Un excesivo amor a las plantas

 

Hace poco fui a Xochimilco en busca de una orquídea. En el Mercado de las Flores conozco a un amigo que se dedica al cultivo exclusivo de estas plantas. Sus ejemplares son famosos por dos razones; la primera es que a simple vista parecen las orquídeas mejor cuidadas de todo el mercado. Pero si uno mira con atención el color de las flores, el grosor de los tallos y el brillo de las hojas, se dará cuenta que no sólo son las mejores orchidaceae del lugar, sino las más bellas que jamás ha visto. La segunda razón, y la más superficial, es que mi amigo vende sus plantas al precio más justo posible. La gente ignorante dirá que son baratas.

“Las flores no miden su valor por el trabajo que haya costado hacerlas crecer, en esto se parecen a la poesía”, me dice mi amigo cada que elogio la belleza de su trabajo. Arturo —éste es su nombre— es también un reconocido poeta. El año pasado recibió un premio por su libro de poemas bilingües, en donde se propuso recuperar anécdotas nahuas que le contaban sus padres. La modestia lo ha llevado a rechazar la publicidad que han querido hacerle en la prensa cultural, pero yo que lo conozco bien me he permitido hablar sobre él.

“Las flores no miden su valor por el trabajo que haya costado hacerlas crecer, en esto se parecen a la poesía”,

En otra ocasión, llevé a una amiga a visitar el local de Arturo. Pero aquella tarde mi amigo estaba enfermo y nos recibió en su casa. Mientras bebíamos té de manzanilla, conversamos sobre los distintos tipos de cuidados que deben tener las orquídeas. Arturo nos contó una historia que me parece de lo más curiosa.

No recuerdo bien si fue una traducción  de Plinio Viejo —o  un tratado antiguo sobre el naturalista latino— a lo que se refirió mi amigo. Pero según él, en el texto se comentaba una creencia antigua: se creía que para fortalecer las raíces de ciertas flores, como las orquídeas, lo mejor era rociar la tierra con esperma, de esta manera también se garantizaba la belleza de los pétalos. La botánica del siglo XVIII aseguraba que las plantas reflejan en sus pistilos los genitales humanos. La palabra orchis (de la que se deriva orquídea) significa  testículo en griego. Sin ir más allá, Arturo nos aseguró que su abuelo practicaba este consejo antiguo, herencia que rechazó.

El amor por las plantas puede adquirirse a través del desarrollo de la sexualidad. Según mi amigo hay personas que sólo han experimentado el orgasmo mediante el contacto con las flores. Hay una especie de orquídea que semeja el abdomen de una abeja femenina, tanto es el parecido que los machos —en época de apareamiento— eyaculan encima. La confusión de estos pequeños animales radica en un principio amoroso: “el amor es simultánea revelación del ser y de la nada” (Octavio Paz dixit).

Eduardo Lizalde ha referido en su libro Manual de flora fantástica otra anécdota que viene a cuento.  Un profesor que investigaba la genética de las fanerógamas se aficionó tanto a los ejemplares que estudiaba que esto le ocasionó el divorcio de su bella esposa. Enamorado de su tersa y suave cotiledónea, el profesor experimentó el más alto grado de placer en su invernadero. El error del profesor no fue confesar impunemente su amor a la naturaleza, sino invitar a su esposa a compartir esta pasión devoradora.       

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Imagen Vía: https://www.flickr.com/photos/sergiosf/12546087655 (Creative Commons)

 

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