El terremoto del 85: un testimonio personal

El siguiente texto es un testimonio personal inédito escrito por María Malvina Riveros García. Su hijo, Frank Aguirre, nos hizo llegar la narración y autorizó la publicación del misma.

Jueves 19 de Septiembre de 1985.

5:30 a.m.
Reforma 667, Edificio Nuevo León, entrada E, departamento 520. Suena el despertador, Alejandro decide no asistir a la clase de Inglés en el Centro de Lenguas Extranjeras, nos acurrucamos en la cama con el bebé aún dormido en su Moisés de mimbre por un lado, escuchamos en la penumbra que se abre a la luz del día el programa “De Puntitas” conducido por Emilio Ebergenyi; su voz queda recita: “De puntitas por mi casa se paseaba un ratón, no me despiertes a gritos! De puntitas es mejor! Abre los ojos un poco, deja que les entre el sol, levántate de puntitas que ya empieza la función!” 6:00 a.m. Salto de la cama para preparar el café y poner en el hornito eléctrico un croissant, al ritmo de la canción “Hoy puede ser un gran día” en la voz de Serrat: Hoy puede ser un gran día Imposible de recuperar Aprovecharlo o que pase de largo depende en parte de ti Saca de paseo tus instintos y ventílalos al sol Y no desperdicies los placeres si puedes derróchalos Si la rutina te aplasta dile que ya basta de mediocridad..

6:30 a.m.
No recuerdo exactamente como siguió y finalizó el programa, pero en algún momento Alejandro salió de la cama para darse un baño, después de dar cuenta del croissant y del café; Alejandrito se despertó, haciendo gorjeos y gorgoritos como corresponde a un bebito de dos meses y medio, despedí a mi marido como cada mañana en la puerta del departamento, sólo que esta vez, excepcionalmente, con el niño en brazos, cierro la puerta, vuelvo sobre mis pasos, dejo al bebé en la cama, boca abajo sobre una almohada, para que ejercite un ratito su cuello y sus bracitos, está tan tiernito y tan manejable, puse la mamila en el calentador eléctrico, pues le tocaba su primer biberón de la mañana.

7:15 a.m.
Me dirijo al baño, cruzando la salita, desde allí veo al niño, moverse como “caguamita”, levanta su cabeza en suave balanceo y mueve sus brazos con los puñitos cerrados, es un muñequito rubio y saludable; mientras tanto, me lavo las manos, por el espejo alcanzo a ver que detrás de mí la puerta se mueve.

7:19 a.m.
Vibra el edificio entero, me doy cuenta de que está temblando, conservo la calma, voy por el niño, lo tomo en mis brazos, el temblor continúa, me asusto un poco, recuerdo las palabras de mi mami y los temblores que hemos vivido en Acapulco: “cuando tiemble pónganse debajo del marco de una puerta”, instintivamente busco un marco confiable, mi vista pasa en fracciones de segundo de la puerta de la recámara, a la del baño, a la de la cocina y finalmente me decido por abrir la puerta que da al rellano del edificio con sus escaleras, el temblor arrecia, el edificio empieza a crujir, me doy cuenta que se va a caer, los libros de la sala caen estrepitosamente, lo mismo que los trastes de la cocina, la bola de cristal de la sala con su cadena colgante ya golpea ambos lados del techo en su vaivén, comienzo a gritar “mi bebé, bebé!” miro angustiada las escaleras pero no las tomo porque estoy segura de que el colapso es inminente, pienso por instantes como salvar al niño, si pudiera arrojarlo entre los árboles que veo pasar como si estuviera en un columpio, no es opción, lo aprieto muy muy fuerte contra mi pecho, uno de mis brazos le cruza la cintura y con el otro la espaldita, con la mano derecha le protejo su cabecita, siento la suavidad de su pelito en mi mejilla, no tengo nada de donde asirme, inerme ante el desastre veo que mi vecina de enfrente se hinca agarrada del marco de su puerta, sus ojos desorbitados por el terror; por encima de mi cabeza Lajos Szendro (amigo y vecino) dice algo sobre que el edificio caerá, yo sólo respondo gritando su nombre: Lajos,Lajos! y mi bebé, mi bebé!!! Se escucha un rumor que luego se hace estruendo, enseguida, un crujido de gigante colapsado, en ese momento percibo que puedo morir, pienso que mi vida ha sido muy bonita y que tal vez por eso ya debe de terminar, pasan por mi mente los días luminosos de mi infancia llenos de sol y de mar, siento una gran paz en mi interior, me entrego a Dios y a su voluntad divina, estoy lista para morir, tranquila y resignada, todo se oscurece, caemos, en la penumbra observo un objeto, creo es un libro grande y pesado, pasa muy cerca de la cabecita de mi hijito, pienso en que tal vez ese golpe pudo haberlo matado, en la inconsciencia percibo una gran fuerza exterminadora y maligna, enérgica, obstinada y devastadora, es como si algo o alguien, una inmensa serpiente del mal tuviera el deber y la voluntad de destruirlo todo, escucho gritos y lamentos, por momentos no veo nada, sólo tengo la sensación de caer y de morir, el dolor agudo de que mi hijito corra esa suerte… se hace el silencio….

