Los policías tienen miedo: la novela negra contemporánea.

«No estoy muerto », dijo, se oyó  repetir en voz alta a sí mismo, «no estoy muerto », antes de desvanecerse en los brazos de Susana Grey, asido furiosamente a ella con las dos manos, perdiéndose en un sueño afiebrado de turbiones de sangre y sirenas de ambulancias.

Plenilunio, publicada en 1997, es una novela deudora del género policiaco y del cine negro, en cuya composición podemos encontrar vínculos a  la gran tradición de la literatura de detectives. Una tradición cuyos aportes son fundamentales para la comprensión de la novela moderna. No se puede comprender la novela de finales del XX y principios del XXI sin el gran aporte que ha recibido de los relatos policiacos. Dentro de la novela de detectives podemos encontrar dos grandes subgéneros: la novela enigma y la novela negra. La primera de ellas tiene su origen en el XIX debido a la obsesión cientificista de la época. La mayoría de los críticos señalan a Edgar Allan Poe como el creador del género enigma con el cuento “Los crímenes de la calle Morgue”, otros dictan que el género nació con la creación del primer cuerpo policiaco en Francia.

Uno de los motivos esenciales de este género radica en la revelación de un crimen, de ahí proviene el enigma, y la develación de éste sólo puede deberse al  astuto detective. Por su parte el género negro se creó como un subgénero de la novela de enigma y posteriormente su desarrollo será independiente, aunque es necesario precisar que la novela negra también se considera descendiente directa de las historias de sheriffs y vaqueros de los pulp fictions (el ejemplo más conocido en la actualidad de los pulp es El Libro Vaquero). Aunque al principio estos dos géneros nacieron como prácticas literarias distintas, con el paso del tiempo las novelas de enigma y las novelas negras terminaron por recibir influencias mutuas, esto motivó que compartieran características entre sí.

La mayoría de los críticos señalan a Edgar Allan Poe como el creador del género enigma con el cuento “Los crímenes de la calle Morgue”

Durante los años veinte se estableció la novela policiaca como un género completo, el término policiaco será utilizado para llamar indistintamente a novelas tanto de enigma como negras, pues como ya mencionamos, en ocasiones las novelas no pueden distinguirse entre uno u otro género. Es en esta época que la novela de enigma desarrolló una “fórmula”, debido al perfeccionamiento de la técnica literaria, pues muchos escritores no se limitaron al simple hecho del desarrollo novelístico sino que también decidieron establecer una serie de preceptos para consolidar la tradición. En Inglaterra un grupo de escritores fundó el Detection Club, una especie de secta en la cual los miembros tenían un juramento que consistía en velar “por el uso de la razón en el desciframiento del crimen”; nombres como los de G. K. Chesterton, Agatha Christie y Dorothy L. Sayers aparecieron en la lista de presidentes de dicho club.

El formato tradicional de la novela policiaca vio su ocaso a finales del siglo pasado.

Podemos considerar que este formato que llamamos tradicional es aquel en donde se exaltan la razón, la lógica y la perfección matemática que caracteriza la astucia de los detectives, y donde se encumbran los valores de la justicia y el sistema legal. Sin embargo,  la postmodernidad devoró los modelos clásicos (de cualquier género de arte) y los renovó. En el caso de la novela de detectives, siguió su evolución hasta que obtuvo la categoría más alta y ahora es considerada literatura “culta”, muy alejada del adjetivo “popular” que se le achacó durante un siglo.

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Al dejar de ser considerado un género menor y popular,  el formato detectivesco alcanza una apreciación tal que escritores como Julio Cortázar y Roberto Bolaño se sintieron poderosamente influenciados y su técnica narrativa se contagió  de las “fórmulas” de la narrativa policiaca, esta narrativa que no prescindió de los moldes clásicos sino que los sumó a una vanguardia narrativa, que combinaba lo más exquisito de la literatura culta y lo mejor de la popular. De tal manera, la narrativa de detectives es el verdadero género precursor de la literatura contemporánea.

