Mireles: la lucha por ser nombrados

 

  • – ¡Número! –
  • – …
  • – ¡Número! –
  • – …
  • – ¡Te hablo a ti! ¡Número!

 

El doctor Mireles voltea de un lado a otro y pregunta: “¿A mí?”

 

  • – Sí, te hablo a ti. ¿Qué número eres?
  • – ¿Yo? Yo soy el Doctor José Manuel Mireles Valverde. No soy ningún número.

 

Así narra el Doctor Mireles sus días en el penal de Hermosillo, Sonora, al que fue trasladado luego de su detención.

 

He platicado dos veces con Manuel Mireles: la primera ocasión fue en la semana previa a su arresto y la segunda cuando recuperó -aunque sea condicionadamente- su libertad, aunque en esta oportunidad me dijese para abrir la plática: “Yo nunca estuve preso”.

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La anécdota, en la que se rehúsa a ser un número y defiende su derecho al nombre propio, no es ninguna banalidad.

 

Según datos oficiales, en la última década han sido asesinadas más de 200 mil personas en México. En lo que va del sexenio de Enrique Peña Nieto, más de 90 mil. Y en lo que tiene que ver con el sistema penitenciario, se calcula en alrededor de 100 mil el número de reclusos que no tienen una sentencia que los acredite como culpables.

 

En ese México, todos dejaron de ser un nombre para convertirse en un número.

 

El doctor Mireles me dijo que una de las cosas que más le molesta escuchar de los funcionarios encargados de la seguridad en nuestro país es cuando hablan de que cifras de ejecutados y las califican como “por debajo de lo normal” o “por encima de lo normal”.

 

“Lo normal es morirse de viejo. Enfermo. Eso es lo normal”, dice en un tono golpeado. Tiene razón. Nuestro país tardó muchos años en prohibir la pena de muerte y tiene una década instalado en una conversación en la que basta suponer que alguien era un criminal para argumentar que su muerte no debe contar. Hay mexicanos que, sin proceso de investigación alguno, ni siquiera número les permitimos ser.

 

Hay muchos números en la vida de un preso. Media docena de plátanos cuestan 3 mil pesos, por ejemplo. Un par de manzanas pueden costar mil quinientos. Dos timbres, más de dos mil, y también hay que contar, cuadrito por cuadrito, los rollos de papel higiénico que te dan cada semana si es que quieres guardar algunos para escribir.


 

En medio de esos números, para Mireles la lucha por la libertad consistió en no convertirse en uno: “el 99% de las personas que conocí ahí son inocentes. Están ahí por pobres”, me dice el último símbolo de la rebeldía en México.

 

Para Mireles, las personas tampoco son un número. En donde otros ven números, él ve a seres humanos: a las nutriólogas del penal de Hermosillo, las recuerda “hermosas”, así como a la psicóloga que se indisciplinó con sus superiores para escucharlo, o a las más de 1,200 personas que me mandaron un mensaje para él en las 3 horas que convivimos: “mándame todos esos comentarios a mi correo, quiero verlos todos”, me dijo.


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“Si todos los que me han buscado para pedirme ayuda para defenderse, hicieran lo que nosotros hicimos, ya no habría malosos haciendo de las suyas”, insiste durante la plática.

 

Ya va siendo tiempo de que hagamos cuentas. De que recordemos que somos más que un número. Y que nombre por nombre, recuperemos nuestro país.

 

Ya va siendo tiempo de que México vuelva a ser la suma de todos nuestros nombres.

 

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