México y Sudáfrica: aprender a llamar las cosas por su nombre

Algo grave ocurre en México cuando somos incapaces de llamar las cosas por su nombre. Desde la desaparición forzada de los estudiantes de Ayotzinapa, que ciertos actores mediáticos quieren llamar secuestro, hasta nuestra incapacidad para denunciar los elementos abiertamente racistas de nuestra desigualdad económica. Aunque Sudáfrica acaba de cumplir escasos 21 años desde el fin del gobierno del Partido Nacional que impulsó el sistema del apartheid, la nueva generación de jóvenes que crecieron después de la liberación (los born-free), ha sabido denunciar en tiempo la disparidad económica y el rezago de oportunidades que perviven entre la población mestiza (coloured), india y negra. 

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En los últimos meses, tres eventos han marcado la pauta y han llenado de razón un debate que se suprime o se ignora por parte de la minoría blanca, sobre todo en la provincia del Cabo Occidental, donde se localiza Ciudad del Cabo. Primero está el movimiento universitario #RhodesMustFall, que originalmente exigía la remoción de la estatua del infame empresario y colonizador británico Cecil John Rhodes, fundador de la minera DeBeers, del campus principal de la Universidad de Ciudad del Cabo. El movimiento ha recibido el apoyo de figuras destacadas como el filósofo Achille Mbembe o el fotógrafo David Goldblatt. Lo que inició como un acto catártico y de enojo legítimo al arrojar heces a la estatua de Rhodes se ha transformado en un reclamo a lo largo del país por comenzar un diálogo en el que se aborden temas que han sido omitidos de la agenda de transformación racial después de la llegada del Congreso Nacional Africano al poder; entre ellos el racismo institucional, la permanencia incontrovertible de símbolos coloniales en los campus universitarios, el modelo de universidad eurocéntrica que subiste en todo el sistema educativo y por qué no, el desencanto con la vida democrática post-Mandela.

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La discusión franca -aunque a veces penitente- en torno al privilegio racial de la población blanca, dio pie al segundo evento hace apenas unas semanas cuando un movimiento llamado Open Stellenbosch, par de #RhodesMustFall en la Universidad de Stellenbosch (a 40 km de Ciudad del Cabo y cuyo idioma de instrucción oficial es el afrikaans), se enfrentó a un reducto profundamente enraizado de intolerancia personificado por un grupo de estudiantes organizados entorno a la iniciativa #IamStellenbosch. Es común encontrarse a jóvenes blancos en los suburbios del sur de Ciudad del Cabo y la región vinícola alrededor de Stellenbosch que consciente o inconscientemente gozan de los privilegios que su color les otorga y más por conveniencia que por apología, prefieren ignorar los problemas éticos que van de la mano con aquello que nadie puede cambiar. La ignorancia es una decisión, igual que reconocer nuestros privilegios también es una decisión, aunque ésta dolorosa e incómoda. Ante la creciente percepción de Stellenbosch como la Meca del privilegio blanco y la denuncia cada vez mayor de casos de discriminación racial en la universidad, incluidos varios incidentes donde se usó la palabra kaffir -el equivalente sudafricano a nigger-, #IamStellenbosch decidió mostrarle al mundo su bondadosa cara convocando a cantar masivamente en la explanada principal de aquella universidad la canción Where is the love? Además sus miembros redactaron un letrero con su afiliación étnica/racial/cultural y la aparente contradicción entre las expectativas que genera la misma y ciertas afinidades que encajan dentro del paradigma nacional post-1994, la llamada Rainbow Nation. 

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Los daltónicos que aseguran que el color de alguien es irrelevante en cuanto a los tratos y privilegios que recibe o le son negados, portaban letreros como “Yo soy un hombre blanco y escucho rap”, “tengo el cabello largo y no vendo o uso drogas”, o “soy inglés y puedo utilizar una parrilla”, y por más que estos despliegues de ignorancia y superficialidad estén cargados de buenas intenciones, no hacen mas que desviar el debate de los asuntos que realmente son relevantes: en Sudáfrica la raza importa y eso debe cambiar.

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El amor por el que inquiere la canción está claramente presente cuando el grupo demográfico al que uno pertenece tiene una participación universitaria del 23% en individuos entre 18 y 29 años, mientras que en el caso de las poblaciones negra y mestiza, número oscila entre el 3% y el 4%. Por supuesto que el amor está presente en tu vida cuando tu capital social te permite tener acceso a oportunidades de empleo y educación que tus pares negros probablemente no tendrán.

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Finalmente, el tercer incidente sucedió cuando la legisladora Dianne Kohler Barnnard de la Alianza Democrática -el principal partido de oposición que carga con el estigma de ser percibido como un partido para blancos- compartió en su muro de Facebook un comentario del periodista Paul Kirk en el cual rogaba por el retorno del difunto presidente nacionalista P.W. Botha, arguyendo que al menos él (Botha) era más honesto que los “hampones” del Congreso Nacional Africano. La respuesta a la legisladora ha sido implacable y desde todos los flancos de la sociedad ha sido duramente criticada. El proceso de sanción y reconciliación parece dar frutos maduros por primera vez, al contrario del espejismo que suponía la transición cuando el debate se asume abierto por las partes involucradas. Hoy todavía se escuchan los gritos que acusan de censura o de una especie de cacería de blancos, pero son cada vez más los jóvenes de todos los grupos sociales los que admiten que en el diálogo y el reconocimiento del enojo legítimo se ubica la mejor arma contra la mojigatez que  minimiza los problemas y  paraliza a cualquiera sociedad. 

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En México, tanto para el llamado círculo rojo como para el resto de la población, compararnos con un país en África parece fuera de contexto o de plano una mera estupidez. Aunque no se pueda comparar directamente, 300 años de gobierno colonial en México, 248 años de gobierno colonial en Sudáfrica, 70 y 46 años de un gobierno autoritario respectivamente, y dos transiciones democráticas que en su momento despertaron ilusión y hoy aparecen rotas y fracasadas, nos invitan al menos en este tema, el de la raza y su enunciación  pública como tal, a reflexionar en torno a lo que ocurre en Sudáfrica, para pensar en lo que no pasa en México.

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