Ingeniería de los sistemas y ciencias del gobierno

Ponencia de Luis Gatica para el coloquio de 17, Instituto de Estudios Críticos

27 de junio de 2017


No puedo comenzar sin mencionar el asesinato de Salvador Adame, periodista secuestrado cuyos restos fueron encontrados en Michoacán ayer. Y si hablamos de periodistas o defensores de Derechos Humanos, hay que mencionar los 77 millones de dólares que el Estado mexicano ha usado en espiarlos como ha intentado a través del software Pegasus, de acuerdo con el reportaje “Gobierno espía”. Aunque los presuntos responsables sean distintos, un evento y otro son, a su manera, mecanismos de control en el contexto de un Estado delincuencial.

De eso se trata la cibernética: del control, de pilotar como se hace con una nave. Por eso Tiqqun nos habla de la cibernética como nueva tecnología de gobierno: “gobernar será inventar una coordinación racional de los flujos de informaciones y de decisiones que circulan en el cuerpo social.”[1] La necesidad de esta coordinación, de este control, aparece con los primeros choques de trenes, que después se evitan a través de señalización y dispositivos de sincronización. A partir de la revolución industrial tenemos cadenas de montaje, organigramas, medios de comunicación masiva, y hasta espionaje vía teléfono celular.

Pero así como a Preciado no le interesa tanto la violencia de género sino el género como violencia, puedo decir que no me interesa tanto la tecnología del control sino el control como tecnología. En lo sucesivo no trataré de decir nada nuevo, sino de articular planteamientos que podrían parecer desconectados. Mi propósito es continuar con una ingeniería inversa del capitalismo que nos ayude a des-armarlo y des-componerlo, así como a armar y a componer otras cosas.

Mi deformación profesional me sugiere empezar por la Programación Orientada a Objetos (POO), que tiene sus orígenes en los años sesenta. Aparece con la finalidad de escribir programas flexibles, fáciles de modificar, de mantener y de extender. Este “paradigma”, que en realidad es apenas una forma de organizar lo que ya existía en el paradigma imperativo-estructurado, tiene como central la noción de clase: la plantilla o definición a partir de la cual se crean los objetos, como el plano con que se construye una casa. Aquí un objeto tiene una identidad (es totalmente distinguible de otros), un estado (o conjunto de variables donde almacenar datos) y un comportamiento (o conjunto de métodos, de operaciones a realizar con los datos).

Las relaciones entre clases como la herencia, donde un Perro es un Animal, permiten reutilizar el código ya escrito con mayor facilidad. Pero más allá de ellas, existen estrategias de diseño de software que permiten acercar más la POO a sus propósitos: se trata de patrones o principios de diseño como el encapsulamiento, la alta cohesión y el acoplamiento débil. En lo sucesivo hablaré de ese concepto paraguas que es el sistema-mundo capitalista a partir de estos conceptos de la ingeniería de software.

El encapsulamiento consiste en que cada clase protege sus datos del acceso por parte de otras clases: los vuelve privados. Podríamos decir que quedan ocultos del exterior, aunque después se pueda enviar una copia de ellos como mensaje a un objeto de otra clase. Esto mismo sucede con la implementación de sus métodos, cuyo código queda también aislado, aunque su interfaz sea pública. Sólo una clase sabe cómo hace las cosas que hace: sabemos que los perros ladran (interfaz), pero no cómo ladran (implementación). Esto es análogo a la cada vez más alta especialización del conocimiento: hay un momento en que sólo un médico puede entender lo que dicen otros médicos, aunque al resto se nos informe con más o menos paciencia de algún diagnóstico.

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Por otro lado, vemos cómo los objetos que usamos diariamente están encapsulados: no sabemos cómo funciona un medicamento, una televisión, una computadora o Internet, sino que accedemos a ellos a partir de sus interfaces: se trata de cajas negras, opacas, de las cuales apenas sabemos qué es lo que entra y qué es lo que sale. Tampoco sabemos realmente cómo se produce la comida que comemos: somos inútiles en todos estos aspectos, pues sólo una clase conoce su implementación. Finalmente, el encapsulamiento de la POO parece tener un relato similar en la individualización y el aislamiento: aunque tenemos una interfaz pública, una cara que damos o un oficio, saber o hacer con que nos presentamos, cada quien tiene problemas privados y resolverlos no es asunto de los demás. Ese razonamiento se extiende con crueldad a la alimentación y a la salud.

