El guión perdido de Ingmar Bergman y el concierto de Bob Dylan en el Zócalo

Después de que Bob Dylan rompió el silencio y aceptó con beneplácito el premio Nobel de literatura, algo en el universo también se hizo añicos. Angustiado por saber qué era lo que se había roto. Escuché obsesivamente una rola de Love of Lesbian que se llama “El Poeta Halley” (en la rola Serrat declama un poema). En el fondo de mi espíritu sentí que sólo podía vencer el desasosiego con esa canción, un tanto cursi, o quizá bastante, pero a través de su lírica encontré una premonición: Bob Dylan –no lo sabemos con certeza todavía— dará un concierto histórico en la Academia Sueca. Es el sueño de muchos –y por supuesto la pesadilla de los puristas—, ése toquín iría más allá de toda expectativa y abriría para el 2017 (o ya exagerando para el 2018) la esperanza de Miguel Ángel Mancera para la consagración, pues –en aquella premonición que les conté— vi a Bob Dylan tocando en el zócalo capitalino para miles de ángeles desnudos con gafas oscuras.

Ya bastante restablecido de aquella visión, me dispuse a recordar los avatares de la serenidad y me coloqué en la cabeza una máscara de Jeremiah. Para aquellos que no conocen los remedios caseros de mi pueblo, la máscara del profeta Jeremiah se hace con una cataplasma de dos hierbas sagradas: la ruda (ruta graveolens) y la menta. Se pone sobre la frente mediante vendas, o bien, para los que disfrutan del maquillaje purificador de impurezas, se aplica directamente sobre la cara, mediante esta vía adquirió el nombre de “máscara de Jeremiah”. Precaución: no es la receta completa, la cataplasma lleva una combinación de alcohol y una pasta que se puede hacer con una pomada o cera que sólo mi madre sabe preparar. Entonces como les decía, mi madre me preparó la cataplasma y me recosté sobre el sillón a meditar sobre la música impacable.

Mi cuerpo se abandonó a un estado de meditación absoluta, quienes me encontraron ese día aseguran que levité. Otros dicen que hablaba a través de mi ensoñación de una tal Rebeca. ¿Quién es? ¿Un viejo amor? ¿Una nueva ilusión? ¿El hilo que conduce a la salida del laberinto de la soledad? Jamás, dije. 64 minutos con Rebeca (Sixty-four minutes with Rebecka) es el guión perdido de Ingmar Bergman que yo había encontrado, leído y corregido.

Abrí la caja, con la que había despertado de aquella ensoñación, y leí con voz grave el nombre de los autores que colaborarían en la película: Federico Fellini, Akira Kurozawa, Bergman (por supuesto) y Octavio Paz (ni más ni menos). “Pero Octavio Paz no es actor” me espetaron. Ya lo sé, dije, pero así está escrito.

Entonces recité:

Estaba en una pradera y sentía el pasto bajo mis

pies, pero una voz me dijo que me fuera a la

playa y yo sin pensarlo me largaba a correr hasta

_____

_____

que llegaba. La playa se alargaba perdiéndose y

al frente el mar era negro, encrespado de olas, y

yo sentía una gran angustia, un miedo que me

apretaba el estómago, pero de pronto sus aguas

comenzaron a aclararse, a hacerse cada vez más

luminosas y calmas y al final hasta se podía ver

los granitos de arena del fondo. Entonces sentí el

impulso de alzar la vista y fue como si me dieran

con un mazo en la cabeza: sobre el cielo estaban

todos los países del mundo pintados con distintos

colores, como en el mapamundi que había en la

escuela, cada uno con los tonos más relucientes


y hasta los puntitos de las islas se veían. Eran

todos los países del mundo tendidos en el cielo,

brillando como si los hubieran recién mojado,

con gotitas de agua resbalándose encima.


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Qué bello sueño, me dijeron todos aplaudiéndome, hasta mi madre estaba llorando de la emoción. No es un sueño, les dije, es un poema de Zurita. Asombrados, me preguntaron qué tenía que ver el poeta chileno y los mapamundis con todo eso del documental. Les dije que nada, absolutamente nada, pero era importante recitar poesía de vez en cuando.

Y les expliqué que habían encontrado un guión perdido de Ingmar Bergman que había escrito (en 1969), con la finalidad de abordar un discursos feministas y erótico muy acorde a las ideas libertarias de aquella generación, en donde colaboraría con Fellini, Carlos Fuentes, Kurosawa, Octavio Paz, y actuaría Bob Dylan tocando sus canciones para la Academia Sueca en el Zócalo de la CDMX; dirigido por una sueca llamada Suzanne Osten y protagonizado por la actriz estadounidense Katharine Ross.

Pero el proyecto original había fracasado. No habrá ningún largometraje colectivo ni nada, porque Octavio Paz dijo que quería una película sólo para él, y Fellini dijo lo mismo, y a Kurosawa no le quedó más remedio que decir lo mismo, y Fuentes se quedó triste y ya no quiso actuar y luego dijo que se había peleado con Paz por diferencias políticas. Frente al mar negro del fracaso, Suzanne Osten dijo que siempre sí haría la película (a su manera), y al mismo tiempo, el Instituto Cervantes anunció que serían ellos los que producirían un documental sobre Octavio Paz. El poeta Halley caerá esta noche.

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