No sucumbió la eternidad

No nos hemos perdido.

Infinitas batallas nos preceden,

incontables cadáveres hinchándose

sin fin bajo las lluvias

y músculos y tendones rotos emergiendo

como sueños entre los botones de tierra.

Nos preceden veraces campos,

fértiles trigales abonados sólo con sangre,

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_____

siglos enteros labrados a destiempo,

generaciones igual que árboles quemándose

en la tormenta.

Pero nosotros no nos perdimos.

Entre las luces de las estrellas

que no llegaron a destino y los ojos húmedos

que chirriaron ardiendo en las antorchas

Entre las cenizas de los cuerpos

aún pegadas a los muros

Entre los mares derrumbándose

y las falsas Ítacas refulgiendo frente a Nadie

Nosotros no nos perdimos.


Miles de otras naves nos esperaban

Océanos de muertos nos querían llevar consigo

Sirenas como racimos nos llamaron con su canto

Pero nosotros no nos perdimos.


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Y por eso ningún cadáver

ni ningún grumo de sangre

que cantó cuajado en el hueso

ni ningún tendón roto vendido en el canasto

ni ningún amanecer asombrado entre los verdugos

ni ninguna ruina ni naufragio

dejó de encontrar el cielo

que es nuestro y es de todos.

Porque nos encontramos no sucumbió la eternidad

Porque tú y yo no nos perdimos

ningún cuerpo

ni sueño ni amor fue perdido.

Raúl Zurita, “A Paulina Wendt”.

Algunos de nosotros conocimos a Liliana gracias al libro de crónicas de Daniela Rea, Nadie les pidió perdón. Allí supimos de la búsqueda de Liliana por su pareja Arturo, quien fue desaparecido junto a Axel, su hermano, mientras viajaban en una camioneta hacia la frontera de Tamaulipas. Iban a comprar mercancía para revender en los tianguis de la ciudad de México. También llevaban ropa y una cuna que Arturo había comprado para su bebé, que estaba a punto de nacer. Él y Liliana llevaban algunos meses viviendo juntos, y desde que se conocieron habían decidido que querían ser papás.

Gracias a la narración de Daniela, algunos supimos de los tatuajes de samuráis, golondrinas, calaveras y demonios que adornaban el cuerpo de Arturo. De cómo Liliana recordaba su olor impregnando la casa. De la belleza inhóspita de la carretera por donde a él le gustaba viajar. De los dos meses que ambos pasaron en un departamento en el sur oriente de la ciudad, y de las palabras de ella: “La divinidad es la coexistencia de tanta belleza y tanto dolor”.

Supimos de la ausencia que habitaba la casa de Liliana; de su densa espera por el regreso de Arturo; de su búsqueda en cada fosa clandestina en aquel aciago abril de 2011, poco antes de que México despertara con la noticia de que casi doscientos cuerpos habían sido encontrados en las fosas clandestinas de San Fernando. Supimos de cómo San Fernando se transformó en un lugar que recuerda al infierno; de las búsquedas de Román, padre de Arturo. De los cuatro meses de embarazo de Liliana, y de cómo en ellos, por compromiso con Arturo, tuvo que obligarse a aprender a vivir: a cuidarse. A alimentarse. A dormir. A reír.

Y escuchamos sus palabras: “hay un punto en que uno debe parar y seguir con la vida, para no ser un desaparecido de la vida uno mismo”. Leímos las conversaciones que ella tuvo con él frente al espejo antes de irse a dar a luz. De las conversaciones que tuvieron en sueños. Y supimos también del milagro de la vida: del nacimiento de León, y la decisión tomada por Liliana: construir un espacio de amor para que León pudiera crecer y ser un hombre feliz.

El poema de Raúl Zurita de donde viene el título de esa crónica fue escrito para su compañera Paulina Wendt, pero todos los grandes poemas se dirigen también a un sujeto solidario y misterioso: están escritos para la humanidad que habita el tiempo del olvido y espera ser nombrada en el porvenir. Ese poema le pertenece a Liliana lo mismo que a León y a Arturo. Le pertenece a las miles de personas que en México y en otros lugares participan de heroísmos improbables y secretos. A todos los que han sido como Ulises, y atravesaron el mar salvando sueños y nombres del naufragio. El poema cuenta un secreto. En medio de las guerras, florecimos. A pesar de los siglos de dolor, algo se conserva y se transmite. Aunque parezca imposible, el tiempo de la eternidad se sostiene por nosotros.