No sé por cuánto tiempo. De repente abro los ojos, me asombra la gran cantidad de luz pero no veo el cielo, sé que estoy de espaldas, encima de escombros, que hay paredes y trabes vueltas de revés, que aún tengo al bebé en mis brazos y que tenemos sobre nosotros como haciendo “casita” un librero de fierro pesado y clavado entre los fragmentos , tan clavado que tengo mi pie izquierdo atrapado por el cascajo en el entrepaño más bajo, trato de mover el pie y sacarlo pero no cede; con mucho temor de verlo muerto, lentamente voy subiendo a mi bebito a la altura de mis ojos, no llora ni gorjea, está quietecito como muñequito de trapo; con asombro, con mucho alivio y luego con llano regocijo veo que sus ojito se mueven, que empieza a parpadear, su carita está cubierta por una densa capa de polvo de cemento fino pero pesado, musito: … “estás vivo, Dios mío estás vivo!” … inmediatamente reacciono: ¡Tengo que sacarlo de aquí! Pienso para mis adentros y tengo tanta determinación que no me importa dejar el pie con todo y hueso porque debo sacarlo de allí; con todas mis fuerzas, zarandeo el pie, muy fuertemente lo muevo hasta que logro liberarlo, me hago una cortada, no me importa, ni la miro, el librero no se mueve para nada, me deslizo por un lado con los codos, sin soltar al niño para salir de ese pequeño espacio.  Lo que encuentro a mi alrededor es escalofriante; todo está destruido, hay pedazos de escaleras de lado, los pasamanos vueltos de revés; como envuelta en una escena surrealista, me topo con la cabeza de mi vecina de enfrente, está atrapada entre los escombros hasta el cuello, me pide ayuda, musito algo de no querer soltar al niño, pero tampoco puedo dejarla así a la pobre, me quito la bata para proteger al bebito de los escombros; cuando lo dejo bocarriba sobre mi bata tampoco llora, solo mueve piernitas y bracitos, eso me da valor para rascar los pedruscos, esos despojos del edificio que aprisionan a mi vecina, de repente un par de figuras pasan ante nosotros no puedo saber de dónde suben o bajan, les pido ayuda, me contesta el hombre más grande: “estoy buscando a mi esposa y a mis hijas”, las encontrará, pero a una de sus niñitas sin vida.

Voy liberando a mi vecina muy despacio, ya la llevo más debajo de los hombros, casi a la mitad de los brazos, sigue muy apretada, escucho a Lajos angustiado, les habla a Mark, Miriam, sus hijitos y a Marilú, su esposa, mi amiga; pero no logro escuchar lo que ellos responden, entre esos rumores y murmullos, de pronto percibo la tranquilizadora voz de Alejandro, Lajos le pide ayuda para liberar a Marilú no sé de qué, Alejandro le pide que lo espere mientras me busca, que volverá para ayudarlo, me grita y le respondo, me pregunta por el niño y cuando le digo que está bien se le quiebra la voz para inmediatamente reponerse, siguiendo el sonido de mis palabras da conmigo en medio de todo ese desastre, de repente lo veo parado por encima de nosotros, le acompaña un joven moreno, delgadito, de pelo lacio, a quien le da indicaciones, le dice que primero le pasará al bebé y que lo sostenga mientras me saca a mí, que luego le devuelva al niño y me ayude, yo le digo que está muy alto que no podremos salir de allí, me indica que sí, que siga sus instrucciones y nos sacará, le señalo a la vecina y dice que volveremos con ayuda, que no me preocupe, entonces, con entereza y dominio de la situación con su enorme voluntad y salvadora fuerza me toma en vilo de los brazos y me saca de allí, el joven que le acompaña le devuelve al niño, me toma de un brazo y me guía para buscar la salida; no sé cómo y cuantas veces, tenemos que retorcer el cuerpo para pasar de una trabe a otra y salir por fin a la intemperie, el panorama es desolador, el edificio Nuevo León yace en ruinas sobre un costado, los pocos sobrevivientes vamos saliendo a la luz como cucarachitas humanas, torpemente, revividos, asustados; de repente dos policías, un hombre y una mujer se abalanzan sobre mí para ayudarme, veo en sus ojos el terror y la piedad al mismo tiempo, el policía musita algo sobre un Dios misericordioso, me toman en su brazos y me llevan cargada no sé a dónde, yo les digo que me suelten que estoy bien que dentro el edificio queda mucha gente que necesita ayuda, pierdo de vista al joven y a la pareja de policías, lo que queda del Nuevo León se llena de salvadoras hormiguitas humanas, entonces sé que nuestros amigos y mi vecina serán rescatados rápidamente, como yo.

