La Orden de los Delfines Extraterrestres

Entre junio y agosto de 1965, la joven Margaret Howe convivió con Peter, un delfín de nariz de botella. No pasaba las 24 horas del día nadando con el cetáceo, pero durante todo ese tiempo compartieron una de las estancias del Laboratorio Dolphin Point, un instituto de investigación dirigido por el neurocientífico John Lilly. El objetivo era que Howe, asistente de Lilly, enseñara al animal el lenguaje humano.

Por muy disparatada que fuera su aspiración –como era de esperar, Peter nunca aprendió, y de hecho la cosa acabó mal−, los trabajos realizados por este experto en comunicación entre especies tenían gran valor científico. De hecho, había construido las instalaciones, situadas en la isla caribeña de Santo Tomás, gracias a la financiación de la NASA. ¿Y qué pinta una agencia espacial en un estudio sobre biología marina?

La relación entre los delfines y el cosmos tiene una razón de ser: saber cómo se comunican estos cetáceos nos ayudará a reconocer señales enviadas por seres de otro planeta. Así lo creía Lilly (fallecido en 2001) y los otros once científicos, incluidos tres premios Nobel y un joven Carl Sagan, que en 1961 fundaron La Orden de los Delfines.

Desde entonces, los trabajos del neurocientífico han sido considerados en diferentes ocasiones por quienes se dedican a buscar vida en otros planetas. Un área, englobada bajo el término SETI (de ‘Search for Extraterrestrial Intelligence’), por la que se ha interesado incluso el físico Stephen Hawking.

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Los delfines volvieron a despertar el interés de esta comunidad científica en 1999, cuando el astrónomo Laurance Doyle, del Instituto SETI en California, propuso analizar los sistemas de comunicación animal y, más concretamente, el repertorio de sonidos de los cetáceos.

Doyle aseguraba que estudiar la forma en que interaccionan serviría como un modelo que aplicar a la comunicación extraterrestre. Por ejemplo, los delfines como Peter usan señales referenciales, es decir, indicaciones sonoras o visuales que indican características del entorno. Además, los diferentes sonidos y su modulación dan información sobre el estado de ánimo, el género o la edad del individuo.

El astrónomo se basó en una regla lingüística para determinar si estos cetáceos emitían los diferentes ruiditos al azar o seguían patrones de comunicación. La teoría correspondía a George Zipf, que había descubierto ciertos patrones que cumplían todos los idiomas humanos (relacionados con la frecuencia de aparición de las palabras) y establecido lo que se conoce como la Ley de Zipf.

Doyle y sus colegas comprobaron qué ocurría con las señales de distintas especies (además de delfines), desde monos hasta plantas de algodón. Diferenciaron unidades de comunicación, ya fueran sonoras o químicas, que equivalían a las palabras, y demostraron que los sonidos de los delfines cumplían la regla establecida por Zipf: tenían significado y eran elegidos conscientemente para expresar información, por lo que constituían un sistema de comunicación complejo.

Por tanto, El modelo matemático desarrollado por Doyle podría ser utilizado como una especie de filtro para determinar qué señales cósmicas pertenecen a un lenguaje extraterrestre.

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Pero los avances continúan: hoy en día, existen dispositivos electrónicos que nos permiten comunicarnos con los delfines imitando sus silbidos. Algunos estudios sugieren además que la manera en que estos cetáceos interactúan con los humanos (sus gestos, movimientos, ruidos…) podría servir como modelo para reconocer cuándo una especie intenta comunicarse con otra. Incluso si esa especie vive en otro planeta.

Con información de Animal Behaviour, Science Direct, Cienciaxplora y Wild Dolphin Project | Selección y notas del Colectivo Alterius.

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