De ese poema viene también el título de No sucumbió la eternidad, opera prima de Daniela Rea que se proyectará el 26 y 27 de octubre en el Festival de Cine de Morelia. La película tardó cuatro años en realizarse. Antes se iba a llamar En algún sitio.1Véase “Echa una mano: Documental sobre desaparecidos busca fondeo colectivo”, nota de Paris Martínez, Animal Político, y Juan Patricio Riveroll, “En busca de un país desaparecido”, Casa del Tiempo, vol. V, núm. 32, septiembre de 2016, pp. 74-76.Lo que comenzó como un intento de volver a contar la historia de Liliana se fue volviendo más complejo conforme Daniela se dio cuenta de que necesitaba una historia nueva que dialogara con la primera. Entonces apareció Alicia de los Ríos, militante y académica que había dialogado con Daniela en otros momentos sobre la problemática del terror de estado y los desaparecidos en este país. Entonces Alicia le contó a Daniela que ella misma era hija de una mujer desaparecida, militante de la Liga 23 de Septiembre. La mamá de Alicia se llamaba Alicia: ella habita la historia de su madre y, como Liliana y León, participa de la fuerza de una herencia amorosa, al mismo tiempo que del dolor y la pérdida.

En documentales que hablan de estos temas, la denuncia a veces se asocia a un registro expresivo cruel. Se trata de retratar, con la mayor precisión posible, el mecanismo de la violencia para mejor denunciar sus efectos. De hacer que el corazón de los espectadores sienta esa violencia en toda su crudeza: a veces, de maltratarlos un poco… A veces el espectador en la sala de cine se siente un poco rehén de esa maquinaria que es desmontada y denunciada por los documentalistas. A veces en los documentales que hablan de estos temas hay un cierto didactismo que está vinculado a su carácter informativo…

Porque nos encontramos no sucumbió la eternidad es otra cosa. Gracias a él podemos entender mejor lo que significan las desapariciones. Pero también participamos de algo más: dos relatos en primera persona, sutiles y de rara poesía; metáforas visuales construidas por la cámara que dialogan de manera respetuosa con las palabras y los gestos de Alicia, León y Liliana. En su cuenta de Twitter, Daniela Rea ha dicho que la película está inspirada en la obra de Patricio Guzmán. Hay algo de los poemas visuales del último Guzmán en la película de Daniela Rea, pero la película tiene valores propios. Si en Guzmán es omnipresente la voz del director, que engrana imágenes y reflexiones en un vasto poema personal, aquí, el lenguaje poético es contenido. La voz de Daniela nunca está presente de manera directa: más bien, escuchamos a Liliana y Alicia hablando en primera persona mientras las vemos caminar. Pensar. Trabajar y pasar tiempo con su familia. Escuchamos a Alicia reflexionar sobre su mamá mientras la vemos caminar por un campo de árboles secos. Ella toma un fruto mustio de una rama: la imagen del fruto hace resonar el recuerdo de la ausencia de su madre. Luego sabemos que ese campo es, en realidad, un rancho que pertenece a su familia, y se llama “La Soledad”. En otro momento vemos a Liliana caminar a su trabajo por un túnel oscuro, y luego emerger, en un empapelado que hace sentir al espectador que está rodeada de flores, mientras escuchamos sus reflexiones sobre la presencia del amor de Arturo. Alicia recuerda cómo, de niña, un día se le ocurrió que su mamá podía regresar bajo la forma de un grillo: cada que escuchaba el cantar de uno, se preguntaba “¿no será mi jefa?”. Alicia no quería matar a los animales, no fuera a ser que ella hubiera regresado en uno. Y en otro momento más, que recuerda El espejo de Tarkovsky, asistimos al cumpleaños de León. Hay una mesa de cumpleaños, vacía. Hay un mantel que se mueve con el viento…

Son, todos ellos, momentos de enorme sobriedad. Aquí la poesía es un asunto de ética. No tiene que ver con la institución literaria, el deseo de embellecer la expresión o la demostración de una técnica, sino con el respeto a la palabra y la experiencia de los otros. Con la necesidad de crear un lenguaje que funcione como caja de resonancia de la complejidad, la ambigüedad y la profundidad. En mi secuencia favorita, León y Liliana caminan juntos: él va disfrazado de superhéroe. Tenemos el privilegio de escuchar la conversación profunda de un niño y una mujer que sabe escuchar. León está obsesionado con el heroísmo. ¿Y cómo no? León habla del héroe que quisiera ser, y ambos reflexionan por el héroe que podría ser ella. Al mismo tiempo escuchamos una voz en off, que pertenece a Liliana, en donde ella reflexiona sobre su cansancio y su fragilidad…

