El cambio climático y la economía del deseo

Las ideologías dominantes funcionan en parte por su capacidad de tomar los códigos de las posturas en su contra y reconfigurarlas para mantener sus privilegios. Esto explica porque podemos ver feminicidas hablando desde las teorías antipatriarcales, pederastas escudados en la espiritualidad del clero y por supuesto el fenómeno más extendido en este sentido, el capitalismo verde. El peligro de la ideología es que no permite mirar con objetividad la realidad. Es una estructura de pensamiento que resuelve grandes dilemas desde lecturas absolutistas y niega al Otro, lo que provoca divisiones e impide nuestro avance en el conocimiento y paraliza las prácticas necesarias para construir sociedades justas y libres.

Esto explicaría porque el Cambio Climático (que no Calentamiento) es un asunto científico que se ha cerrado por una especie de consenso internacional, a pesar de que los modelos que le soportan no contemplan el factor climático más relevante: la actividad solar. Desde ahí, lo que vemos es un despliegue de proyectos que se plantean desde diferentes vías: algunas que optan por la desaceleración económica (a mí parecer la única ruta adecuada cuando de salvaguardar a la naturaleza se trata), otras que apelan a la hipertecnificación (ruta que parece insostenible, dado que el avance tecnológico hacia nuevas energías se encuentra en un punto crítico respecto al balance global de la biosfera) y la ruta que de hecho se lleva a cabo, la de mantener el ritmo de explotación sin considerar el deterioro ambiental que esto implica.

No estoy diciendo que el problema del Cambio Climático, claramente afectado por la intervención de la población humana, sea un problema menor pero me parece importante señalar que al convertirse en un fenómeno tan difundido, con el que se pretende explicar todo desastre ambiental (o incluso fenómenos muy locales), oculta otros problemas ecológicos de suma importancia; como la devastación imparable de la mega-minería o más recientemente la práctica invasiva del fracking. Y no solo oculta o minimiza otras prácticas nocivas de la industria, sino que le permite desplegar estrategias para fortalecer el sistema opresor. En este sentido, bajo el término greenwashing (cuyo mejor ejemplo es la Coca-Cola verde) se ha señalado la forma en la que las grandes empresas utilizan los discursos ecologistas para esconder sus prácticas altamente contaminantes y extractivas. Con el surgimiento de grandes campañas para mostrar los efectos del calentamiento global, emerge la tendencia a lo verde en todos los ámbitos; tanto en prácticas domésticas como en las grandes industrias.

Hemos llegado al punto en que la crisis ambiental está unificando nuestras consciencias, pero seguimos siendo víctimas de las lecturas que intentan resolver el problema ético desde la mirada catastrofista; nos planteamos el problema porque insertan el miedo desde una postura antropocéntrica que solo sirve para fortalecer el egoísmo individualista de nuestros tiempos. Y desde ese individualismo trabaja el capitalismo neoliberal, donde lo más perverso es la forma en la que nos vuelve culpables a todos de la destrucción de lo que nos sostiene, sobre todo desde dos prácticas cotidianas: el ecocidio y el consumo. No resulta exagerado decir que este sistema de muerte es soportado por una élite que ha diseñado una economía del deseo, controlan recursos para que el grueso de la población destruya la naturaleza para transformarla en objetos que satisfacen todo menos nuestras necesidades esenciales y nos condicionan para consumirlas: clases bajas y medias, se confunden en esta danza de muerte donde los directores de orquesta solo jalan los hilos y guardan en bóvedas bancarias a la Pachamama-Gaia transformada.

Me refiero a la Pachamama-Gaia porque finalmente somos una contradicción mestiza. Hablamos desde los códigos de Occidente, pero esa tradición racionalista que nos hace entender el fenómeno desde lo puramente científico a la vez contiene nuestra rebeldía. Lo que entendemos por libertad eventualmente nos empuja hacia pensamientos de otras latitudes; de nuestras latitudes. Sostengo que en tiempos de tratados internacionales que no tienen ningún efecto, en tanto siguen permitiendo el despliegue de la maquinaria industrial, debemos voltear a las “zonas liberadas” (como los caracoles zapatistas) y a las luchas que los pueblos indios están confrontando para salvaguardar nuestros sagrados territorios. Son esos espacios autónomos los que muestran una estampa positiva del futuro, donde humano y naturaleza pueden favorecer el desarrollo de un sistema tecnológico equilibrado y auténticamente sustentable, rescatando la conexión primaria de nuestros cuerpos con la tierra.

Texto: Jesús Vergara | Imagen: tomada de la web, sobre una nota que señala la tala para permitir la visión de un anuncio de Coca-Cola Verde.

 

 

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