Tiempo destrozado

 

“Fue un verdadero acierto graduar el dolor”, asegura el testimonio de una persona que al refugiarse en el dolor encuentra una disciplina, un arte casi perfecto, un ejercicio de humanidad que exige soledad, aislamiento, un sabio manejo del instinto de sufrimiento que nos devora a todos. ¿Quién no quisiera aprender este arte? Arrastrar el aliento, empujar los huesos, encontrar en el alma —sustituto romántico del espíritu humano—  la mirada de un perro abandonado, de un niño enfermo, de una víctima, de un desaparecido, las miradas  que dispondrán nuestro aprendizaje. “Hay quienes aseguran que el dolor es interminable y que nunca se agota, yo opino que después del 10° grado de mi escala, sólo queda la memoria de las cosas…” Sólo a través del dolor nacemos.  Aprender de éste para intuir nuestra existencia. Estas ideas nos propone el personaje que ejercita su escala del dolor en el cuento “Fragmento de un diario” de la enigmática —y  longeva—  escritora Amparo Dávila.    

Su primer libro de cuentos fue publicado en 1959 bajo el titulo Tiempo destrozado. Pero antes de éste la autora nacida en Zacatecas, un 21 de marzo de 1928, había publicado tres libros de poemas: Salmos bajo la luna (1950),  Meditación a la orilla del sueño y Perfil de soledades (ambos en 1954). El Fondo de Cultura Económica publicó un volumen en el que reunía su narrativa completa  bajo el título Cuentos reunidos en 2009. Hasta ese año, sus cuentos eran leídos únicamente por una suerte de fracmasonería —la de aquellos seres raros que leen literatura fantástica (ese género menospreciado)— que la convirtieron en una autora de culto. Advertencia, en Tiempo destrozado habita uno de los seres más horribles de la literatura: “El Huésped”, este cuento es uno de los mejores relatos de terror de toda la historia de la literatura hispanoamericana del siglo XX. Un imperdible. Leer este cuento equivale a adquirir una fobia.

Reducir la obra de  Amparo Dávila a la categoría de “literatura fantástica” es condenar una obra por sus rasgos más superficiales. Nada más equivocado que acercarnos a una imprescindible de la literatura mexicana con un prejuicio de esta magnitud, un prejuicio —cabe decirlo— muy a la mexicana, porque sus cuentos han tenido más eco en el extranjero. Extraña, excéntrica, inquietante, profunda, original, interesante, son otros adjetivos que la crítica ha usado para referir su obra. Una cosa es indiscutible, la autora está a la altura de los siguientes cuentistas ejemplares:   Juan Rulfo, Juan José Arreola, José Revueltas, Carlos Fuentes, Sergio Pitol, Jorge Ibargüengoitia, Elena Garro, José Emilio Pacheco, por mencionar sólo algunos. Y además, un premio literario lleva su nombre —merecido homenaje tardío por parte de la industria cultural.

A pesar de que ha sido revalorizada por nuevas generaciones de escritores, principalmente autores como Cristina Rivera Garza, Vivian Abenshushan, Bibiana Camacho y Bernardo Esquinca que han convertido a la enigmática abuelita misteriosa en un tema de sus novelas, artículos y fobias, la obra de Amparo Dávila sigue estando confinada en los anaqueles más sombríos de las bibliotecas —digitales y físicas.  

 

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