Museo Nacional de San Carlos, casi medio siglo de resguardar arte europeo en México

En la esquina de Puente de Alvarado e Insurgentes se encuentra el emblemático Museo Nacional de San Carlos (MNSC), el cual cumple este 12 de junio 49 años de sensibilizar al público con destacadas exposiciones de arte.

El inmueble construido por Manuel Tolsá, a petición de María Josefa Rodríguez de Pinillos y Gómez de Bárcena, quien se lo regalaría a su hijo –el conde de Buenavista–, preserva más de dos mil obras de arte que se distribuyen en ocho salas, mientras que otras permanecen preservadas en su bodega. Este recinto alberga la colección de arte europeo más importante en Latinoamérica.

 

 

Gótico, Renacimiento, Manierismo, Barroco, Rococó, Neoclásico, Romanticismo, Impresionismo, Academia en México y Realismo son los núcleos en los que se divide su acervo que contiene piezas de artistas como Joaquín Sorolla, Francisco de Zurbarán, Peter Paul Rubens, Piero di Cosimo, Alonso Cano, Antoon van Dyck y Bartolomé Esteban Murillo, entre muchos más.

El origen de las piezas que integran la colección del recinto es diverso: desde peticiones a artistas que pudieron haber dado cátedra en la Academia de San Carlos, pero prefirieron rechazar la oportunidad, como Giovanni Silvagni, hasta las adquisiciones a coleccionistas realizadas por encargo gubernamental.

En el cuadro La destrucción de Jerusalén por Tito del pintor romano Silvagni se muestra la tragedia que significó la destrucción de Jerusalén a través de tres personajes: un soldado muerto con sus implementos de batalla a un lado, un niño pequeño y una mujer desesperada que parece implorar al cielo.

A pesar de la negativa del artista a ocupar el puesto de catedrático, la obra fue mostrada en una exposición en la Academia, en 1850. El camino que tuvo que recorrer para llegar a este museo no fue tortuoso. Sin embargo, no todas las piezas llegaron de esa forma a la colección del recinto.

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La Magdalena penitente de Francisco de Zurbarán es un ejemplo representativo de las obras que dieron tumbos por el mundo para finalmente encontrar un espacio en el Museo Nacional de San Carlos.

En esta pieza, el artista barroco plasmó, a partir de claroscuros, una joven pensativa y con actitud pasiva que concuerda con los elementos dispuestos frente a ella, mismos que son una metáfora de la fugacidad de la vida: una vela consumida, un cráneo y un reloj de arena.

Esta pieza del llamado Caravaggio español llegó al museo después de haber pertenecido al coronel inglés John Meade, quien la vendió en 1851 a Richard Ford, para subastarla en 1929 en Christie’s. De tal forma llegó a la galería Savile para posteriormente formar parte de la Spanish Gallery de Thomas Harris, donde la compró el ingeniero Alberto J. Pani en 1933 por encargo gubernamental para ser donada al INBA en 1934.

Esto es tan solo una parte de la gran historia que guarda en sus muros este gran recinto del arte en nuestro país.

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