En un hermoso libro sobre las artes de la lectura en tiempos de crisis, Michèle Petit escribió que la literatura, el lenguaje imaginario, es necesario para enfrentar los desgarramientos colectivos porque con ella construimos un espacio de resguardo; el lenguaje figurado ayuda a hablar de manera indirecta sobre cosas que serían insoportables; ayuda a nombrar sin agotar, y a mirar el dolor como a través de un espejo, de manera parecida a como algún héroe logró acercarse a la Medusa. Las metáforas visuales de Daniela funcionan así: permiten hablar de manera indirecta de la fuerza y el dolor de estas mujeres y este niño; transmiten más de lo que comunican; recogen algo que no termina de decirse ni se cierra completamente en el momento de enunciarse.

Yo asistí al pre-estreno de esta película, y pude escuchar a las protagonistas reflexionar públicamente sobre las razones que las llevaron a contar esta historia:

—Queríamos construir recuerdos para León –nos cuenta Liliana, en el final de la proyección-. Me di cuenta de que comenzaba a olvidar cosas de Arturo, y le pedí ayuda a Daniela.

La mano de Daniela acariciaba el cabello de León, que ahora tiene seis años. Mientras Liliana nos habla, León salta, juega, hace ruiditos. Daniela lo abraza cuando pasa cerca suyo. En dos momentos, León pedirá la palabra para decirnos cómo se sintió tras ver la película ya terminada: le dará las gracias a los miembros del equipo, a los que menciona por su nombre. Hablará de la tristeza que siente por la historia de su papá. Por eso la película trasciende el mero deseo de informar, y no se resigna a identificar crueldad y conciencia crítica. Es un esfuerzo de transmisión para que un niño pueda heredar algo que su madre está olvidando.

En el momento que recibimos esa historia, nosotros los espectadores nos convertimos también en niños. Somos invitados a un gesto crítico de enorme radicalidad que consiste en asumir la propia vulnerabilidad y recibir esa historia con sus contradicciones y dificultades, al tiempo que somos consolados por su belleza inesperada, la aparición de la eternidad que se sostiene en el amor.

La película es además una puerta a la eternidad: permitió que León tomara la palabra y dijera lo que sentía de su propia historia. ¿Hay algún milagro mayor? Esa posibilidad será heredada al porvenir para aquellos que vean esa película y tomen la palabra para hablar de la esperanza y el dolor. Para los niños que desde allí puedan hablar de su vida. Y también para aquellos que han sufrido, y al ver la película puedan volverse niños.

Aquella tarde, Alicia tardó en bajar para hablar con nosotros. Cuando lo hizo, su voz era distinta. Era firme: vibraba. Ambas iban vestidas de gala. Liliana con un saco azul y pantalón de vestir; Alicia, con una camisa bordada de color morado. En sus gestos se sentía la fuerza política de las organizaciones, espacios y prácticas que la han ayudado a articular el dolor para volverlo proyecto de transformación de la realidad. Ello volvió más desconcertantes los momentos en que aparece en la película, en donde lo que vibra es su vulnerabilidad. La película trabaja desde la fragilidad de las protagonistas: en ella emerge un rostro distinto de la lucha por la memoria y la dignidad que el que a veces conocemos por las manifestaciones que hablan en lenguajes militantes. La radicalidad de la película pone en crisis las definiciones tajantes de la “resistencia”: se permite hablar de experiencias improbables. Siendo militante por la memoria combativa, Alicia se permite hablar de la soledad y del enojo por sentir que a veces vive la vida de su mamá. En un gesto que podría ser difícil de comprender, Liliana decidió dejar de buscar a Arturo para construir un espacio de cuidado para su hijo. Su manera de resistir fue ésa: permitir el descanso. Ayudar a que el heredero creciera feliz y sano. Darle un nombre que lo protegiera, como si fuera un amuleto. No ocultarle nada de la historia de su padre: ayudar a que él estuviera presente; confiar en que el trabajo de la herencia ayudará a que madure un día propicio a la justicia.

Yo mismo soy hijo de una familia de militantes, y mi madre también decidió que el mayor acto político que podía hacer era crear un espacio amoroso y seguro para que yo floreciera. Por ello me identifico con la decisión radical de Liliana. Ella permite pensar la política en clave transgeneracional. Resistir quiere decir sostener el amor, permitir que nos encontremos. Perseverar en el esfuerzo del cuidado: sostener un espacio de tranquilidad y felicidad para los frágiles, y permitir que allí madure la promesa secreta de otro mundo. O como dice el poeta chileno:

Porque tú y yo no nos perdimos

ningún cuerpo

ni sueño ni amor fue perdido.

