Alepo no debe ser nuestro futuro, pero podría

“Desde ese cuarto de hospital francés he pensado en los emigrantes de la guerra de Siria que, después de haber arriesgado la vida, ponen pie en tierra en una isla del Mediterráneo, y luego lentamente se van alzando, se van elevando, también para sentir que vuelven a ser. Y al pensar en ellos he oído el eco de las voces de los supervivientes que nos hablan en el documento de Svetlana Alexievitch sobre Chernóbil. El libro no trata tanto de la catástrofe general como del mundo después de esa catástrofe. El libro habla de cómo la gente se adapta a la nueva realidad. Esa realidad que ya ha sucedido, pero aún no se percibe del todo, pero está aquí ya, entre todos nosotros, susurra el coro trágico. Y ustedes ahora me van a perdonar, pero lo que dicen las voces de Chernóbil, el gran coro, es el futuro.”

Así fue como Enrique Vila-Matas cerró su discurso de recepción del premio Rulfo, el 28 de noviembre del 2015, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

Cuando vi la ilustración que acompaña este texto, pensé en las noticias recientes: la muerte del embajador ruso en Turquía, la elección en Estados Unidos y la crisis humanitaria de Alepo.

Alepo es la ciudad emblemática, pero ya no solo de Siria, sino del conflicto en medio oriente y de la guerra en todo el mundo. Es la segunda urbe más importante de un país donde han sido asesinadas 150,000 personas por la guerra civil.

Siria, vale la pena recordarlo, tiene una población de 22 millones de personas. Para trasladar proporcionalmente la magnitud de la tragedia a, por ejemplo, México, hablaríamos de un millón de asesinatos en los últimos 5 años.

Siria es el país que mejor representa que se ha roto el binomio entre futuro y progreso que definió a la modernidad, pero no sólo en términos de violencia. Es, por ejemplo, uno de los pocos lugares en el mundo en el que los derechos de la mujer han retrocedido en los últimos 20 años.

La actual generación de seres humanos será, tal vez, la primera en descubrir que, esa idea de que “porque las cosas han sido mejores cada vez en el pasado, seguirá ocurriendo en el futuro” es una falacia, como lo ha señalado Malcolm Gladwell.

No hemos querido advertirlo, pero desde hace un par de años Vladimir Putin ha lanzado retos abiertos a la supremacía estadounidense: al “imperio”. (En este enlace pueden leer, en inglés, un discurso que lo hace evidente)

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Ante la crisis en Medio Oriente, la campaña propagandística de Putin se centra en dos ideas: “Estados Unidos falló como líder global” y “Es mejor que respeten nuestro dominio regional”. El último episodio ha sido el asesinato del embajador ruso en Turquía a manos de un policía al servicio del gobierno de dicho país, al que tanto Recep Tayyip Erdogan (el maniático líder turco que fabricó un golpe de Estado para legitimar su gobierno) como Putin, han vinculado al terrorismo islámico.

Mientras tanto, en Estados Unidos el FBI y la CIA han señalado que el gobierno ruso sí intervino en las elecciones norteamericanas para favorecer al neo-fascista Donald Trump (en el artículo previamente citado, Putin habla del ascenso del neo-fascismo en el mundo).

Y a propósito del futuro, el experto en prospectiva, Paul Higgins, escribió esta semana que “Putin está jugando ajedrez en tercera dimensión mientras nosotros somos incapaces, siquiera, de ver el tablero”.

Por eso, cuando he visto la ilustración que Tercera Vía publicaría, les pedí acompañarla de este texto:

No importa si lo comprendemos, o no.

No importa si tenemos un código común o compartimos valores.

2016 ha sido el año más aterrador para el futuro de la humanidad en, cuando menos, medio siglo.

En el año que está por iniciar sabremos si el futuro es Chernóbil, como proféticamente adelantó Vila-Matas, o tenemos la fuerza, la imaginación y la disciplina suficientes para enderezar nuestro destino.

Una clave para la posteridad: En 1959, en una de sus últimas apariciones públicas, a Bertrand Russell le pidieron dejar un mensaje para el futuro. Podría ser un lugar común, pero es el punto de partida: “el amor es sabio, el odio es estúpido”.

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