La crítica especializada señala que:

Tanto en la novela enigma como en la novela negra observamos, a grandes rasgos, los mismos 4 elementos centrales: un crimen, un criminal, una investigación y un detective. Podríamos decir que las mayores diferencias entre ellas son el enfoque y los recursos narrativos (por ejemplo, en las novelas negras el empleo de un lenguaje cinematográfico para construir las escenas, dada la fuerte influencia decisiva del cine sobre los novelistas)   y las preguntas a las que cada subgénero responde: mientras que la novela enigma se centra en las preguntas “¿quién?” y “¿cómo?”, la novela negra da cierta importancia al “¿dónde?” y se torna de tintes morales, culturales. La novela enigma es, en sus inicios, un fruto del ingenio; la novela negra, de la sociedad moderna.

Una de las novelas que abre el panorama contemporáneo de la literatura española es la novela Plenilunio, escrita por Antonio Muñoz Molina. Debido no sólo a su estructura policiaca sino que además, en ella se encuentra el retrato de la sociedad española que cerraba el siglo XX y comenzaba el  XXI, entraba a su “postmodernidad” con la presencia incómoda y perturbadora de crímenes sin precedentes. Recordemos que una sociedad moderna no puede considerarse tal sin la presencia de sus grandes estrellas: los asesinos seriales. El siglo XX nos dejó una gran cantidad de asesinos seriales y los crímenes del siglo venidero tenían que ser más aterradores y desagradables para que sus autores alcanzaran el “nivel de estrellas de la televisión”. El miedo, el morbo y el terror siempre serán atesorados por la opinión pública, y la televisión se ha encargado de encumbrar a los psicópatas. Influenciado por este panorama, Muñoz Molina retrató fielmente la obsesión de una sociedad: el civilizado sólo existe si tiene un salvaje con quien compararse. En Plenilunio se profundiza la historia más reciente de España: la violación y asesinato de Fátima, una niña de nueve años. La crueldad y la irracionalidad del siglo venidero sólo podían encarnarse en la figura de un criminal que viola y asesina a niñas.

El miedo, el morbo y el terror siempre serán atesorados por la opinión pública, y la televisión se ha encargado de encumbrar a los psicópatas.

La violencia irracional es el acto más cruel que puede cometer un ser humano contra otro, a tal grado que quien ejecuta una acción así deja de ser un hombre y se convierte en un animal. Ante este acto de humana monstruosidad, o mejor dicho, de monstruosa inhumanidad, los policías juegan un papel fundamental. Los detectives –policías o no— serán los representantes de la razón. Es decir, si los asesinos son hombres que realizan actos irracionales, inhumanos ante esta carencia de motivos, los detectives deben ser la razón y  mostrarse humanos, absurdamente humanos, ante la violencia sin sentido de aquellos otros que son sólo engendros del sistema social violento, cruel e irracional al que pertenecen.

Muñoz Molina intenta un esbozo profundo de la naturaleza de un criminal de esta vileza, pone en esencia a un sociópata que ha perpetrado un crimen contra una niña. Para encontrar a este criminal, el representante de la justicia es el siguiente: un detective “gris” cuya vida está basada en una inercia que ni él mismo puede evitar y con la cual el lector simpatiza inmediatamente. Los personajes grises provocan una empatía más intensa que cualquier otro personaje, sin embargo, este policía, cuyo nombre no se revela, es una figura distante que poco a poco va cobrando presencia en la medida en que el narrador profundiza en el aspecto humano: el  lado oculto de los policías que la novela negra del XIX no atendía. En Plenilunio están escritas las siguientes líneas que retratan fielmente las características del detective protagonista:

Se sentó en la cama para limpiarse, respiró hondo luego, y cuando se apartó las manos de la cara él estaba en el umbral, en la misma actitud que unos minutos antes, cuando ella le abrió y no se atrevía a pasar de la entrada. Pensó que a cada uno nos retrata del todo un solo gesto, y que ése era el lo retrataba entero a él: parado en el quicio de una puerta, sin decidirse a dar el próximo paso, por inseguridad o miedo de no ser aceptado, o tal vez, en el fondo, por falta de verdadera convicción, de simple impulso de vivir.

De esta manera hallamos a nuestro detective al final de la novela, como un retrato último: esperando en el quicio de una puerta, sin decidirse a entrar, lo cual es una digna metáfora de la justicia de los tiempos modernos, en donde los detectives, bajo un sistema legal absurdamente burocrático, están obligados a esperar más que a actuar.

