Para no militar como militares

“Los revolucionarios a menudo olvidan, o no les gusta reconocer, que se quiere y hace la revolución por deseo, no por deber”.

-Gilles Deleuze y Félix Guattari

Tal supuesto deber suele estar ligado al dolo, a una angustia que pretende reinscribirnos en una moral tanto o más tirana como las lógicas que queríamos derrumbar. Cierta feminista da un ejemplo muy claro en su canción La otra: “adelgaza, súbete ese escote, quítate los pelos del bigote, pero si adonde vas es un centro social, no te arregles, que eso queda muy patriarcal”.

Como se intuye, estas situaciones son tan cotidianas como el ejercicio de poder y las prácticas de disidencia. Hace poco leía a un hombre problematizar el reto de no usar coches durante el día mundial sin auto. Decía que no era un llamado para él, ya que toda su vida había sido a pie o en transporte público. Rechazaba usar la bicicleta porque “en algo nos debemos distinguir los de origen jodido de los activistas con privilegios de clase”.

Un caso más cercano: ayer mismo un hombre me corrigió cuando escuchó que me presentaba como puto (maricón). Decía que él era homosexual, no puto, aunque respetaba mi “libertad poética” de usar esa palabra. Condescendiente, me interrumpió varias veces: antes pensaba como yo, pero a estas alturas ya sabe que “esa palabra sólo puede reproducir los prejuicios de la sociedad”.

Se puede decir que al criticar la imposición de un deber se impone el “deber de no imponer otro deber”. Me parece que ahí hay una trampa análoga a aquella retórica de la tolerancia que pretende que toleremos lo intolerable. No se trata de imponer un nuevo deber: se trata de señalar que los caminos son múltiples. De decir que reapropiarse de la injuria es una táctica, tal como evitar lo que hiere. Inclusive, que es una táctica del gozo: decir “soy puto, y me encanta”, tal como reírse y parodiar el género, hiperfeminizándome ante la agresión homófoba en la calle.

Análogamente, no pretendo imponer la moda de las bicicletas como solución al imperio del automóvil. Reivindico, por supuesto, la necesidad de un transporte colectivo, pues hay muchos cuerpos cuya movilidad no se resolvería con una bicicleta. Pero también reivindico lo que podemos ver del mundo a la velocidad de las bicicletas. Reivindico la pequeña resistencia de la adolescente que desobedece a sus padres y sale en dos ruedas con sus amigas de noche, disolviendo por un momento la configuración de unas horas hábiles para habitar y recorrer la ciudad. Reivindico el saludo a las personas de a pie, cantar en la calle, aquella sensación de la brisa en la cara y el viento acariciando los brazos.

En lugar de un nuevo deber a imponerse, quiero jugar a los deseos, a deseos relacionados con otras formas de militar. Militancias que no partan del dolo, aunque sí partan de dolores, opresiones y conflictos: para no militar como militares. Porque en estos tiempos de guerra, el primer reto es sí mirar el dolor, pero de nuevas formas que nos permitan cuidarnos juntas: que nuestra primera táctica sea amistarnos (que no unificarnos). Retomo las palabras de Guadalupe Aguilar, quien junto a otras madres no cesa en la búsqueda de sus hijos desaparecidos: teníamos un dolor y cuando nos juntamos, lo convertimos en potencia.

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