La oficina de Pedro: política sin grandilocuencia

Un joven entra a una oficina en la que están trabajando otros dos jóvenes El lugar está repleto de recortes, dibujos, folletos, libros y fotografías. Parece el dormitorio de universitarios que comparten habitación.

Frente a esa puerta de acceso está la oficina del diputado Jorge Arana, del PRI, líder estatal en denuncias ante la Comisión Estatal de Derechos Humanos, que enfrenta demandas por corrupción, fraude y enriquecimiento ilícito, así como solicitudes de juicio político.

Sólo un pasillo separa a esos jóvenes de la vieja política. Esa tenue línea divide el hartazgo de la esperanza, el cinismo de la modestia.

La política nos pertenece a todos

Según la fábula que Protágoras utiliza para discutir con Sócrates, en los “Diálogos”, Júpiter decidió darle a todos los hombres el pudor y la justicia para remediar el desastre causado por Epimeteo y Prometeo, que habían repartido las artes de forma desigual y sin dar a los hombres la virtud de la política:

“Como la política versa siempre sobre la justicia y la templanza, entonces escuchan a todo el mundo y con razón, porque todos están obligados a tener estas virtudes, pues de otra manera no hay sociedad”.

El fuego y las artes, que habían sido robadas a Vulcano y Minerva, le bastaban al hombre para conservar su vida, a través de las ciencias, por ejemplo. Pero no eran suficientes para vivir en sociedad, para hacer pueblo.

 

La gesta de lo ordinario

La psicoanalista Constanza Michelson le ha dedicado buena parte de sus últimos estudios a las histerias que esclavizan a la sociedad actual. A las personas de hoy. Una de ellas es la frustración de no ser especial:

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En los años 80, el problema era sentirse raro y querer ser normal, pasar piola. A los parientes raros uno los escondía. Y por eso los malestares de esa época: la fobia social, la timidez y la culpa de no estar a la altura, ‘no soy eso que se esperaba de mí’. Eso todavía existe, pero lo que está creciendo es el sufrimiento de la histeria: no soy tan especial, tan distinto a los demás.”

Pedro Kumamoto es un joven ordinario. Y no se nota incómodo por ello. En medio del aturdimiento de los reflectores, de los miles de likes, de las millones de reproducciones, los símbolos que construye son diferentes a los del poder: son los símbolos de lo ordinario, una peculiar forma de reivindicación de lo público. Pedro inspira por ser terrenal. Política sin grandilocuencia: sin fuego, sin Vulcano, sin Minerva. Política de las personas. Para las personas.

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