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De pronto, caigo en cuenta que estamos en nuestro carro, un Safari VW color naranja, frente a nosotros se encuentra una pareja muy asustada, ella ha sido mi compañera en la clase de Aerobics en el deportivo Antonio Caso, dicen que viven en el edificio contiguo que si pueden hacer algo por nosotros, Alejandro dice que sí, que sería bueno lavar mi cara porque tengo algunas heridas y raspones, me dejo conducir por nuestros conocidos, me permiten entrar al baño y entonces me veo en el espejo: soy un espectro viviente, una especie de Llorona con camisón guinda, tengo el pelo enmarañado, empolvado y erizado, también tengo un raspón en una mejilla cerca de la oreja izquierda, un pequeño corte en el labio, hay un poquito de sangre, intento lavarme la cara pero mi incomodidad es tan grande que me meto a la regadera de donde me saca Alejandro empapada y aterida, dice que es peligroso hasta bañarse porque hay fugas de gas y riesgo de corto circuito con tanto cable caído y destrozado, yo no ato ni desato, que cordura iba a tener?!
Mi pobre anfitriona, más bajita y por lo menos dos tallas menos que yo se ve en apuros para conseguirme ropa, no sé de dónde saca algo de lo que le queda grande para vestirme y por fin, Alejandro me conduce a donde están Lajos, Marilú y los niños: se trata del Centro Asistencial DIF República Española. allí revisan a Alejandrito que milagrosamente sólo tiene un pequeño corte en la ceja derecha, se le hace una magulladura en la cintura de lo fuerte que lo apreté para sostenerlo, seguramente durante la caída; yo tengo golpes leves por todos lados y un raspón que con los días se me convertiría en un gran moretón oscuro en el muslo izquierdo, todavía y hasta la fecha, me duele sordamente con el frío y la humedad; sin embargo Lajos tiene una fea cortada en el pie y Marilú requiere sutura en una herida en la frente, en el centro asistencial no hay material para hacerlo, al parecer Mark y Miriam de 9 y 7 años respectivamente, al igual que yo sólo tienen golpes y raspones leves.

Mientras los hombres deciden qué hacer, Marilú y yo nos paramos en la explanada del centro asistencial, buscamos con la mirada la enorme mole del edificio que fue nuestro hogar, sólo encontramos el vacío del cielo azul y la montaña de escombros como dinosaurio petrificado de dónde siguen los voluntarios afanosamente rescatando personas; Marilú con voz apagada pero contundente piensa en voz alta: “Malvina, nos hemos quedado sin casa, sin nada”; por mi parte yo clavo la mirada en el vacío, en la nada azul dónde debería estar el edificio Nuevo León, no me explico que pasa, ¿Por qué no llegan las ambulancias y las patrullas?

Los maridos deciden que debemos trasladarnos al hospital del ISSSTE ubicado en Balbuena, es el lugar más cercano para que atiendan las heridas de nuestros amigos, para entonces los jóvenes de la ciudad se han apoderado de la situación, se encargan de abrir paso por los camellones y de dirigir el tráfico, meten la cara por las ventanillas de los coches para recomendar que no se fume ni se prendan encendedores ni cerillos, advierten que hay fugas de gas y cables eléctricos caídos, son los brigadistas, enfermeros, camilleros, rescatadores, agentes de tránsito, consejeros y gestores emergentes quienes con su agilidad e ímpetu juvenil toman por asalto el caos e imponen un cierto orden balsámico en la ciudad herida.

