Estamos hartos del Fascismo: Soldados de Salamina de Javier Cercas.

Hay ocasiones en que la realidad nos interpela de tal manera que parece hacernos una pregunta insondable. El escritor Javier Cercas, en su novela Soldados de Salamina (Tusquets Editores, 2001), está consciente de esta terrible manifestación, ejercida mediante el eco de la consciencia histórica, de las narraciones de la cultura que no admiten falsas interpretaciones –en todo caso, toda interpretación es falsificada por la moral en turno–, de los sucesos de la realidad que admiten toda clase de interpretaciones y de los eventos irrepetibles que  producen mitos y héroes  a partir de un acto vulgar en tanto humano. Un sólo hecho o una suma de hechos históricos, acumulados en un instante que es, al mismo tiempo, la pregunta: ¿Por qué un soldado republicano a final de la guerra civil española salva la vida de un fascista cuando tiene que matarlo? A través de esta cuestión inicial el autor de Soldados de Salamina retrata las intenciones de un literario Javier Cercas –autor y personaje central mezclados mediante el uso de la ficción autobiográfica– por enfrentarse al  pasado de su país, aquel pasado que gran parte de la sociedad española quisiera borrar.

El libro cuenta la historia de un escritor –con aspiraciones periodísticas, o viceversa, un periodista con aspiraciones literarias– que piensa en la guerra civil como algo tan ajeno a él y tan remoto como la batalla de Salamina (recordemos la batalla entre griegos y persas en el año 480 a. C.).  Este escritor que, como hemos dicho, es la versión ficcionalizada del propio Cercas, a medida que investiga un minúsculo y oscuro episodio ocurrido en la guerra civil descubre un hecho que le revelará una forma completamente distinta de mirar la realidad. Ese minúsculo (y casi insignificante) episodio es el relato de la historia de Rafael Sánchez Mazas  –escritor y fascista, fundador de la Falange Española–, quien se salva de ser fusilado por un soldado republicano.  Este hecho a primera instancia enigmático, es convertido en una obsesión por el Javier Cercas  literario. A través de esta obsesión descubre una verdad filosófica: se da cuenta que el pasado es también el presente.

La guerra civil española es un presente en carne viva, doloroso y latente.

El pasado no pasa –según la máxima filosófica–, pues el presente es sólo una dimensión del pasado, vivimos en una especie de dictadura del presente, en la cual creemos que sólo el presente se puede explicar con el presente y sin embargo, es todo lo contrario. La guerra civil española es un presente en carne viva, doloroso y latente.    

Javier Cercas, el autor real, explica lo siguiente en una entrevista que le realizó un canal de televisión española: “Cuando yo escribí este libro, la gente de mi generación no escribía de este asunto, no les interesaba”. Este desinterés se debía en mayor medida a una repugnancia por aquel pasado:

Los escritores de mi generación no querían saber nada de la guerra civil, porque la guerra civil era una cosa sucia, fea, asquerosa; se habían escritores centenares de libros y producido películas, y no queríamos saber nada de eso, lo que queríamos era ser europeos, queríamos ser posmodernos. La guerra civil era una porquería del pasado.

 

El rotundo éxito de Solados de Salamina inauguró el boom sobre la literatura de la guerra civil española, engendrando una cantidad de escritores que volcaron su atención hacia este episodio non-grato de su historia.

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El escritor Mario Vargas Llosa, en una de las primeras reseñas que se hicieron sobre este libro, advierte:

El narrador de Soldados de Salamina insiste mucho en que lo que cuenta no es una novela sino ‘una historia real’ y seguramente se lo cree, igual que muchos que han celebrado el libro como una rigurosa reconstrucción de un hecho fidedigno, ocurrido en las postrimerías de la guerra civil española […]Pero esto no es cierto; si lo fuera, el libro no valdría más que por los datos que contiene y su existencia -su valor-, como en el caso de un reportaje periodístico, dependería por completo de una realidad ajena y exterior a él, que la investigación de que da cuenta el texto habría contribuido a esclarecer. La verdad es otra: Soldados de Salamina es más importante que Rafael Sánchez Mazas y el fusilamiento del que escapó de milagro (cráter de la historia), porque en sus páginas lo literario termina prevaleciendo sobre lo histórico, la invención y la palabra manipulando la memoria de lo vivido para construir otra historia, de estirpe esencialmente literaria, es decir ficticia.

 

Cuando leemos un libro como éste, en el cual hay un entrecruzamiento entre la ficción literaria y los hechos puramente históricos, tendemos a caer en una trampa. El error está en darle una importancia mayor a esa especie de “verdad” que tendemos a escribir con letra mayúscula, es por lo tanto, “la Verdad” lo que predomina en una lectura superficial, dejando a un lado la otra verdad, construida a partir de los efectos y recursos literarios que utiliza el autor para construir la narración. Se tiende a pensar que las capacidades de “ficcionalización” de un escritor radican en la historia narrada, en los hechos descritos per se, sin embargo, no siempre sucede así, en el caso de Soldados de Salamina las capacidades inventivas del escritor se manifiestan  en “la disposición de los materiales que constituyen el relato, en la manera de organizar el tiempo, el espacio, la revelación y la ocultación de los datos, las entradas y las salidas de los personajes”, como señala Vargas Llosa.

Ricardo Piglia sostiene que debajo de la historia principal que teje un relato, existe una historia secundaria de igual o mayor intensidad que la primera. La buena literatura siempre contará dos historias. Soldados de Salamanina es una de esas grandes novelas que cuentan dos historias –o más. La primera es la de un escritor que escribe sobre su propia obsesión literaria, y la segunda es la historia descarnada de España.

 

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