El Síndrome Perelló: Ciencia para desnudar al macho que llevamos dentro

Aún en una sociedad profundamente machista como la nuestra, resulta bastante complicado identificar un discurso más indignante que el recién dicho por Marcelino Perelló en su otrora programa de radio “sentido contrario”. Pero quizá lo más grave de sus palabras, es que son tan sólo una expresión exagerada del imaginario que permea en la mayoría de la población cuando se aborda el tema de la violencia de género.

¿Si ante violencias cometidas por los Porkys, se obtienen respuestas que normalizan la agresión como las de Perelló, qué podemos esperar ante situaciones de menor gravedad? Más allá de que el propio Perelló da una muestra respecto a esto, cuando aborda con la misma ignorancia y estulticia el caso de Tamara de Anda, es importante reconocer como actúan los prejuicios formados por la cultura patriarcal en la percepción social de estos casos.

Como bien dice Arolas Uribe “objetivizar un cuerpo, una persona, implica arrebatarle su categoría de sujeto, de ser humano, y se le rebaja a un mero elemento inanimado sin voluntad” [2], pero la cultura patriarcal está tan difundida que socialmente el acoso sexual sigue siendo uno de los comportamientos más difíciles de percibir y, por tanto, de demostrar (aunque este bien definido para un grupo de personas que han trabajado temas de género). En el imaginario de muchas personas, está relacionado con alguna actitud de la víctima, o incluso propiciado por ella. De hecho, muchas personas como Perelló asumen que las personas poco atractivas no sufren este tipo de agresión.

Pero no hace falta especular para saber de qué forma miramos estos asuntos. Una investigación de la Universidad de Granada (UGR) permite entender cómo influye la ideología del observador en su manera de identificar estas situaciones e incluso demuestra que lo que podríamos llamar el “Síndrome Perelló” está bastante representado en comunidades universitarias.

En el estudio se presentó una situación hipotética a 205 estudiantes (incluso con una mayor representación de mujeres). En ese escenario ficticio, el personaje de Sergio era un trabajador de una empresa que se presentaba de dos maneras: atractivo físicamente o no atractivo. Sergio tenía un comportamiento de acoso sexual hacia una compañera de trabajo, Laura, que de igual manera podía ser atractiva o no serlo (cabe señalar que al ser hipotético, el concepto de “atracción” se ajusta subjetivamente con los encuestados). En concreto, Sergio ejercía hacia Laura acoso de género [2].

Después de conocer la historia de Sergio y Laura, los participantes debían completar un cuestionario. Sus respuestas servían para conocer cómo habían percibido la situación de acoso, a quién atribuían la responsabilidad de lo sucedido y qué opinaban sobre la motivación que movía al acosador para comportarse así. El cuestionario también aportaba información sobre variables ideológicas sobre el sexismo y la aceptación de los mitos relacionados con el acoso sexual [2].

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“Cuando se presentaba una situación de acoso hacia una mujer atractiva, los participantes la percibían como acoso sexual en mayor medida que cuando la víctima no era atractiva”, declara Antonio Herrera, investigador de la UGR y coautor del estudio. “Los resultados de este trabajo ponen de manifiesto cómo ciertos rasgos o características de las personas que están implicadas en un caso de acoso sexual adquieren tal relevancia que enmascaran otras variables importantes en la toma de decisiones, y que tienen consecuencias para el acosador, para la víctima y para el perceptor social”, añade el investigador.

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En el supuesto de que el acosador no fuera atractivo pero la víctima sí, los voluntarios lo responsabilizaron más a él; esto concuerda con uno de los grandes mitos que rodean al acoso: la creencia de que se produce hacia personas atractivas por parte de otras que no lo son. Pero la ideología de los observadores también afecta a su percepción ya que cuanto mayor es la aceptación de los mitos sobre el acoso sexual, más se responsabiliza a la víctima. En este caso, los prejuicios contribuyen a que consideren que una conducta de acoso sexual podría haber sido provocada por la mujer con algún fin ‘malévolo’ [2] 1Basta ver la multitud de respuestas contra la denuncia de Tamara de Anda, las cuales caían por lo general en una supuesta estrategia publicitaria en su favor, o aquellos que señalaron a la familia de Daphne Fernández por supuestamente querer enriquecerse chantajeando a los Porkys, para entender a que se refieren los participantes de este estudio cuando aducen a “fines malévolos”..

Independientemente de este escueto análisis, debemos tener presente lo que dice el mismo Uribe sobre este tema “que cuando hablamos de acoso sexual callejero hablamos de una lógica completa de violencia de género, en la que lo masculino ejerce dominación por sobre lo femenino en el espacio público, a partir de agresiones sexuales unidireccionales que van desde frases y sonidos (“piropos” o silbidos) hasta tocamientos no consentidos (“punteos” o “manoseos”). Estas acciones se manifiestan en un abanico de menor a mayor gravedad, pero todas son violencia y obedecen a una cultura machista” [2].

Las conclusiones del estudio no sólo demuestran la necesidad de eliminar las ideas preconcebidas por la cultura patriarcal para atender apropiadamente la violencia de género, también da pistas para entender porque Perelló logra su objetivo con su indignante perorata. Porque al final, si bien hay una respuesta firme de un grupo de feministas bien organizadas que terminan exponiendo su misoginia e ínfima capacidad intelectual, lo cierto es que al insufrible personaje le espera una mayoría que aplaude su discurso o que lo deja pasar indiferente porque les confronta con su forma de entender el mundo.

Lo peor de Perelló no es que su pensamiento sea una burda, soez y grotesca copia de la mente patriarcal, sino que es quizá una representación bastante apropiada de nuestra sociedad. Eso por un lado debe ser un duro golpe para un personaje que desde la controversia pretende lograr un mínimo de originalidad para resolver la fragilidad de su pequeño ego, pero también es la afirmación de que la batalla de las feministas es indispensable si pretendemos transitar hacia una sociedad justa.

Por eso cuando digo “Síndrome” no sólo me refiero a la idiotez vociferando desde un micrófono, sino a la respuesta efectiva de las personas que se han organizado para eliminar momentáneamente esa voz de la radio y que ahora buscan erradicarla de la academia; ojos y oídos que están atentos esperando que salga el Perelló que llevamos dentro para destruirlo, antes de que acose, viole o mate.

Con información de Agencia SINC [1] y el blog de Arolas Uribe [2].

 

Referencias

Referencias
1 Basta ver la multitud de respuestas contra la denuncia de Tamara de Anda, las cuales caían por lo general en una supuesta estrategia publicitaria en su favor, o aquellos que señalaron a la familia de Daphne Fernández por supuestamente querer enriquecerse chantajeando a los Porkys, para entender a que se refieren los participantes de este estudio cuando aducen a “fines malévolos”.
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