La capital entera, los deudos de los fallecidos así como los sobrevivientes todos, tenemos una deuda de honor muy grande con los jóvenes que mal hemos pagado a la fecha. Cuando llegamos al Hospital de Balbuena, conseguí un biberón con leche y una mantita que me regalan las enfermeras para mi niño que seguía sin llorar, dócil y calmo; ávido el bebé, se tomó su biberón y se quedó dormidito en mis brazos.

Cuando estuvimos seguros de que nuestros amigos recibían atención médica adecuada y sus familiares irían por ellos, Alejandro y yo nos miramos y creo que sin palabras de por medio acordamos dirigirnos al punto más seguro y con menos edificios de la ciudad: Los Reyes La Paz, entre Ciudad Netzahualcoyotl y Texcoco, el lugar donde residían mis suegros, tomamos rumbo a la Calzada de Zaragoza, yo quería decir algo, sentía que si no hablaba enmudecería para siempre por efecto del espanto, alcancé a decirle a Alejandro que todo lo que pasaba me parecía una pesadilla, él me contestó que sí pero que era una pesadilla de la que habíamos podido despertar, estábamos juntos, vivos y completos. Mi suegra nos recibió como quien recibe a un trío de náufragos, nos arropó, consoló y alimentó como sólo una madre lo sabe hacer. Entre las mujeres de la familia de mi marido me asistieron con ropa, yo usualmente tan vanidosa, me vestí con las dádivas de lo que me pudiera quedar: zapatos que no hacían juego, prendas demasiado chicas para mi talla, colores y diseños que no eran los preferidos, en ese momento no importaba nada, sólo estar viva…viva… viva… viva… atender a mi bebé, tan bonito, tan vivito y por supuesto, seguir al lado de mi esposo. Por cierto! una vez me quejé con Alejandro, en esos primeros días que hasta el agua escaseaba, de que me cansaba de acarrear cubetas para todo, me reconvino diciéndome que debía dar gracias a Dios de que tenía brazos para hacerlo, tenía toda la razón. Comenzaba a crearse una nueva rutina, en un nuevo entorno, distante y rústico pero calmo y seguro, entre las primeras tareas de la supervivencia, hacerse de pañales y ropa para el bebé, alimentarlo, bañarlo y dormirlo, no había pensado en mi propia familia, no había pensado en comunicarme, no estaba pensando en nada, era una autómata maternalizada.

Las noticias en Ensenada habían llegado de la peor manera, como si la noticia de un desastre de tal magnitud pudiera llegar de otro modo; mi mamá al prender la tele como cada mañana, lo primero que ve es la imagen del edificio Nuevo León colapsado y de costado, ella que acababa de estar un par de meses atrás para asistirme durante el parto, inmediatamente reconoció la escena, pensó lo peor y colapsó; mi abuelita Carmen, mis Tías y Tíos, mis primas y primos, mis mejores amigas y compañeros de estudios, todos buscaban noticias sobre mí, no había manera de saber nada. Mi papá se armó de valor, como pudo convenció a una empleada de una aerolínea para que le cediera un espacio en un vuelo ya de por sí saturado y trastocado, su argumento fue que tenía la certeza y el deber moral de recoger los despojos de su hija. Sin embargo, estábamos a buen resguardo, en la protección de la casa de mis suegros, es ahí donde me entero que mi papá nos busca y nos encuentra; él deseaba que de morir alguno, mejor haber muerto todos juntos, pero para su sorpresa y contra toda probabilidad, habíamos sobrevivido todos: Alejandro, Alejandrito y yo; queda claro que mi papá se preparó para lo peor y encontró lo mejor.

Viernes 20 de Septiembre de 1985.

6:00 p.m.
No tengo un recuerdo preciso de la reunión con mi papá, tampoco tengo una idea clara de cómo o por qué llegamos a casa de mi Tía Estela en Tacuba, sin embargo allí estábamos alrededor de su comedor, yo describiendo la experiencia a mis primas, tíos, abuela y papá, creo haberlo hecho con un dejo de simplicidad, como si cualquier cosa hubiera sido, no sé de qué los hice reír, pero conservo en la memoria sus risas; mi abuela Estela tenía a mi bebé en su regazo, escuchaba atenta y creo que gustosa de vernos bien; de pronto un remezón de la tierra no hizo salir despavoridos a todos a la calle, un nuevo temblor, la gran réplica; mi abuela Estela seguía con Alejandrito en brazos y yo me abracé a mi papá rogando: ya no por favor, ya no, no lo aguanto, no lo aguanto!!

