Brianda Pineda Melgarejo #VocesVioletas

Brianda Pineda Melgarejo (Xalapa, 1991) Estudió Lengua y literatura hispánicas en la UV. Ha publicado reseñas en La Palabra y el Hombre; artículos sobre cine en la revista F. I. L. M. E. y traducciones y ensayo en Liberoamérica. Participó en el área de poesía en la décimo cuarta generación de la FLM.

A continuación presentamos una breve selección de sus poemas:


El lector

 

A Macario

Tocado por el fuego
ardes en silencio.

Ocultas llamas tras tus vestiduras.
Lees y dentro un infierno crece.

Enredadera de fuego tu pensamiento es
y abierto entre tus manos el libro arroja humo.

Desde una pequeña ventana con vista al mundo
contemplo tu quietud de árbol eterno

_____

_____

y eres a mi memoria fiereza en el túnel
incendio retratado en una chimenea.


Retrato de una madre

a Diego Rivera
en 1904

 

Nubló, en otros cuadros, los rostros el pincel.
Pero, aquí, la madre,
capturada entre las manos oscuras del tiempo,
detrás de grietas y arañazos superficiales,
de los colores en zona de derrumbe
y el abismo arañando su espalda,
sobrevive en los ojos.

Mira al pintor desde ese sitio
que no conoce la pintura.

Sobre la quietud ya agonizante del lienzo,
doliente reflejo del hijo
vive la detenida mirada
del cauce de su sangre.


*

Venus de Milo escapa del invierno de su estatua. Toda ella un derrumbe, avanza entre los sauces del parque. Ahí va, la errante voluptuosa, la sensual hasta el tuétano de piedra, oscilando entre pasos que le devuelven sangre y piel. Anhela, desde hace tiempo, volver al refugio mortal donde el fuego salvaguarda y la calma es un simulacro equívoco como la inmovilidad de los objetos cuando nadie los usa.

Atraviesa el pueblo hasta encontrar la vieja cantina donde conoció las mieles del servir y la danza de astucias y voces trémulas por el aguardiente. Entre vidrios rotos, sillas por los suelos, rockolas en ruina y botellas envenenadas por el tiempo se mueve hasta llegar a la habitación final de un oscuro pasillo. En ese lugar durante una temporada soñó, de día como los búhos, no ser la mujer rota en estremecimientos: la vendida a hombres desconocidos que sofocaban su boca por obtener una dosis del éxtasis sin dueño que a todos habita. Piedra transformada en dulce y perecedera materia carnal, reconoce las manchas de sangre que hay en el colchón como un retrato suyo, el último. Una dolorosa ráfaga proyecta en su memoria la tortura, el escándalo de los filos en manos de un hombre sin rostro.

Venus comprende que ha llegado tarde a su ausencia. Escapó del homenaje mutilado y apócrifo que durante siglos le ha rendido la historia para descubrir que ahí donde se quería viva la han humillado, una y otra vez, hasta matarla a luces prostibularias, a obscenas fantasías dirigidas por ejércitos de hombres que exigen a su deseo sacrificios siniestros en bosques, calles, habitaciones y botes de cáustica. En el hogar, lupanárico hogar, existe tan solo el rojo aullido de su sombra pero ella, impasible, contempla la escena a través de las cuencas del olvido y no perdona.

El infierno de la casa no logrará evitar su fuga y resurrección. Venus será como la serpiente y los intentos por asfixiarla en sus escamas no dejarán que cese su fascinación metamórfica. Con los ojos abiertos abandona el burdel mientras la voz de sus paredes manchadas va recordándole que no hay nada nuevo en los confines de nuestro mundo mas todo clama por ser habitado en un instante irrepetible y lejano al anterior, como la máscara que atrapada tras la vitrina del museo más antiguo muda de un gesto a otro, imperceptiblemente y sin testigos, logrando con ello hacer creer a la eternidad que continúa siendo la misma.

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