Para leer al pato Donald (Trump)

“Divertirse significa estar de acuerdo”.

Horkheimer, M. y Adorno, T.

Hace unos días, en una conversación relevante, alguien me dijo, “Vamos a ponernos folklóricos” –casi solicitando permiso para hablar desde la óptica marxista. Tomo prestado el título de una de las obras de análisis cultural más leídas en los últimos cuarenta años, “Para leer al Pato Donald”, publicada por Armand Mattelart y Ariel Dorfman en 1971, en pleno auge de los estudios marxistas de cultura de masas. Lo tomo como préstamo, porque hemos presenciado una hazaña política en Estados Unidos. Habrá que saberla leer desde algún punto. Horizontes de lectura habrá varios, pero, vamos a ponernos folklóricos…

La lectura de un tema tiene diferentes niveles, no cuantificables del todo: de acción, durabilidad y reproducción. Ahora le toca al fenómeno político que puede –siempre en potencia, claro– detonar particularidades o negatividades en el mundo. La opinión pública es un juguete que satisface de mil formas, insisto.

Trump ha sido elegido como Presidente de los Estados Unidos de América. A pesar de que las encuestas daban una virtual ventaja a la candidata demócrata, Hillary Clinton, el voto definitivo y las complejas formas de representación estadounidenses arrojaron al que será el hombre más poderoso del planeta –mínimo– durante los siguientes cuatro años. Lo que hay que comprender alrededor de la dinámica democrática de votar, es que no es lo mismo la intención del voto -en lo que se basan las encuestas- y la acción del voto en sí misma. La diferencia radica principalmente en que el votante tiene una intención de voto que le es sencillamente práctica a la hora de desenvolverse políticamente en su vida diaria; se recuerda que toda acción es política y se reviste de ideología, pero que no necesariamente se verá reflejada el día de presentarse en las casillas.

Sería necio pensar que la metodología cuantitativa, representada en este caso por las encuestas o sondeos, no pueden predecir en cierto rango un escenario futuro: lo pueden hacer con sus limitantes, pero en esta ocasión no fue así. La encuesta como técnica está basada en encontrar distribuciones porcentuales entorno a opiniones, con base en una escala y opciones de respuesta cerrada: así se puede cuantificar lo que se ha denominado a lo largo del siglo XX como Opinión Pública. Atender a una encuesta significa simular un escenario real de elección –ya sea intención de compra, reconocimiento de marca, o en este caso, intención de voto.. “¿Usted estaría dispuesto a comprar tal marca de detergente? Sí-No.” o “¿A quién de estos políticos votaría usted si fueran hoy las elecciones?” son ítems frecuentes en las encuestas.

¿Las encuestas miden la democracia? No. Lo que más pueden acercarse a medir es una preferencia. En el caso de la democracia como concepto, se puede decir que la encuesta es un aparato democrático, pero no la democracia andando. Esto ocurre debido a que al cuestionarle a un posible votante –es posible votante, porque no se sabe si llevará a cabo el ejercicio democrático o se abstendrá de votar– su intención de voto, la encuesta presentará ítems de los cuales seleccionar. Ése no es el problema en sí. El problema es que como la opinión ahora es un juguete y se conforma con diversas premisas en el votante, el instrumento de análisis elimina toda posible relación con las huellas contextuales del sujeto en cuestión y categorías de elección más emocionales. Para ser aún más folklórico, las encuestas fallan y el famoso margen de error del 5% que la mayoría de las encuestadoras asumen se convierte en un fallo total, debido a que la realidad es inconmensurablemente más grande que “la intención de voto tiende a un 57% a favor de Hillary Clinton”. A veces el sistema falla.

–¿Usted estaría dispuesto a cambiar de marca de cigarros?

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– Sí…

– Si se lleva esta cajetilla de la marca nueva, le regalamos un encendedor.

¿Quiere llevárselos ahora?

– No, gracias.

Simplón el ejemplo, pero puede ocurrir, como en la elección presidencial de uno de los países más poderosos del orbe. A pesar de que las predicciones apuntaban a un triunfo demócrata, no fue así; pero tampoco es una sorpresa total el triunfo de Trump. La democracia… ¿ha triunfado?

La democracia no es un sistema del todo, cumple más la función de idea. Es decir, la idea de la democracia como sistema siempre se ha valorizado en positivo, pero ¿Qué pasa si el demos actúa en contra del bien racional? (el Brexit es un ejemplo). Se dice que se valoriza en positivo, porque el progreso nos ha dicho –o los que lo interpretan– que la democracia siempre es un triunfo. Es decir, la democracia como abstracto se ha fijado como absoluto por los Estados modernos y la idea que han perpetuado de política o acción política. Se dirá que la democracia es más un medio que un fin en específico, pero una nación no progresa al tener un sistema democrático, lo hace cuando este sistema sirve como aparato de consenso, y parafraseando a Ortega y Gasset: cuando el consenso apunta a un proyecto de nación a futuro. La democracia finca el presente hacia un virtual “allá”.