Había oscurecido ya para entonces, pedí a mi abuela que me regresara al niño, Alejandro llegó corriendo muy asustado, cerciorándose de que estuviéramos bien, lo abracé fuerte, aliviada con su presencia, yo no me explico cómo se trasladó tan rápido si se encontraba lejos en una reunión, la primera de muchas que se darían entre los damnificados y sobrevivientes con las autoridades; se empezaba a organizar la ayuda, las indemnizaciones, pero también las demandas y los reclamos.
Mi papá clamaba porque me regresara con él a Ensenada, consideraba que podíamos estar más seguros y cómodamente atendidos en casa, con mi mamá; me negué rotunda, no me pensaba separar por ninguna razón, yo de mi marido y a él del niño; pensaba que no había sobrevivido para estar lejos de Alejandro.

Cuenta Felipe mi hermano que cuando mi papá salió para el Distrito Federal, a él le correspondió hacer guardia junto al telex de la base naval de la Armada de México en Ensenada, mismo que pusieron a disposición de la familia para recibir las noticias sobre mi búsqueda, dice que en el preciso momento de que se inicia la transmisión de noticias sobre nosotros, esperó con angustia que el papelito que iba saliendo de la maquinita transmitiera un texto completo, algo así, como: tic tic…un pedacito de papel que decía…afirmativo….tic tic….se encuentra …..tic tic….más pedacito de papel….a Malvina y su familia….tic tic tic…..todos vivos y …..tic tic tic….bien….tic tic….

Me puedo imaginar ahora el alivio de mi hermano, el gusto y la emoción con que le habrá transmitido la noticia a mi mamá y a toda la familia, cuenta que desde que iba a la mitad la transmisión del telex sintió la tentación de levantar el teléfono y dar la buenas nuevas, pero que se esperó para no levantar falsas esperanzas, de ese tamaño era la expectativa negativa ante la magnitud del desastre, no era para menos.

En los días posteriores al 19 de Septiembre de 1985. Muy pronto la noticia de que habíamos sobrevivido y nos encontrábamos bien había trascendido a toda mi familia materna, hicieron una colecta y nos mandaron muchos enseres: Paty Olachea generosamente me envío cosas para bebé hasta de sus propios hijos, Miguel Ángel organizó un encuentro en su casa para entregárnoslas, cuán agradecida les estoy hasta la fecha!!  Pily mi querida amiga de Puebla, se apareció un día por la casa de Los Reyes la Paz con una gran maleta de ropa para mí, recuerdo muy bien los ganchos, los sweteres y toda clase de prendas primorosas, me impresiona el cuidado que puso en seleccionar lo mejor; también mi mamá envió otra gran maleta con ropa interior y ropa de bebé, creo haber oído decir que entre ella y sus amigas hicieron un “Terremoto Shower”. Mis compañeros de la Especialidad en Problemas de Aprendizaje de la Normal de Especialización, me buscaron afanosamente a través de los programas de televisión, me dijeron que me volví famosa en el programa matutino Hoy Mismo, de Guillermo Ochoa, por las tantas veces que fui mencionada, yo no tuve idea, casi no veía la TV; sin embargo ellos se las ingeniaron para dar conmigo, visitarnos y llevarnos más regalos.


Yo todavía conservo la ropita que Alejandrito tenía puesta ese día y una cobijita blanca, tejida en lana fina de las que me regaló Paty, los amigos que nos visitan en la casa del Triunfo se topan con ella en el sofá de la recamara sin imaginar su significado.
Vayan estas líneas cargadas de gratitud, conmoción y emoción, por si antes no lo había hecho para todas las personas, conocidas y desconocidas, amistades y familiares que nos arroparon literalmente de semejante manera, la vida no alcanza para decir humildemente: GRACIAS.

19 de Septiembre de 2015

Le agradezco a Dios y a la vida el milagro de existir. Yo que pude tener un destino fallido, que todo lo tuve que aprender con dolor, que tuve todo para morir hace 30 años, que en ese momento terrible pude haberme ido de este mundo tan joven y con mi pequeño en los brazos; rescatados por la entereza de mi esposo, en nuestros brazos cupo otro hijo. Hoy los cuatro seguimos vivos, muy vivos, respirando, apretando el pulso de cada día, sin desperdiciar un instante para lo que sea.


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