Los medios públicos y el aire fresco

Colaboración de Bernardo Masini Aguilera Presidente del Capítulo Jalisco de la Amedi

Entre estudiosos de los medios de comunicación mexicanos es frecuente la referencia a la indagación que hicieron Salvador Novo y Guillermo González Camarena para entender el sentido de la televisión y sus posibles aplicaciones en nuestra sociedad. A principios del sexenio de Miguel Alemán ese nuevo medio de comunicación revolucionaba hábitos entre las familias de los países desarrollados, y su llegada a nuestro país era inminente. La historia, no exenta de algunos mitos románticos, relata que el poeta capitalino era un convencido de las bondades del modelo europeo, que privilegiaba el sentido público del uso de la televisión. Desde este enfoque la televisión tenía un gran potencial como complemento del sistema educativo nacional: podía colocar contenidos que fomentaran el conocimiento más profundo de un pueblo; los valores cívicos elementales para la sana convivencia y la preservación de la identidad nacional, entre otras cosas. A su vez el ingeniero jalisciense se impresionó por la capacidad lucrativa de la industria en ciernes que en Estados Unidos ya era una realidad. Así lo explicó al presidente, de manera que unos años después Alemán y González Camarena fueron socios en el primer monopolio televisivo que hubo en nuestro país: el Telesistema Mexicano que en 1973 cambió su nombre a Televisa.

Lo que pasó con la televisión ilustra lo que en general ha ocurrido con los medios públicos a lo largo de la historia nacional: han quedado supeditados a los intereses de los medios con afanes de lucro. Ello no significa que las estaciones administradas por el Estado sean pocas ni mucho menos que sean de mala calidad. Simplemente existen en un sistema de medios que no tiene interés en su desarrollo. Desde el siglo XIX la clase política mexicana ha intentado llevar buenas migas con los dueños y los editores de los medios de comunicación; pero desde mediados del siglo pasado esa relación ha dado un protagonismo mucho mayor a los dueños de los medios electrónicos. El saldo de esa relación ha sido mayoritariamente de beneficio recíproco, de manera que las empresas periodísticas han guardado en su mayoría una línea editorial más bien benévola con el poder en turno.

No significa que las estaciones administradas por el Estado sean pocas ni mucho menos que sean de mala calidad.

En el caso de las radiodifusoras y las estaciones de televisión paraestatales, llama la atención la diferencia entre aquellas adscritas a entidades federales y aquellas que pertenecen a los gobiernos de los estados. Radio Educación (de la SEP), el Instituto Mexicano de la Radio (Imer), los canales de la UNAM tanto de televisión como de radio, el Canal 22 de la Secretaría de Cultura, el Canal Once del IPN y el nuevo canal denominado Una voz con todos, han gozado a lo largo de su historia de no poca independencia editorial. Sus contenidos suelen ser más críticos que los de los medios comerciales, aun a inteligencia de que se sostienen desde el erario. No puede decirse lo mismo de los sistemas estatales pues la mayoría de ellos son vocerías de facto de sus respectivos gobiernos en turno.

Tanto los medios públicos como los privados utilizan para sus fines una materia prima que nos pertenece a todos: el espectro radioeléctrico. Por ello durante muchos años activistas y académicos lucharon para que la radiodifusión se considerara un servicio público. Su ejercicio – implicara lucro o no – debía respetar y fomentar el desarrollo comunitario. Sin embargo apenas en la reforma de 2014 en materia de telecomunicaciones logró asentarse este principio como una norma. Ello auspiciará, al menos en teoría, que los medios públicos se preocupen más por atender las necesidades de sus destinatarios que los intereses de sus emisores. Ya en 2004 la Red Nacional de Radiodifusoras y Televisoras Educativas y Culturales en México había suscrito nueve principios de la radiodifusión de servicio público, a saber: 1) independencia de gestión; 2) independencia editorial; 3) universalidad; 4) corresponsabilidad; 5) claridad jurídica; 6) pluralidad cultural; 7) fomento a la cultura política democrática; 8) compromiso con la educación, y 9) compromiso con las ciencias y las artes.

Estos principios pueden ser tomados como indicadores para que usted evalúe tanto a los medios adscritos a una instancia federal como al sistema público de su entidad. Por citar el caso del Sistema Jalisciense de Radio y Televisión (SJRTV), podríamos decir que ha habido preocupantes retrocesos en los primeros dos incisos a raíz del retorno del PRI al gobierno del estado: sus audiencias han acusado un mayor tufo oficialista en los años recientes. Pero no puede soslayarse cuanto hace el SJRTV en incisos como el 3) y el 6), pues en su programación hay esfuerzos tan reales como nobles para que los jaliscienses nos conozcamos mejor entre nosotros. Sus contenidos dan a conocer la diversidad cultural y el folclor de los 125 municipios del estado.

México está entre los primeros cinco países del mundo en lo que respecta a usuarios de Facebook y de Twitter.

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Siempre se ha hablado de la desventaja presupuestal que padecen los medios públicos respecto a los privados. Para reducir esa brecha es necesario encontrar la manera de dotar a los primeros de mayores recursos. Los privados a su vez están viendo mermas significativas en sus ingresos porque el mercado de la publicidad en este país se está diversificando rápidamente. La buena noticia aparente es que los medios públicos compiten con un rival un tanto debilitado; pero la mala noticia es que junto a ese rival ahora hay otros: las plataformas digitales. Si bien el internet todavía está lejos del alcance de 50 millones de mexicanos según cifras oficiales, quienes sí lo tienen lo consumen con entusiasmo. México está entre los primeros cinco países del mundo en lo que respecta a usuarios de Facebook y de Twitter. Los contenidos vertidos en estas plataformas se han vuelto la primera fuente de información de los jóvenes mexicanos.

La nueva realidad implica retos serios para los medios públicos. Deben encontrar la fórmula para proyectar una imagen vigorosa; ser aire fresco que los jóvenes – y los no tan jóvenes – quieran acercarse a respirar; a que les pegue en el rostro. Algunos como el Canal Once del IPN lo están intentando al producir series de ficción junto a sus contenidos culturales. Otros están atrapados en el limbo que hay en medio de la precariedad presupuestal y una línea editorial que no muerda la mano que le da de comer. En cualquier escenario hará falta que no los abandonemos: los medios públicos nos pertenecen y tienen la encomienda de describirnos; de ayudarnos a entendernos a nosotros mismos. Podemos ayudarles a cumplir su misión con retroalimentación constante y propositiva.

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