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El crisol ideológico que ha dejado la posmodernidad, la caída de los sistemas burocráticos Marxistas-Leninistas y el albor al sistema hipermoderno de pensamiento, son elementos que ayudan a explicar el caldo ideológico que componían las dos posturas de Clinton y la de Trump. Los analistas identificaban a Trump como el outsider mesiánico que se metió a la bolsa a las clases americanas desplazadas, en su mayoría blancas; no se debe cerrar a pensar, “Claro, supremacía blanca”. Lo anterior porque se recordará que la gobernadora de Nuevo México, Susana Martínez, segunda generación de México-Americanos y primera gobernadora hispana del Estado, apoya abiertamente a Trump, y hay otros casos documentados de minorías que se adscribieron al programa del republicano. Por otra parte, a Clinton la definió Slavoj Žižek como, “El verdadero mal”. Žižek se aventuró a ensayar una de sus tesis más extensas acerca de los procesos ideológicos en esta elección: el sujeto trado-moderno prefiere el mal menor dosificado, al descontrol con potencia a mejoras estructurales. Asimismo, Luciano Concheiro –novel ensayista mexicano– atinó citando al Comité Invisible en sus redes, “toda pérdida de control es preferible a cualquiera de los argumentos que defienden el control de la crisis”. No es necesario ahondar en recalcar que el programa de Clinton era la continuación sistémica de la ideología neoliberal que ha venido construyendo y practicando Estados Unidos desde Reagan, o incluso antes.

Hablando de redes sociales, se percibe una separación binomial de la opinión pública, se identifican dos tendencias: una que oscila entre “¡Qué mal!” y el “¡Qué nos importa a México!”, y una segunda que abarca el chiste y la diversión, tendencias de las cuales surgen intersticios de interpretación.

¿Trump es el cambio? Estrictamente sí, el sistema norteamericano que oscila entre el soft power y el hard power, se verá sustituido, aparentemente, por lo que analistas y medios denominan política de odio: racismo, cerrazón, nacionalismo, locura, y demás sustantivos vertidos. Es posible que el Presidente electo tenga que cabildear y descafeinar su discurso, siendo ya una de las figuras con mayor influencia en la geopolítica.

Ahora bien, si él no significa el cambio, puede en potencia serlo. Si seguimos la lógica de Žižek, un cambio tan abrupto puede generar focos de organización más serios y comprometidos que los que en un régimen de simulación pueden surgir. Trump aparentemente no planea simular.

Los medios masivos de información se han centrado en dar foco a las manifestaciones de rechazo hacia la elección de Donald Trump. Los jóvenes de las urbes como Chicago, Los Ángeles y Nueva York plañen consignas como, “Fuck you Trump”. Se comienzan a movilizar y espontáneamente toman las calles; bien dicen que salir a protestar a la calles es un festejo a la expresión, es una fiesta comunal donde desconocidos confluyen.


El peligro es que esa fiesta de conciliación con la disidencia sea perpetua.

“El domingo 16 de octubre de 2011, haciéndose eco

del movimiento OWS, un hombre se dirigía a la multitud

como si se tratara de un happening al estilo hippy de los


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años sesenta. Nos preguntan cuál es nuestro programa.

No tenemos programas. Estamos aquí para pasarlo bien”.

(Žižek, 2013, p. 109)

Trump estará en el poder y ya se observan grupos de inconformes que en potencia podrían ser movimientos organizados, y hasta contraculturales. Ésa es una de las posibilidades que se abren al triunfo del republicano; hacer notar lo realmente importante y lo que podría mejorar desde la acción civil. Pero como se menciona en la cita extraída del texto de Žižek, y ampliamente reforzada por otro ensayo de Joseph Heath y Andrew Potter, “Nation of Rebels”, escrito en 2004: los movimientos contraculturales o contra-sistema tienden a aligerarse debido al componente de diversión que les une al oponerse. Oponerse al sistema imperante resulta divertido. A este respecto, dichas movilizaciones en las calles tendrán una vida de acción, y pueden germinar en cambios positivos para las minorías o para el bien común; mientras estas protestas no se refugien en acciones cómodas, en participar en shitstorms en redes sociales, generar un hashtag y esperar que con eso cambiará la decisión ya tomada de que la nación más poderos del mundo sea gobernada por un empresario misógino, intolerante e ignorante. Que no se entrampen en lo divertido que puede ser gritar un fuck you y comiencen a construir ciudadanía ante el panorama incierto que se desarrollará durante cuatro años.

Quizá el triunfo de Clinton hubiera significado el aceptar un mal aparentemente menor, asentando en la opinión pública el juicio, “era la menos peor”. El olmo no da peras, y quizá todo siga su curso; pero a veces dos más dos puede dar cinco. Trump fue elegido por mayoría y más allá de las quejas, del miedo (con algún ápice de razón) y de las dinámicas macroeconómicas que están volatilizadas en especulaciones, se abre camino a un posible desencanto de las estructuras hegemónicas de poder, económicas y de administración.

Quizá sea pesimista, pero si lo ocurrido en Estados Unidos termina siendo algo más que divierte a sus detractores y a todos los que directa o indirectamente puede afectar, la Historia será recordada como un proceso de aceptación y sumisión.

Referencia:

Žižek, S. (2013). El año que soñamos peligrosamente. España. Akal.

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