Philip Roth, un escritor en estado de gracia

Al retirarse de la escritura el gran novelista norteamericano Philip Roth (Newark, Nueva Jersey, 1933) ha entregado por completo su existencia a la literatura. Escribir es una actividad odiosa pero leer no. La primera resulta poco menos que una forma de ganarse la vida, la segunda es una forma de mantenerse con vida. Resulta paradójico que el camino de un escritor sea buscar esa existencia paralela, en donde se ha dejado de escribir para siempre, tras la búsqueda obsesiva. Lo que se encuentra es el silencio al que sólo se accede mediante las palabras. Dejemos a un lado las categorías trascendentales, para Roth la decisión fue premonitoria. Un día estaba escribiendo compulsivamente, redactando una frase, a mitad de esa actividad, entre el blanco que dividía una palabra de otra, encontró el destino.

Un escritor libra una batalla crucial cuando la muerte ronda sus pasos: ganar al tiempo las últimas lecturas. Leer para sobrevivir resulta eficaz después de los setenta años, señala el autor judío, antes de eso la obstinación se confunde fácilmente con romanticismo, o en el caso más pusilánime, con ingenuidad.

Philip Roth fue prolífico hasta puntos neurálgicos, digamos que fue un escritor en exceso, abundante, torrencial, escribió la violenta y sórdida American Trilogy, conformada por las novelas Pastoral americana, Me casé con un comunista y La mancha humana. En estos libros la política es retratada con una agudeza incómoda y poco habitual. Después de esto La conjura contra América (2004) es un libro que destaca por la exposición de una ucronía que violenta el orden actual de la realidad estadounidense, y por extensión geopolítica, la realidad del mundo. Némesis (2010), es su última novela, con la cual da por finalizada la obsesión de la escritura, es el gran salto al vacío de la literatura, la renuncia total y la entrega total a esa forma desmesurada de silencio.

La crítica ha dicho, sin llegar a la exageración, que su escritura ha definido una era de la literatura. La voz del maduro y definitivo Roth es furiosa, poderosa y punzante. En los últimos años es el gran favorito a ganar el premio Nobel. Sin el máximo galardón, que se le escapa de las manos cada año (otorgándole el prestigio de los grandes que no han sido reconocidos), pero con el premio Príncipe de Asturias de las Letras 2012, la actual narrativa norteamericana no sería lo mismo sin su brutal irrupción. Roth desde los años noventa inició una carrera desbocada a la canonización. Finalmente su obra ha sido consagrada en la prestigiosa Library of America, la cual realizó una exhaustiva, al mismo tiempo que definitiva, publicación de su obra completa.

El autor de El lamento de Portnoy se manifestó, quizá desde sus primeras novelas (aunque la crítica aún no se ha dado completa cuenta de ello) como alguien capaz de adueñarse de un estilo en perpetua lucha contra la realidad, un estilo en estado de gracia. Al confesar, a la edad de 79 años, que el tiempo está acabándose, y que se ha dedicado a “releer sus novelas favoritas”, solamente ha expresado una idea: “he dicho todo lo que tenía decir”. O lo ha asegurado de una forma equivalente:

“He dedicado mi vida a la novela: he estudiado, he enseñado, he escrito y he leído. He dejado fuera casi todo lo demás. Ya basta. Ya no siento ese fanatismo por escribir que sentía antes”

Ahora que el escritor ha cumplido 84 años —este 19 de marzo de 2017— su silencio es más perturbador que sus propias novelas, porque ese silencio es la suma de una portentosa obra, en la cual retrató la discriminación, el fascismo, y el miedo a la otredad desde la visión de la existencia judía, de tal manera que ha sido acusado de “misógino, solipsista, antisemita y traidor”. Celebrado como denostado sus metaficciones son implacables y se mantienen feroces, ocultas, latentes, en espera de ser leídas por aquellos que todavía confían en las palabras.

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