Compartir el bienestar: ¿La redistribución de la riqueza es una cuestión de justicia o compasión?

La redistribución económica ha sido una disputa política central en todo el mundo durante siglos. Y aunque intuitivamente la equidad parece una explicación natural de por qué la gente apoya la redistribución, los investigadores de la UC Santa Bárbara encuentran que la equidad no explica realmente quién apoya la redistribución o por qué.

Según los investigadores, han demostrado que las formas en las que se redistribuye la riqueza está arraigada en la compasión, el interés personal y en la envidia más que en la búsqueda de la igualdad o de la justicia. Su trabajo se publica esta semana en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias.

La redistribución de la riqueza es el principal conflicto del mundo desde hace siglos. Y aunque la búsqueda de la justicia y de la igualdad social parece explicar por qué la gente distribuye o comparte su riqueza, o pretende que sus gobiernos la apliquen, esta investigación ha determinado que en realidad no es así. Hay algo más. Entender las ventajas económicas y políticas de la redistribución no es algo natural,  según este estudio, aunque los seres humanos hemos aprendido a lo largo de la historia a relacionarnos con los demás para lo mejor y para lo peor. Este proceso ha construido sistemas de neuronas que nos motivan a actuar eficazmente en las situaciones que nos conducen a dar, a tomar y a compartir.

La evolución del espíritu humano ha puesto en evidencia la complejidad de la política pública y de la redistribución de la riqueza que los gobiernos vienen intentando, sobre todo, a partir del siglo XIX. Se percibe por lo general como típico de determinados personajes. En la concepción social actual, existe el ‘Yo’, el ‘Otro en una situación peor que la mía’ y el ‘Otro que está en una condición más ventajosa que la mía’. Para comprender la lógica que está detrás del apoyo o de la oposición a la distribución de la riqueza, estos investigadores se han concentrado en tres posibles motivos o causas: la compasión, el interés personal y la envidia.

La compasión

Nuestros antepasados vivían en un mundo sin seguridad social, pero han compensado estos déficits a través de la ayuda mutua: cuando alguien tenía hambre, su vecino compartía la comida y pasaba al revés cuando la situación se invertía, explican los investigadores. Esta dinámica evolutiva creó una motivación espontánea por ayudar a los que lo necesitan. La compasión es la emoción que anima a esta ayuda basada en la necesidad del otro. Pero al mismo tiempo, las personas tienen en cuenta también su propio bienestar y el de su familia.

De esta forma, un motivo concurrente es el interés personal. Las personas, cuando han ayudado a los demás sin tener en cuenta sus propios intereses y los de su familia, han sido seleccionadas a lo largo de la evolución. Este interés propio puede limitar el alcance de la compasión y aumentar el apetito de uno por lo que otros tienen. De esta forma descubrimos que el tercer motivo oculto detrás de la distribución de le riqueza es la envidia, centrada en aquellos que tienen más que yo.

Nuestros ancestros tampoco tenían gente sin techo o millonarios en el Pleistoceno, pero a lo largo de la evolución actuaron con otros seres humanos que estaban desamparados. Detrás del afán por la redistribución de la riqueza, rigen hoy los mismos motivos que existían en la época de nuestros homólogos ancestrales. Esos homólogos ancestrales son el Otro peor y el Otro mejor, según los investigadores.

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La percepción que tiene una persona de nuestro tiempo sobre la redistribución, sobre el hecho de que esta última sea deseable o indeseable, depende de lo solidaria que sea, de su envidia y de lo que espera obtener de la redistribución, explica este estudio.

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La redistribución viene con la compasión

Para testar esta hipótesis, los investigadores han preguntado a los participantes en el estudio si apoyaban o se oponían a la redistribución de la riqueza, y han medido al mismo tiempo su disposición hacia la compasión, la envidia y el interés personal. De esta forma descubrieron que los que apoyan la redistribución son los que muestran más compasión, y que los que esperan beneficiarse de ella son los que se manifiestan más envidiosos.

Este mismo esquema se repitió en los cuatro países objeto del estudio: Estados Unidos, Reino Unido, India e Israel. El hecho de que los resultados sean similares en países tan diferentes puede deberse a una naturaleza humana evolucionada que es compartida por diversas culturas, según los investigadores. Este resultado es importante porque si podemos conocer el grado de compasión, de envidia o de interés personal, o lo que una persona espera que puede ganar o perder por la compasión, entonces es posible predecir no sólo su opinión sobre la redistribución, sino también su afiliación a un partido político, ya que la afiliación política es un indicador claro de las actitudes hacia la redistribución de la riqueza, señala el estudio.

Pero si la compasión y la envidia hacen más atractiva la redistribución, estos criterios utilizan itinerarios diferentes y pueden conducir a preferencias políticas diferentes. Cuatro participantes sobre cinco declararon que durante los últimos 12 meses habían ayudado a los pobres. Según los investigadores, la compasión ha sido el motivo, no el interés personal o la envidia. El hecho es que sólo algunos de los motivos que llevan a la gente a apoyar a un gobierno que propugna la redistribución, son los que inclinan a las personas a ayudar a los pobres. Aunque muchas veces pensamos que el apoyo a la redistribución es la misma cosa que querer ayudar a los pobres, no es verdad.

Un sesgo ideológico en las pruebas sobre el efecto de la envidia

El estudio, si bien permite reconocer diversos motivadores para explicar nuestra posición política frente a la distribución de la riqueza, tiene un claro sesgo ideológico muy cuestionable. Los investigadores, determinan escenarios económicos probables pero sumamente endebles para medir el efecto de la envidia. Parten del siguiente supuesto “Si los impuestos sobre los ricos aumentan por encima de determinado nivel, entonces los ingresos de los gobiernos empiezan a disminuir porque hay menos incentivos a la inversión y la productividad, decae la actividad económica y sube el paro”. Después preguntan a los participantes si preferían reducir los impuestos a los ricos y generar mayores ingresos públicos para ayudar a los pobres, o si preferían subir los impuestos a los ricos y disponer así de menores ingresos para los pobres.

En sus reportes los investigadores señalan “Un participante sobre seis prefiere esta última opción. Esta voluntad de penalizar a los pobres para gravar a los ricos sólo puede explicarse por la envidia de los participantes”. Pero resulta obvio que la respuesta puede ser objeto de un disenso ideológico o diferencias en la lectura económico-política. Una prueba eficiente para medir este efecto, debía incorporar un escenario más amplio, con medidas no sólo fiscales, sino procesos de distribución en los medios de producción, combate a las prácticas monopólicas o incluso escenarios hipotéticos que no asuman escenarios perfilados por ideólogos de derecha o de izquierda. Es de esperarse que la respuesta a esa última pregunta variaría significativamente si el contexto en el que se plantea, incorpora escenarios distintos.

Aún así la investigación resulta relevante, al demostrar que cuando se trata de posicionarnos en torno a problemas de desigualdad social, la mayoría responde más desde las emociones que desde posturas analíticas y bien informadas.

 


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