La primera línea con la cual comienza Plenilunio es: “De día y de noche iba por la ciudad buscando una mirada”, es el primer atisbo, el guiño, la sujeción a la tradición más representativa dentro del relato policiaco: la novela de enigma, en donde el detective es un ser humano cuyas capacidades deductivas van más allá de lo común, poseedor de una inteligencia aguda y un criterio moral insobornable. Recordemos que esta imagen de detective se consolida con el personaje de Arthur Conan Doyle: Sherlock Homes, es de éste de donde se desprenden la mayor parte de las características ideológicas que fueron preservadas con el modelo tradicional de detective, es así que el modelo holmesiano fue depurado y llevado al extremo por muchas generaciones de escritores posteriores. Sin embargo, Plenilunio propone un modelo no tradicional de detective, un modelo que se aleja sustancialmente con el molde clásico, como ya hemos señalado líneas arriba. Un nuevo tipo de detective aparece en Plenilunio: un detective real.   

Ante la irracionalidad de los crímenes que engendra la postmodernidad, sólo existe una posibilidad para equilibrar la balanza, la existencia de un detective absurdamente humano, es decir, un detective que se equivoca frecuentemente, que tiene miedo de actuar, puesto que no es infalible, ni es astuto, ni posee una inteligencia superior al resto de los mortales, ni una fuerza suprema, ni habilidades sorprendentes, un detective “mediocre” cuyo único talento quizá sea la paciencia, esta paciencia que le permite esperar y esperar en el quicio de una puerta hasta que el criminal se equivoque.

Desconozco qué autores  inauguraron esta nueva etapa en la concepción de nuestros héroes del género policiaco, lo que sé es el nombre de uno de los autores más representativos –que puso en escena a un detective de estas características: el autor sueco Henning Mankell. Este novelista y dramaturgo irrumpió en la escena policiaca con su detective Kurt Wallander, un detective mediocre con una persistencia suprema. En la primera novela de la serie Wallander, Asesinos sin rostro, el autor pone en boca de su policía-detective protagonista, la siguiente reflexión:


“Quizá haga falta otro tipo de policía. ¿Policías que no se impresionen cuando en una madrugada de enero estén obligados a entrar en un matadero humano en la campiña sureña de Suecia? ¿Policías que no sufran mi inseguridad y angustia?”

En esta franca expresión de debilidad y miedo Wallander encierra una sola idea: no son policías lo que necesita este mundo brutal y podrido, los policías no pueden hacer nada por salvarlo, se necesitan superhéroes.

El detective de Plenilunio, cuyo nombre puede ser cualquiera, porque al ser un detective mediocre no importa si se llama Juan o Pedro, simplemente es un membrete: Detective, como podría haber sido un Ingeniero o un Licenciado. Recordemos que la única habilidad de este personaje es su persistencia, una persistencia que también se traduce en una condición ética:

Vio su propia cara en la pantalla del televisor, pero la imagen no duró más de un segundo, y en cualquier caso ésa fue la última vez que hubo referencias a la muerte de la niña en un telediario. Temía de pronto que los demás se olvidaran de ella con la misma inconstancia frívola con que al cabo de dos o tres semanas ya parecían haberla olvidado los periodistas, y se prometió a sí misma que él no iba a olvidar. Iba a seguir buscando en las caras y en los ojos de la ciudad la mirada del asesino…


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Aunque estos argumentos nos lleven a situar a Plenilunio como una novela policiaca, es necesario advertir que no lo es. O sí lo es, pero no en un sentido estricto. Muñoz Molina, a partir de los 4 rasgos esenciales del género policiaco, citados arriba, crea un esquema inicial de su novela. Sin embargo a medida que avanza nuestra lectura, hallamos una profundidad tal en los personajes que por momentos olvidamos la idea de que la novela corresponda con el género policiaco. Los rasgos de cada personaje son profundizados a través de una mirada atenta a la esencia humana, inherente a esto, sus rasgos pertenecen al predominio de una narrativa que abarca no sólo su interés en la sociedad contemporánea, sino en el género humano.

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