 

Testimonio de un encuentro entre Liliana y Alicia; entre León y Arturo; entre Alicia y Alicia; entre Alicia y León… Entre nosotros, que vemos la cinta, y ellos que nos hablan de sus vidas… Entre nosotros y nuestra historia, y –ojalá- entre México y su presente silenciado, esta película confirma de manera sobrada un juicio de Emiliano Ruiz Parra: hoy, en México, mucho del arte más potente, la investigación más profunda y la reflexión más sutil está siendo hecha por personas que vienen del periodismo.


FICHA TÉCNICA

NO SUCUMBIÓ LA ETERNIDAD

Documental / México / 2017 / 73 min

Dirección: Daniela Rea Gómez

Producción: Mario Gutiérrez Vega

Producción ejecutiva: Juan Patricio Riveroll, Roberto Garza y Everardo González

Guión: Daniela Rea Gómez

Fotografía: Gabriel Villegas

Edición: Mariano V. Osnaya

Sonido: Guillermo Llaguno

Diseño sonoro: Nerio Barberis

Música original: Leoncio Lara Bon

Compañías productoras: ARTEGIOS, PAN O RAMA, Fondo para la Producción Cinematográfica de Calidad (FOPROCINE – MÉXICO)

 

SINOPSIS

Retrato de las batallas íntimas de dos mujeres que aguardan a sus desaparecidos. Dos historias distantes por décadas, la de Liliana -que en el 2010 perdió a su esposo por el crimen organizado- y la de Alicia -cuya madre fue desaparecida por el Estado Mexicano en la Guerra Sucia-, se encuentran en este documental para mostrar los conflictos de la memoria y la lucha cotidiana de ambas por no desaparecer de la vida.

SINOPSIS CORTA

Esta es la historia de dos mujeres que, en la espera de sus desaparecidos, luchan por no desaparecer de la vida ellas mismas.

SINOPSIS LARGA

El documental muestra el conflicto diario que enfrentan dos mujeres, Liliana y Alicia, por habitar el vacío que dejaron sus familiares desaparecidos.

Liliana, una joven de 36 años, tenía 5 meses de embarazo cuando su pareja fue desaparecida por el crimen organizado en el año 2010. Hoy, su hijo León tiene 7 años y no conoce a su padre. Liliana teme olvidar los recuerdos de Arturo y emprende una búsqueda para recuperarlos. Mientras recorre este camino, ella intenta no desaparecer de su propia vida.

Alicia tenía 11 meses de edad cuando su madre guerrillera fue desaparecida por el gobierno mexicano en 1978. Alicia creció bajo la figura de su madre y con los recuerdos familiares que siempre la evocaban. Al buscar a su mamá y confrontar su pasado, Alicia desmitifica la imagen creada entorno a su madre y encuentra en la maternidad una liberación.

Para quienes esperan a un ser querido que está desaparecido, la vida se convierte en una batalla cotidiana por habitar su ausencia, es un pendular entre el recuerdo y el olvido, entre la esperanza y la desesperanza, entre el ser o desaparecer de su propia vida. La ausencia está cada día en el alma, cuerpo y vida de los familiares. Las imágenes de su ser querido invaden su cuerpo, su espacio y sus pensamientos como fantasmas, como seres omnipresentes.

En esa lucha por habitar el vacío de sus desaparecidos, Liliana y Alicia tratan de no desaparecer de la vida ellas mismas y descubren que soltar al ser ausente es un acto de amor.

 

BIOGRAFÍA DIRECTORA

Daniela Rea Gómez

Periodista. Autora del libro Nadie les pidió perdón y coautora de los libros País de MuertosNuestra Aparente Rendición72 migrantesGeneración Bang y Entre las cenizas. En el 2013 recibió los premios Excelencia Periodística del PEN Club México y el Premio de Periodismo Género y Justicia de la ONU Mujeres y la SCJN. En el 2015 fue reconocida con el Premio de Periodismo Rostros de la Discriminación. En el 2017 recibió el Premio de Periodismo de la Fundación de Nuevo Periodismo Gabriel García Marquez por el trabajo colectivo Buscadores. No sucumbió la eternidad es su ópera prima.

Referencias

Referencias
1 Véase “Echa una mano: Documental sobre desaparecidos busca fondeo colectivo”, nota de Paris Martínez, Animal Político, y Juan Patricio Riveroll, “En busca de un país desaparecido”, Casa del Tiempo, vol. V, núm. 32, septiembre de 2016, pp. 74-76.
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