierno a través de un primer ministro dialogando con las otras fuerzas políticas. Anaya aquí está haciéndolo a la inversa: primero pacta y buscará, con el mismo sistema de clientelas, sacar los diputados necesarios para tener mayoría en el Congreso.

En Alemania, el primer ministro es responsable ante el Parlamento, lo que quiere decir es que es un igual entre pares con los diputados y depende, junto con su gabinete, de la confianza del Parlamento para seguir gobernando. Aquí, Anaya quiere brincarse la deliberación democrática del Congreso y usar su mayoría para pasar su proyecto por encima de las otras fuerzas políticas. Además, si les costó tanto definir su candidato y fue toda una sangría política, no quiero ni saber cómo se van a repartir las secretarías: ¿a quién le va a tocar Hacienda? ¿a quién Gobernación? ¿a quién Exteriores? ¿y los secretarios de Estado van a responder verdaderamente al presidente Anaya o a los líderes de sus partidos y a sus intereses particulares?

Finalmente, si Anaya quisiera parecerse a Alemania o a Chile, debería de hacer una consulta transparente, abierta y democrática a todos los militantes de su partido, como lo hizo Schulz -el presidente del partido socialdemócrata- en Alemania para sondear si apoyaban un nuevo gobierno de coalición con Merkel,

o como lo hicieron los dirigentes del Frente Amplio en Chile, para decidir si van a respaldar a Guillier, el candidato de la de izquierda tradicional, frente a la derecha de Piñera, en la segunda vuelta de la elección chilena. Quien decidió fue la militancia de estos partidos, los ciudadanos de a pie. No la élite partidista, porque, muy ciudadanos que digamos no son Diego Fernández de Cevallos, Jesús Zambrano, Jesús Ortega, Yunes, Creel, Dante Delgado y Gustavo Madero.

* David Ricardo Flores (@DRicardo_98) es estudiante de Ciencia Política en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). Ha realizado estancias de estudios en El Colegio de México, con profesores como Lorenzo Meyer, Rogelio Hernández, Jorge Schiavon y Soledad Loaeza. Es colaborador de la Fundación para la Democracia y la Friedrich Ebert Stiftung.


 


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