Del encapsulamiento nos deslizamos con facilidad al principio de alta cohesión. Este patrón tiene que ver con la definición de responsabilidades u objetivos de cada clase. Así, los datos y operaciones de una clase deberán ser congruentes con esas responsabilidades, dejando el resto de datos y trabajo a otras clases. Suele recomendarse que aquí se siga el principio de responsabilidad única, donde cada clase tiene una sola responsabilidad, un solo gran objetivo como papel dentro de todo el código. KISS o Keep It Simple Stupid, dirían algunos; otros, “el que mucho abarca, poco aprieta”. De nuevo, esto se relaciona con la alta especialización, que podemos observar en las responsabilidades de los obreros en las fábricas, pero en menor medida también en cualquier otro empleo en un contexto empresarial cuyos procesos y actores estén bien definidos.

Por su parte, el principio de acoplamiento débil en la POO responde a la interdependencia de las clases. Entre más dependientes sean entre ellas, más acopladas estarán, y modificar una implicará modificar las otras. Por ejemplo, si yo tuviera que abrir mi computadora y acceder a sus circuitos para poder encenderla, al cambiar esos circuitos tendría que cambiarme a mí mismo también, pues habría de aprender cómo encenderla de nuevo. Pero en lugar de acceder a su implementación privada, accedo a su interfaz pública: sólo tengo que presionar un botón. Aunque un ingeniero cambiara los circuitos de mi computadora, lo haría de tal forma que yo pudiera encenderla presionando el botón de siempre, sin cambiar mi comportamiento: cuestión de practicidad, consecuencia del encapsulamiento. Con un acoplamiento débil, es posible reemplazar cualquier elemento o su implementación mientras se respete su interfaz: mientras se garantice que la salida de la caja negra será la deseada, aunque el contenido de la caja haya cambiado. Se trata de minimizar los cambios al modificar los cómo más que los qué.

Con la posibilidad de estas sustituciones, el acoplamiento débil nos remite a la cualidad de reemplazable que tiene todo para el capitalismo. En una fábrica los obreros son reemplazables por otros obreros, y análogamente, en tanto su propia fuerza de trabajo, todos somos desechables para el sistema-mundo. Hasta los presidentes tienen un grado de reemplazabilidad. Los resultados globales (mundiales) del sistema no serán tan distintos al final, se trate de un candidato o de otro quien llegue a la presidencia. Si bien Trump nos hace dudar de esto, no podemos negar la distancia que la llamada democracia toma aquí respecto de otros sistemas como la monarquía, donde quién ocupaba el trono marcaba una diferencia mayor a quién ocupa la silla presidencial.

El acoplamiento débil es análogo a la descentralización del poder. En esta dimensión el capitalismo aparece como una red distribuida, una red donde no existe un nodo central, lo que no significa que todos sus nodos sean iguales. Como consecuencia, es imposible destruir al capitalismo atacando a sus partes “clave” como se sugiere en El club de la pelea. No hay edificio, base de datos, banco, persona o inclusive país que podamos destruir para terminar con el capitalismo.

Más allá de eso, el capitalismo sí nos destruye a nosotros, llevando el principio de acoplamiento débil a su extremo. La acumulación capitalista sucede no sólo a pesar de, sino gracias a los asesinatos, las desapariciones y el despojo. Así, en un Estado de excepción, la inseguridad de los elementos humanos del sistema se ha convertido en una estrategia para su seguridad. Esta aparente ironía no tiene mucha novedad. Es necesario hacer crecer el ejército industrial de reserva (la gente “con ganas de trabajar”) sin aumentar la demanda de trabajadores para disminuir el valor de su fuerza de trabajo, incrementando la tasa de plusvalía. Asimismo, la guerra es útil en tanto destruye masivamente el capital constante (el valor de los medios de producción), reduciendo la composición orgánica del capital y entonces aumentando la tasa de ganancia. En otras palabras, el sistema capitalista destruye una parte de sí mismo para preservar la acumulación como su resultado.

