De críticos y pragmáticos o la cruda de una elección

Por Angel Ruíz (@ruizangelt ), ILSB

Dos cosas ha evidenciado el proceso político estadounidense, que nunca debemos  subestimar: la capacidad de sobre simplificar el análisis político para sostener un punto de vista y que faltan aún muchos años para comprender que la misoginia y la xenofobia son problemas públicos de primer orden. Pareciera que el mundo puede arder mientras las variables económicas estén a favor de uno u otro punto de vista (neoliberal o ‘progresista’).

¿Killary?

Sí, es cierto que Hillary fue autora de mucha de la política neoliberal entre México-EEUU, pero no fue así en su trabajo para la política interna gringa cuando fue senadora por Nueva York. Es de mencionar que la agenda de Clinton cambió completamente desde el debate en las primarias con Sanders: allí, Bernie hizo que asumiera un compromiso político con una agenda mucho más progresista en tres puntos:

1) Abandono definitivo del TPP y una política comercial centrada en la redistribución de la riqueza (con el compromiso del salario mínimo).

2) Alejamiento del sistema bancario (específicamente Wall Street).

3) Seguridad Social.

Tan sólo el primer punto tira el argumento “Killary”: si se abandona la joya de la corona de la política comercial neoliberal, ¿en serio puede asumirse que Hillary era el neoliberalismo en persona? El segundo lugar, la hizo alejarse del establishment, no por iniciativa propia, claro, pero sí para evitar un naufragio del partido demócrata con los cambios generacionales post-Occupy Wall Street.

No fue sólo Sanders quien le obligó a tener un compromiso crítico mucho más claro y sin ambigüedades: las feministas estadounidenses presionaron a tal punto que en el último debate Hillary tuvo que hacer explícito el compromiso de no dar ningún paso atrás en todos los derechos ganados por las mujeres y las poblaciones LGBTTI. Se quedó corta, claro, pero defendió el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo en el mismo espacio donde Trump desacreditó sus dichos porque era “una mujer repugnante”.

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¿Un mal menor?

Pensar que Trump era un mal menor que Clinton debido a sus nexos políticos y su trabajo como Secretaria de Estado es sumamente irresponsible. Equivale a pensar que tener una palestra pública para el machismo, la misoginia y la xenofobia es un mal menor. Es falaz, como se puede observar en los cambios de las agendas políticas después de las primarias demócratas.

Pocas veces como ahora hubo tal hostigamiento y acoso a una candidata en virtud de su género. La diferencia radica en que la violencia política hacia las mujeres normalmente se da en silencio dentro de las cámaras y los partidos políticos y ahora pudimos observarlo en vivo en todas las pantallas del mundo. Pero eso no fue suficiente para indignarse, pues nunca como ahora se había ignorado esa violencia por parte de las personas ‘bienpensantes’ porque esa mujer era ‘la encarnación del mal’.

En nuestras democracias modernas se necesita de forma y fondo en la política. Pensar que puede haber forma sin fondo ha sido causante de una inercia política que muchas personas consideran ya inaceptable. Esas personas tienen razón. Pero pensar que ni forma ni fondo, es el signo más claro de la poca claridad que tiene el análisis político hoy día. Si uno es un hombre con un trabajo estable en los medios de comunicación, la academia o la sociedad civil, es sencillo estar en una posición ‘hipercrítica’ y decir que es mejor quemar las naves antes que claudicar ante ‘el capital encarnado en Clinton’. Porque ‘quemar las naves’ es una metáfora para quienes estamos en una posición de privilegio, pero es una realidad la mayor parte de las personas: si el machismo es avalado institucionalmente, si la xenofobia ya no es indignante, si se puede legislar con discriminación, si las personas con orientaciones sexuales diferentes pierden derechos, si el cambio climático no es más que un cuento, todo ello repercute directamente en la vida de millones de personas que no se la viven analizando la realidad desde la comodidad de una pantalla. Ignorarlo es asumir una pedantería intelectual que sólo sirve al ego propio y a los miles de pretextos que seguirán existiendo para justificar que hay personas de primera y personas de segunda.

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