Naturalmente las dinámicas capitalistas no pueden sostenerse para siempre, pues la acumulación no puede ser infinita en un mundo de recursos finitos. El capitalismo está condenado a su propia destrucción, pero si hablamos de caos climático sabemos que esto no es nada esperanzador para los humanos y que no deja de ser devastador para el resto de las formas de vida. Si el capitalismo funciona necesariamente a partir de la destrucción, haríamos bien en seguir al Comité Invisible y despreciar la noción de la crisis capitalista para hablar de una guerra.

El Comité Invisible, en estrecha relación con Tiqqun, nos dice que es necesario anticiparse en el conflicto: hacer estrategia. Desde un México donde nos están matando como lo hacen, sabemos que para anticiparse a un evento hay que sobrevivir a otros. Nuestra primera táctica, que no estrategia, ha de ser esa supervivencia: producir contramáquinas de vida.

Si el poder está descentralizado, las respuestas a él también pueden estarlo: la microfísica de poder lleva consigo la posibilidad de una micropolítica que le responda. Si “el sistema” no puede ser destruido aniquilando una u otra de sus partes, podemos hackear su infraestructura para construir pequeñas alternativas en paralelo a él. No se trata de responder a su red distribuida con una centralización, con la causa comunista o la gran lucha de clase, de género o lo que sea. Más bien se trataría de responder con una articulación distribuida y nunca unificada de las luchas.

Si el encapsulamiento nos ha vuelto inútiles con la comodidad aparente de sus cajas negras, haremos bien en violarlas para descubrir sus mecanismos. Los programadores hacen esto cuando producen software de código abierto, disponible para que los usuarios lo modifiquen a voluntad. Esto se extiende a la noción de cultura libre y a las prácticas anarquistas del Do It Yourself o Hazlo Tú Misma, que ahora aparecen inofensivas en revistas comerciales. No es necesario que Aaron Schwartz libere miles de artículos del MIT o que Edward Snowden revele los documentos de la Agencia Nacional de Seguridad de EEUU. Tampoco se trata de convertirnos todos en programadores expertos, ni de procurarnos una autonomía alimentaria y de la salud sembrando en jardines que ni siquiera tenemos.

Se trata, primero, del conjunto básico de cosas que podríamos armar nosotras mismas con lo que tenemos a la mano y, segundo, de ese conjunto extendido que se podría elaborar a través de redes colectivas donde los conocimientos se compartan. Con un eco de #15M en España, dice Amador Fernández Savater a manera de ejemplo que “[u]n devenir-hacker de masas son miles de personas que construyen pequeñas ciudades, capaces de reproducir la vida entera (alimentación, cuidado, estudio, comunicación, sueño, etc.) durante semanas, en el corazón mismo de las grandes.”[2]

Sobre el principio de cohesión, el diseño funcional que dice que una clase debe dedicarse a una sola responsabilidad, diremos que ni siquiera el obrero en la maquila se dedica sólo a su empleo: hay un margen en su vida en que hace suceder algo más, en que teje relaciones fuera de lo estrictamente laboral. Justo podemos aprovechar hacernos de esas relaciones fuera de las esperadas, fuera de los propósitos o de las responsabilidades que tenemos asignadas. En una suspensión de los objetivos y las metas, podemos provocar otros encuentros que den pie a maneras nuevas de relacionarnos.


Por último, nos queda el acoplamiento débil con su posibilidad de reemplazarlo todo. Frente a la indiferencia por el dolor de los otros, leí alguna vez que haríamos mejor en tomarnos cada muerte como el fin del mundo. No se trata de detenernos y volvernos completamente inoperantes, porque, como dice Wislawa Szymborska, la vida sigue: “donde Hiroshima estuvo Hiroshima está de nuevo”. Más bien resuena la máxima feminista “si tocan a una, nos tocan a todas”. Para estas mujeres ninguna es reemplazable, y existe un acoplamiento tan fuerte que la injuria a una deviene respuesta de otras. Si conseguimos pasar de la consigna al acto, si un asesinato como el de Salvador Adame se convierte en el fin del mundo, produciremos una contramáquina no suficiente pero sí necesaria.


[1] Tiqqun. 2015. La hipótesis cibernética, Buenos Aires: Hekht Libros, p. 31

[2] Fernández-Savater, Amador. 2015. La revolución como problema técnico: de Curzio Malaparte al Comité Invisible.


Imagen de portada: Øivind Hovland


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